viernes, agosto 04, 2006

UN TEMERARIO CABALLERO LLAMADO RUBÉN

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados


You know
I’ve listen too long
But then,
One thing leads to another

The Fixx

I
Quizá el personaje más interesante del Código Da Vinci no sea el profesor Langdon, reencarnación literaria y fílmica del Indiana Jones de Speilberg y Lucas. Más bien, debe ser el obispo Aringarosa. Hombre de fe incólume, convencimiento absoluto y convicción inquebrantable, decide embarcarse en una operación suicida. Todo por salvar la religión en la cual ha creído toda la vida. Consciente de esta posibilidad, y temeroso a una náufraga vida sin partida ni llegada, Aringarosa asume el rol de salvador. No le guía la necesidad del reconocimiento, ni la fama, ni el dinero. Está dispuesto ha asumir la precariedad de sus creencias, con tal de liquidar la duda y perpetuar su plano de consistencia.

Aringarosa nunca logra obtener su redención en el texto de Dan Brown (a diferencia de il camerlengo Carlo Ventresca en Ángeles y Demonios). Más bien, la impresión que queda al final es que el obispo viviría el resto de sus días en profunda penitencia, en preparación a su ingreso al purgatorio y luego la condena eterna en el infierno. Sin embargo, no debe quedar duda que una de sus cualidades positivas lo fue su convicción, y por eso nada más debería ser perdonado...

¿Puede existir alguna comparación posible entre el presidente vitalicio del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el obispo? ¿Será posible asegurar redención alguna de su figura, a pesar de haber institucionalizado el independentismo, ayudado a sostener la partidocracia, desaparecer institucionalmente para luego apoyar el populismo estatista de Chávez y compañía?

II
Luego de su obligada desaparición ante el desaire eleccionario del 2004, Rubén Berríos ha resurgido para anunciar la celebración de un congreso latinoamericanista a favor de la independencia de Puerto Rico. Pasada su crucifixión electoral, Berríos emprendió una encrucijada muy particular a través del dubitativo territorio del populismo estatista latinoamericano, en busca de reclutar “políticos altruistas” afines a su causa nacional decimonónica

Su acto, de por sí, refleja conciencia sobre dos particulares hechos: de un lado, la falta de respaldo a su partido-causa (reflejado en la desaparición institucional del PIP en las pasadas elecciones), y el advenimiento de la cadena global de distribución como régimen (de verdad), el aplanamiento y achique del planeta , y el desvanecimiento de la nación como parámetro geopolítico. Reconoce también la disyuntiva geopolítica actual (neoliberalismo virulento vs. populismo estatista), y la primicia del vector “petróleo” en esta rémora. Florece de aquí una nueva idea sobre el independentismo: la construcción de un discurso basado en la necesidad de acoger el populismo estatista (representado en la alianza neobolivariana de Chávez) sobre el neoliberalismo antropófago (representado por el capitalismo que en alguna vez en la historia fue estadounidense).

Ese va a ser el resultado del mentado congreso. Por eso se llevará a cabo en tierras panameñas y no en Puerto Rico (ya que a la mitad de los chavistas le negarían visado). ¡Vaya manera de revivir (o salvar) el independentismo institucional!

III
Ante esta situación, si se fuera optimista, se pudiera pensar que Berríos comienza a dar pasos que le alejan de la partidocracia. En sus acciones presentes, se evidencia un alejamiento del sistema político actual y un reconocimiento de las condiciones geopolíticas reales de existencia, que ameritan una reflexión profunda y una reformulación del quehacer político en el país. Sin embargo, dicha reflexión se queda corta; se recorre gran camino, pero el objetivo final sigue siendo el mismo. Puede decirse que la búsqueda por la independencia se ha tornado global.

Pero si se escarba levemente la superficie, podrá verse que debajo de este elaborado discurso continúa operando la partidocracia. Existe una sutil manipulación del lenguaje de la globalización con tal de renovar (en espíritu y gracia) la inutilidad pipiola. La posibilidad de una alianza latinoamercanista puede resultar suculenta para muchos. Sería la concreción de un sueño atrasado perdido en la penumbra de los años setenta; el afirmar que los puertorriqueños, ni somos caribeños ni norteamericanos, sino latinoamericanos. Sin embargo, el precio a pagar por lograr esta utopía en desuso es demasiado alto. Significa abrir las puertas a una forma de construir lo político altamente peligrosa.

Chávez, al igual que Evo Morales, a modo de contrarrestar el poder devastador del neoliberalismo, ha reformulado el populismo de los cuarenta retomando desde el Estado el control de la gestión económica nacional. Los procesos de nacionalización del capital foráneo, la toma de control sobre los recursos naturales y el resurgir de la gestión paternalista hacia los constituyentes buscan desbancar el neoliberalismo como forma de subjetivación. En él, tanto Chávez como Morales (y muchos otros), ven una real amenaza a la constitución de sus respectivos países nacionales. No se trata de una eventual invasión yanqui. (Los Estados Unidos con su torpe e incompetente invasión a Irak se han dedicado a autodesacreditarse a través del planeta). Más bien lo que está en juego es la disolución del estado por parte de la cadena global de distribución y el capital liquido y la instauración plena del sujeto de consumo. Si Chávez construye a Estados Unidos como el enemigo, es por necesidad; su encrucijada es en contra de la sociedad de consumo y el capital líquido. Pero dada la naturaleza de este capital, el mismo carece de cuerpo y rostro. Es necesario demonizarlo de otra manera (¡y qué mejor forma de hacerlo que utilizando al viejo demonio de los Estados Unidos!)

Tanto Chávez como Morales se toman esta libertad debido a que ambos producen una de las fichas de tranque de la geopolítica actual: petróleo y gas natural. De hecho, si Chávez ha logrado construir una nueva alianza bolivariana, es por el poder de negociación que le ha provisto el petróleo. (Incluso, lo ha utilizado para chantajear y ridiculizar hasta a Estados Unidos, su enemigo jurado). Este recurso también le ha brindado la oportunidad de gestar su populismo estatista, al tener suficiente capital monetario para llevar a cabo su programa de gobierno. Morales sigue la misma senada y no hay razón por la cual pensar que no logre los mismos objetivos, aunque a menor escala.

IV
Hace un tiempo, en la televisión nacional venezolana, Chávez se expresó a favor de la autodeterminación e independencia del “pueblo puertorriqueño.” El año pasado, en el comité de descolonización de la Organización de Naciones Unidas (ONU), varios países latinoamericanos se expresaron de la misma manera. Hoy sabemos por qué: Berríos, solapadamente, viajaba a través del lado sur del continente reclutando adeptos para su causa. Hasta el momento, se puede decir, que ha surtido efecto la maniobra. Pero, ¿qué realmente podemos esperar de ella?

Nunca debe ponerse en duda la habilidad de Berríos de sobrevivir en el campo de la política partidocrática. La hecatombe del partido, que se veía venir con la aplastante derrota de David Noriega en las elecciones del 1996, pudo ser sobrellevada gracias al campamento de su presidente vitalicio en la base naval de Vieques. Ante un nuevo reto (que parece ser más fulminante que los anteriores), éste se ha dado a la tarea de actualizar el discurso de su partido político conviniendo con la alianza neobolivariana chavista. Nuevamente, tal parecería que existiera voluntad hacia el cambio. Pero lo cierto es que a este conato de casamiento le subyace una sagaz necesidad de elevar las posibilidades de supervivencia del PIP bajo la partidocracia.

Al tomar prestado el antiamericanismo de Chávez, al tiempo que alza vuelo con el populismo que éste profesa (o coge pon, como quiera que sea), Berríos apuesta a revivir el discurso independentista pipiolo. Retórica en manos, espera seducir camadas de sujetos de consumo, conscientes de la apuesta geopolítica que representa el acceso al consumo y la acogida de la cadena global de distribución. Sin embargo, lejos de profesar la primicia del ecosistema, respetar la biodiversidad e instigar el ser sustentable como ethos, Berríos continúa obsesionado con su trofeo decimonónico: la independencia del país. Quizá sufra de un grado leve del status dementia que exhibe Pedro Roselló. Pero ésta no dejar de ser una enfermedad muy peligrosa, pues en este caso se estaría demonizando el acceso al consumo de los sujetos en aras de abrasar un populismo con claras líneas despóticas. El discurso de Chávez y Morales puede que funcione en países donde exista una base amplia de sujetos desahuciados, sin acceso al consumo. Pero en Puerto Rico, donde el consumo está institucionalizado (y en donde no lo está, es subsidiado por el aparato gubernamental partidocrático), las posibilidades de que este populismo se constituya en un discurso político contestatario son realmente muy pocas.

V
¿Es consciente Berríos de los alcances (y percances) de su apuesta? ¿Conoce a fondo los demonios que invoca? ¿Advierte las consecuencias de abrazar una nueva modalidad despótica que se propaga, al igual que el neoliberalismo, cual virus violento e incólume a través del territorio sudamericano? Hace falta el advenimiento de una voluntad de poder para oponerse al neoliberalismo del capitalismo líquido. Pero el populismo estatista chavista no es una respuesta sabia.

A diferencia de Aringosa, el camino trazado por Chávez y sus secuaces no logrará liquidar la duda y perpetuar un plano de consistencia que expulse el neoliberalismo de su definición acerca de lo real. Como todo capital, en especial el líquido, el neoliberalismo es de por sí una línea de fuga, presta a deconstruir la consistencia de cual plano, inclusive el propio.

Queda por ver si en el futuro Berríos vivirá sumido en la perpetua penitencia, sin lograr alcanzar la redención, eternamente pesaroso y dolido por su tonta adicción al romanticismo decimonónico. Ante tal escenario, y por el peso y valor de su convicción, debería ser perdonado, condenándolo a un eterno retorno a principios del siglo pasado.

lunes, julio 31, 2006

THREE BLIND MICE, SEE HOW THEY RUN!

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Uno de los serios problemas que enfrentamos a la hora de pensar en una reforma contributiva es que una parte considerable de la economía del país se produce en el llamado sector informal. Este término es uno dudoso, pues pareciese apuntar hacia el gremio de vendedores ambulantes y otros sectores profesionales que prefieren facturar en efectivo los servicios prestados. Pocos se imaginan que el mismo encierra también al narcotráfico, factor económico importante para comprender el paso de un imaginario basado en la producción a uno centrado en el consumo.

Pero el poder del narcotráfico va más allá de la actividad económica que este genera. Es como una “parte maldita” (Bataille) que nadie nombra pero todos asumen. Como práctica discursiva, el narcotráfico encierra toda una serie de conductas, creencias y valores que guían la conducta de aquellos que de una manera u otra participan de él. De igual forma que podemos hablar de la política practicada bajo los preceptos del latifundio y la hacienda, el intercambio simbólico en la esfera de consumo actual queda trastocado por los preceptos del narcotráfico: no hace falta ser “bichote,” tener un “punto” o ser “tecato” para comportarse como uno. Tal pareciese que esta economía ilegal, feroz, carnívora y virulenta es el subsuelo a partir del cual se erige toda una serie de relaciones que sostiene parcelas particulares de nuestra meseta consumista.

Por tal razón, no debe sorprender cuando tres políticos, jóvenes todos, son acusados de tener vínculos con un reconocido narcotraficante ya fallecido. De primera pudiera decirse que entre un político y un narcotraficante no hay mucha diferencia. Pero si bien la comparación es bastante acertada, no se estaría abordando las serias consecuencias que encierra la relación en cuestión. Puede que creamos firmemente en el fin de la partidocracia, pero una cosa diferente sería asesinarla simplemente por el hecho de verla desaparecer. Esto no garantizaría que aquello que venga a reemplazarla sería mejor. El caso en cuestión es un buen ejemplo, como también hay otros.

II
Pensemos un momento en el funcionamiento básico de la política en tiempos eleccionarios. Cada candidato debe colectar suficientes fondos como para empapelar cada centímetro cúbico de los espacios públicos a modo de que la gente o se harte de él, o en cambio le preste su voto. Los viejos proverbios de la partidocracia indican que “le deberás favores a aquel que contribuya a tu campaña; pero los favores serán proporcionales a la aportación brindada.” No hace falta ser un estudioso para comprobar la validez de tal proverbio: los casos de corrupción durante las administraciones Roselló bastan.

Pero una cosa muy particular es servir de peón de los llamados “grandes intereses” y otra es recibir financiamiento para una campaña política de parte de un reconocido narcotraficante. Puede que un desarrollador decida invertir en un candidato particular porque sobreentiende que dicha aportación redundará en un beneficio económico para él; lo privilegiarán a la hora de las subastas, o manipularán las reglas con tal de que quede como el único cualificado para llevar a cabo la “obra pública.” Esa es la partidocracia en su máxima expresión. Pero cuando un personaje del bajo mundo ofrece financiamiento, ¿qué podrá pedir a cambio? ¿Protección de las fuerzas de la ley? ¿Un proceso legal más llevadero? ¿Privilegios en la cárcel?

Me parece que existen otras formas de lograr esto. En múltiples ocasiones los periódicos han reseñado casos de corrupción policíaca, siendo los más notorios Alejo Maldonado y el Coronel Meliá. ¿Por qué no pensar que lo mismo pudiera estar ocurriendo en los tribunales y en las cárceles? No es cuestión de recursos, pues todos sabemos cuánto genera el narcotráfico. Tampoco se trata de inaccesibilidad a funcionarios públicos dispuestos a jugársela con tal de hacer en un santiamén lo que no hacen en un año. Y es que nos equivocamos si tratamos de encontrar una racional a esta situación desde el punto de vista del narcotraficante. Es necesario enfocarse mejor en el político.

III
¿Qué provecho puede haber en mantener relaciones con un conocido narcotráfico cuando se es un político partidocrático? Me parece que esta situación apunta tanto a la quiebra de dicho sistema como a las formas en que sus participantes pretenden acumular capital político en esta época. Una mirada a la idiosincrasia del narcotráfico puede que nos ayude a explicar mejor esta situación.

La historia del país esta llena de figuras del bajo mundo idolatradas tanto en la historia oficial como en la más pedestre: el “Pirata Cofresí” y “Toño Bicicleta” son algunos de los ejemplos que más resaltan a la memoria. Su construcción/constitución como héroes folclóricos depende de la forma en que sus crímenes y fechorías son interpretados como una forma de resistir el poder colonial, imperial o abusivo de aquellos designados a ejercer el poder. Pero parte de ese mismo imaginario lo es la forma en que sus acciones para con el “pueblo” eran de solidaridad y empatía; al burlar la fuerza colonial (Cofresí) o la policía estadista represiva (Toño Bicicleta), le brindaban esperanza a los desahuciados del imaginario político y económico del país. Robin Hoods criollizados.

No es muy diferente la forma en que el “bichote” es construido hoy día dentro de su área de operación. Sigue siendo Robin Hood. A través del año auspicia fiestas, cumpleaños, bautizos, etc. Lleva a los principales cantantes de reggaetón a las canchas de baloncesto, aporta en la celebración de fiestas populares (navidades, fiesta de reyes, etc.). Compran piscinas y contribuyen a diferentes actividades veraniegas con tal de que su “comunidad” pueda gozar de algunos de los privilegios que otros sectores disfrutan a diario.

En cierta medida el narcotraficante ha venido a llenar el vacío creado por el Estado en su afán por privatizar y economizar en la administración de los residenciales públicos. Los privatizadores, faltos de compromiso con la comunidad, y entregados a la ley de “la libreta de cheques,” apenas cumplen con los requisitos mínimos necesarios para obtener un buen calificativo de HUD (la agencia federal de vivienda) y poder continuar con su explotación de la riqueza gubernamental.

Estamos en presencia de un nuevo populismo asentado sobre las ruinas del estado benefactor. En vías de ganarse el favor popular, los narcotraficantes aplican su propio gobierno de “las tres B”: baile, botella y baraja. Mientras el gobierno, en medio de la crisis, abandona estos territorios a su propia suerte, una especie de contrapoder se apodera de ellos. Este es uno de los focos de la crisis de gobernabilidad del país: la pérdida de legitimidad del Estado enfrentado a otras formas de organización de lo social. El objetivo de los bichotes, sin embargo, es muy claro; de este modo logran “comprar” a la mayoría de los residentes de sus comunidades. Ante una investigación judicial o policíaca, la ley del silencio triunfa.

IV
Las acciones del bichote no son diferentes a las del político hacendadista; éste último compra los votos para su victoria a través de promesas y regalos a sus fieles constituyentes. El primero logra la continuidad de su operación ilegitima a través de la compra del silencio de su lugar de operaciones.

La crisis de legitimidad que hoy día sufren los partidos políticos, si bien tiene su origen en la caducidad del debate sobre el status, cala más hondo hasta llegar a los cimientos de estos. Sin “barriles de tocino” a través de los cuales ganar el favor popular, con un gobierno en quiebra presto al achicamiento, y sin posibilidades de continuar el desperdicio continuo de fondos públicos para la construcción de monumentos a la inutilidad, el político posmoderno precisa de alcanzar otros medios con los cuales acaparar el imaginario de sus “constituyentes.” ¿Qué mejor manera de hacerlo que utilizar el poder populista de convocatoria del narcotraficante? La bendición de éste a un candidato a puesto electivo es casi equivalente a la compra de votos muñocista de antaño. Existe, sin embargo, un agravante; si bien el narcotráfico es como una “parte maldita,” tan pronto como quede al descubierto es necesario renegarlo. A eso se expone el que tienda puentes con esa parte maldita.

V
Existe una razón de peso por la cual el escándalo que vincula a miembros de la cámara legislativa sean del partido de oposición. Ante la caducidad de la partidocracia y el debate del status, el partido que lleva más las de perder es el PNP. Gracias a su ambivalencia en materia de status, el PPD tiene mayores posibilidades de sobrevivir. Pero el PNP no. Desde su fundación, la colectividad alzó vuelo bajo la defensa a brazo partido del ideal de la estadidad. En estos tiempos, con el debate natimuerto, sería necesario una profunda transformación ideológica del mismo. La crisis actual que sufre dicho partido parece apuntar más a su desaparición que a su permanencia, en la medida en que continúa aferrándose a la estadidad como razón de ser.

Otra poderosa razón por la cual dos senadores y un representante estén estrechamente vinculados a un notorio narcotraficante radica en la base demográfica del partido. Desde la década del setenta, el PNP capitalizó fuertemente en los residenciales públicos impulsando su discurso de la “estadidad para los pobres.” Ahí radicó su mayor base de apoyo a través de los años, y solo con el advenimiento del Roselló esa base logró ampliarse hasta los sectores profesionales. Quizá en la desesperada búsqueda de sus raíces, de volver a ganar el favor popular y la vigencia perdida, dos noveles legisladores y el hijo de un destacado político estadista se tiren la maroma de allegar adeptos a través de tan fortuita maniobra.

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