UN TEMERARIO CABALLERO LLAMADO RUBÉN
J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados
You know
I’ve listen too long
But then,
One thing leads to another
The Fixx
I
Quizá el personaje más interesante del Código Da Vinci no sea el profesor Langdon, reencarnación literaria y fílmica del Indiana Jones de Speilberg y Lucas. Más bien, debe ser el obispo Aringarosa. Hombre de fe incólume, convencimiento absoluto y convicción inquebrantable, decide embarcarse en una operación suicida. Todo por salvar la religión en la cual ha creído toda la vida. Consciente de esta posibilidad, y temeroso a una náufraga vida sin partida ni llegada, Aringarosa asume el rol de salvador. No le guía la necesidad del reconocimiento, ni la fama, ni el dinero. Está dispuesto ha asumir la precariedad de sus creencias, con tal de liquidar la duda y perpetuar su plano de consistencia.
Aringarosa nunca logra obtener su redención en el texto de Dan Brown (a diferencia de il camerlengo Carlo Ventresca en Ángeles y Demonios). Más bien, la impresión que queda al final es que el obispo viviría el resto de sus días en profunda penitencia, en preparación a su ingreso al purgatorio y luego la condena eterna en el infierno. Sin embargo, no debe quedar duda que una de sus cualidades positivas lo fue su convicción, y por eso nada más debería ser perdonado...
¿Puede existir alguna comparación posible entre el presidente vitalicio del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el obispo? ¿Será posible asegurar redención alguna de su figura, a pesar de haber institucionalizado el independentismo, ayudado a sostener la partidocracia, desaparecer institucionalmente para luego apoyar el populismo estatista de Chávez y compañía?
II
Luego de su obligada desaparición ante el desaire eleccionario del 2004, Rubén Berríos ha resurgido para anunciar la celebración de un congreso latinoamericanista a favor de la independencia de Puerto Rico. Pasada su crucifixión electoral, Berríos emprendió una encrucijada muy particular a través del dubitativo territorio del populismo estatista latinoamericano, en busca de reclutar “políticos altruistas” afines a su causa nacional decimonónica
Su acto, de por sí, refleja conciencia sobre dos particulares hechos: de un lado, la falta de respaldo a su partido-causa (reflejado en la desaparición institucional del PIP en las pasadas elecciones), y el advenimiento de la cadena global de distribución como régimen (de verdad), el aplanamiento y achique del planeta , y el desvanecimiento de la nación como parámetro geopolítico. Reconoce también la disyuntiva geopolítica actual (neoliberalismo virulento vs. populismo estatista), y la primicia del vector “petróleo” en esta rémora. Florece de aquí una nueva idea sobre el independentismo: la construcción de un discurso basado en la necesidad de acoger el populismo estatista (representado en la alianza neobolivariana de Chávez) sobre el neoliberalismo antropófago (representado por el capitalismo que en alguna vez en la historia fue estadounidense).
Ese va a ser el resultado del mentado congreso. Por eso se llevará a cabo en tierras panameñas y no en Puerto Rico (ya que a la mitad de los chavistas le negarían visado). ¡Vaya manera de revivir (o salvar) el independentismo institucional!
III
Ante esta situación, si se fuera optimista, se pudiera pensar que Berríos comienza a dar pasos que le alejan de la partidocracia. En sus acciones presentes, se evidencia un alejamiento del sistema político actual y un reconocimiento de las condiciones geopolíticas reales de existencia, que ameritan una reflexión profunda y una reformulación del quehacer político en el país. Sin embargo, dicha reflexión se queda corta; se recorre gran camino, pero el objetivo final sigue siendo el mismo. Puede decirse que la búsqueda por la independencia se ha tornado global.
Pero si se escarba levemente la superficie, podrá verse que debajo de este elaborado discurso continúa operando la partidocracia. Existe una sutil manipulación del lenguaje de la globalización con tal de renovar (en espíritu y gracia) la inutilidad pipiola. La posibilidad de una alianza latinoamercanista puede resultar suculenta para muchos. Sería la concreción de un sueño atrasado perdido en la penumbra de los años setenta; el afirmar que los puertorriqueños, ni somos caribeños ni norteamericanos, sino latinoamericanos. Sin embargo, el precio a pagar por lograr esta utopía en desuso es demasiado alto. Significa abrir las puertas a una forma de construir lo político altamente peligrosa.
Chávez, al igual que Evo Morales, a modo de contrarrestar el poder devastador del neoliberalismo, ha reformulado el populismo de los cuarenta retomando desde el Estado el control de la gestión económica nacional. Los procesos de nacionalización del capital foráneo, la toma de control sobre los recursos naturales y el resurgir de la gestión paternalista hacia los constituyentes buscan desbancar el neoliberalismo como forma de subjetivación. En él, tanto Chávez como Morales (y muchos otros), ven una real amenaza a la constitución de sus respectivos países nacionales. No se trata de una eventual invasión yanqui. (Los Estados Unidos con su torpe e incompetente invasión a Irak se han dedicado a autodesacreditarse a través del planeta). Más bien lo que está en juego es la disolución del estado por parte de la cadena global de distribución y el capital liquido y la instauración plena del sujeto de consumo. Si Chávez construye a Estados Unidos como el enemigo, es por necesidad; su encrucijada es en contra de la sociedad de consumo y el capital líquido. Pero dada la naturaleza de este capital, el mismo carece de cuerpo y rostro. Es necesario demonizarlo de otra manera (¡y qué mejor forma de hacerlo que utilizando al viejo demonio de los Estados Unidos!)
Tanto Chávez como Morales se toman esta libertad debido a que ambos producen una de las fichas de tranque de la geopolítica actual: petróleo y gas natural. De hecho, si Chávez ha logrado construir una nueva alianza bolivariana, es por el poder de negociación que le ha provisto el petróleo. (Incluso, lo ha utilizado para chantajear y ridiculizar hasta a Estados Unidos, su enemigo jurado). Este recurso también le ha brindado la oportunidad de gestar su populismo estatista, al tener suficiente capital monetario para llevar a cabo su programa de gobierno. Morales sigue la misma senada y no hay razón por la cual pensar que no logre los mismos objetivos, aunque a menor escala.
IV
Hace un tiempo, en la televisión nacional venezolana, Chávez se expresó a favor de la autodeterminación e independencia del “pueblo puertorriqueño.” El año pasado, en el comité de descolonización de la Organización de Naciones Unidas (ONU), varios países latinoamericanos se expresaron de la misma manera. Hoy sabemos por qué: Berríos, solapadamente, viajaba a través del lado sur del continente reclutando adeptos para su causa. Hasta el momento, se puede decir, que ha surtido efecto la maniobra. Pero, ¿qué realmente podemos esperar de ella?
Nunca debe ponerse en duda la habilidad de Berríos de sobrevivir en el campo de la política partidocrática. La hecatombe del partido, que se veía venir con la aplastante derrota de David Noriega en las elecciones del 1996, pudo ser sobrellevada gracias al campamento de su presidente vitalicio en la base naval de Vieques. Ante un nuevo reto (que parece ser más fulminante que los anteriores), éste se ha dado a la tarea de actualizar el discurso de su partido político conviniendo con la alianza neobolivariana chavista. Nuevamente, tal parecería que existiera voluntad hacia el cambio. Pero lo cierto es que a este conato de casamiento le subyace una sagaz necesidad de elevar las posibilidades de supervivencia del PIP bajo la partidocracia.
Al tomar prestado el antiamericanismo de Chávez, al tiempo que alza vuelo con el populismo que éste profesa (o coge pon, como quiera que sea), Berríos apuesta a revivir el discurso independentista pipiolo. Retórica en manos, espera seducir camadas de sujetos de consumo, conscientes de la apuesta geopolítica que representa el acceso al consumo y la acogida de la cadena global de distribución. Sin embargo, lejos de profesar la primicia del ecosistema, respetar la biodiversidad e instigar el ser sustentable como ethos, Berríos continúa obsesionado con su trofeo decimonónico: la independencia del país. Quizá sufra de un grado leve del status dementia que exhibe Pedro Roselló. Pero ésta no dejar de ser una enfermedad muy peligrosa, pues en este caso se estaría demonizando el acceso al consumo de los sujetos en aras de abrasar un populismo con claras líneas despóticas. El discurso de Chávez y Morales puede que funcione en países donde exista una base amplia de sujetos desahuciados, sin acceso al consumo. Pero en Puerto Rico, donde el consumo está institucionalizado (y en donde no lo está, es subsidiado por el aparato gubernamental partidocrático), las posibilidades de que este populismo se constituya en un discurso político contestatario son realmente muy pocas.
V
¿Es consciente Berríos de los alcances (y percances) de su apuesta? ¿Conoce a fondo los demonios que invoca? ¿Advierte las consecuencias de abrazar una nueva modalidad despótica que se propaga, al igual que el neoliberalismo, cual virus violento e incólume a través del territorio sudamericano? Hace falta el advenimiento de una voluntad de poder para oponerse al neoliberalismo del capitalismo líquido. Pero el populismo estatista chavista no es una respuesta sabia.
A diferencia de Aringosa, el camino trazado por Chávez y sus secuaces no logrará liquidar la duda y perpetuar un plano de consistencia que expulse el neoliberalismo de su definición acerca de lo real. Como todo capital, en especial el líquido, el neoliberalismo es de por sí una línea de fuga, presta a deconstruir la consistencia de cual plano, inclusive el propio.
Queda por ver si en el futuro Berríos vivirá sumido en la perpetua penitencia, sin lograr alcanzar la redención, eternamente pesaroso y dolido por su tonta adicción al romanticismo decimonónico. Ante tal escenario, y por el peso y valor de su convicción, debería ser perdonado, condenándolo a un eterno retorno a principios del siglo pasado.
2006, Derechos Reservados
You know
I’ve listen too long
But then,
One thing leads to another
The Fixx
I
Quizá el personaje más interesante del Código Da Vinci no sea el profesor Langdon, reencarnación literaria y fílmica del Indiana Jones de Speilberg y Lucas. Más bien, debe ser el obispo Aringarosa. Hombre de fe incólume, convencimiento absoluto y convicción inquebrantable, decide embarcarse en una operación suicida. Todo por salvar la religión en la cual ha creído toda la vida. Consciente de esta posibilidad, y temeroso a una náufraga vida sin partida ni llegada, Aringarosa asume el rol de salvador. No le guía la necesidad del reconocimiento, ni la fama, ni el dinero. Está dispuesto ha asumir la precariedad de sus creencias, con tal de liquidar la duda y perpetuar su plano de consistencia.
Aringarosa nunca logra obtener su redención en el texto de Dan Brown (a diferencia de il camerlengo Carlo Ventresca en Ángeles y Demonios). Más bien, la impresión que queda al final es que el obispo viviría el resto de sus días en profunda penitencia, en preparación a su ingreso al purgatorio y luego la condena eterna en el infierno. Sin embargo, no debe quedar duda que una de sus cualidades positivas lo fue su convicción, y por eso nada más debería ser perdonado...
¿Puede existir alguna comparación posible entre el presidente vitalicio del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el obispo? ¿Será posible asegurar redención alguna de su figura, a pesar de haber institucionalizado el independentismo, ayudado a sostener la partidocracia, desaparecer institucionalmente para luego apoyar el populismo estatista de Chávez y compañía?
II
Luego de su obligada desaparición ante el desaire eleccionario del 2004, Rubén Berríos ha resurgido para anunciar la celebración de un congreso latinoamericanista a favor de la independencia de Puerto Rico. Pasada su crucifixión electoral, Berríos emprendió una encrucijada muy particular a través del dubitativo territorio del populismo estatista latinoamericano, en busca de reclutar “políticos altruistas” afines a su causa nacional decimonónica
Su acto, de por sí, refleja conciencia sobre dos particulares hechos: de un lado, la falta de respaldo a su partido-causa (reflejado en la desaparición institucional del PIP en las pasadas elecciones), y el advenimiento de la cadena global de distribución como régimen (de verdad), el aplanamiento y achique del planeta , y el desvanecimiento de la nación como parámetro geopolítico. Reconoce también la disyuntiva geopolítica actual (neoliberalismo virulento vs. populismo estatista), y la primicia del vector “petróleo” en esta rémora. Florece de aquí una nueva idea sobre el independentismo: la construcción de un discurso basado en la necesidad de acoger el populismo estatista (representado en la alianza neobolivariana de Chávez) sobre el neoliberalismo antropófago (representado por el capitalismo que en alguna vez en la historia fue estadounidense).
Ese va a ser el resultado del mentado congreso. Por eso se llevará a cabo en tierras panameñas y no en Puerto Rico (ya que a la mitad de los chavistas le negarían visado). ¡Vaya manera de revivir (o salvar) el independentismo institucional!
III
Ante esta situación, si se fuera optimista, se pudiera pensar que Berríos comienza a dar pasos que le alejan de la partidocracia. En sus acciones presentes, se evidencia un alejamiento del sistema político actual y un reconocimiento de las condiciones geopolíticas reales de existencia, que ameritan una reflexión profunda y una reformulación del quehacer político en el país. Sin embargo, dicha reflexión se queda corta; se recorre gran camino, pero el objetivo final sigue siendo el mismo. Puede decirse que la búsqueda por la independencia se ha tornado global.
Pero si se escarba levemente la superficie, podrá verse que debajo de este elaborado discurso continúa operando la partidocracia. Existe una sutil manipulación del lenguaje de la globalización con tal de renovar (en espíritu y gracia) la inutilidad pipiola. La posibilidad de una alianza latinoamercanista puede resultar suculenta para muchos. Sería la concreción de un sueño atrasado perdido en la penumbra de los años setenta; el afirmar que los puertorriqueños, ni somos caribeños ni norteamericanos, sino latinoamericanos. Sin embargo, el precio a pagar por lograr esta utopía en desuso es demasiado alto. Significa abrir las puertas a una forma de construir lo político altamente peligrosa.
Chávez, al igual que Evo Morales, a modo de contrarrestar el poder devastador del neoliberalismo, ha reformulado el populismo de los cuarenta retomando desde el Estado el control de la gestión económica nacional. Los procesos de nacionalización del capital foráneo, la toma de control sobre los recursos naturales y el resurgir de la gestión paternalista hacia los constituyentes buscan desbancar el neoliberalismo como forma de subjetivación. En él, tanto Chávez como Morales (y muchos otros), ven una real amenaza a la constitución de sus respectivos países nacionales. No se trata de una eventual invasión yanqui. (Los Estados Unidos con su torpe e incompetente invasión a Irak se han dedicado a autodesacreditarse a través del planeta). Más bien lo que está en juego es la disolución del estado por parte de la cadena global de distribución y el capital liquido y la instauración plena del sujeto de consumo. Si Chávez construye a Estados Unidos como el enemigo, es por necesidad; su encrucijada es en contra de la sociedad de consumo y el capital líquido. Pero dada la naturaleza de este capital, el mismo carece de cuerpo y rostro. Es necesario demonizarlo de otra manera (¡y qué mejor forma de hacerlo que utilizando al viejo demonio de los Estados Unidos!)
Tanto Chávez como Morales se toman esta libertad debido a que ambos producen una de las fichas de tranque de la geopolítica actual: petróleo y gas natural. De hecho, si Chávez ha logrado construir una nueva alianza bolivariana, es por el poder de negociación que le ha provisto el petróleo. (Incluso, lo ha utilizado para chantajear y ridiculizar hasta a Estados Unidos, su enemigo jurado). Este recurso también le ha brindado la oportunidad de gestar su populismo estatista, al tener suficiente capital monetario para llevar a cabo su programa de gobierno. Morales sigue la misma senada y no hay razón por la cual pensar que no logre los mismos objetivos, aunque a menor escala.
IV
Hace un tiempo, en la televisión nacional venezolana, Chávez se expresó a favor de la autodeterminación e independencia del “pueblo puertorriqueño.” El año pasado, en el comité de descolonización de la Organización de Naciones Unidas (ONU), varios países latinoamericanos se expresaron de la misma manera. Hoy sabemos por qué: Berríos, solapadamente, viajaba a través del lado sur del continente reclutando adeptos para su causa. Hasta el momento, se puede decir, que ha surtido efecto la maniobra. Pero, ¿qué realmente podemos esperar de ella?
Nunca debe ponerse en duda la habilidad de Berríos de sobrevivir en el campo de la política partidocrática. La hecatombe del partido, que se veía venir con la aplastante derrota de David Noriega en las elecciones del 1996, pudo ser sobrellevada gracias al campamento de su presidente vitalicio en la base naval de Vieques. Ante un nuevo reto (que parece ser más fulminante que los anteriores), éste se ha dado a la tarea de actualizar el discurso de su partido político conviniendo con la alianza neobolivariana chavista. Nuevamente, tal parecería que existiera voluntad hacia el cambio. Pero lo cierto es que a este conato de casamiento le subyace una sagaz necesidad de elevar las posibilidades de supervivencia del PIP bajo la partidocracia.
Al tomar prestado el antiamericanismo de Chávez, al tiempo que alza vuelo con el populismo que éste profesa (o coge pon, como quiera que sea), Berríos apuesta a revivir el discurso independentista pipiolo. Retórica en manos, espera seducir camadas de sujetos de consumo, conscientes de la apuesta geopolítica que representa el acceso al consumo y la acogida de la cadena global de distribución. Sin embargo, lejos de profesar la primicia del ecosistema, respetar la biodiversidad e instigar el ser sustentable como ethos, Berríos continúa obsesionado con su trofeo decimonónico: la independencia del país. Quizá sufra de un grado leve del status dementia que exhibe Pedro Roselló. Pero ésta no dejar de ser una enfermedad muy peligrosa, pues en este caso se estaría demonizando el acceso al consumo de los sujetos en aras de abrasar un populismo con claras líneas despóticas. El discurso de Chávez y Morales puede que funcione en países donde exista una base amplia de sujetos desahuciados, sin acceso al consumo. Pero en Puerto Rico, donde el consumo está institucionalizado (y en donde no lo está, es subsidiado por el aparato gubernamental partidocrático), las posibilidades de que este populismo se constituya en un discurso político contestatario son realmente muy pocas.
V
¿Es consciente Berríos de los alcances (y percances) de su apuesta? ¿Conoce a fondo los demonios que invoca? ¿Advierte las consecuencias de abrazar una nueva modalidad despótica que se propaga, al igual que el neoliberalismo, cual virus violento e incólume a través del territorio sudamericano? Hace falta el advenimiento de una voluntad de poder para oponerse al neoliberalismo del capitalismo líquido. Pero el populismo estatista chavista no es una respuesta sabia.
A diferencia de Aringosa, el camino trazado por Chávez y sus secuaces no logrará liquidar la duda y perpetuar un plano de consistencia que expulse el neoliberalismo de su definición acerca de lo real. Como todo capital, en especial el líquido, el neoliberalismo es de por sí una línea de fuga, presta a deconstruir la consistencia de cual plano, inclusive el propio.
Queda por ver si en el futuro Berríos vivirá sumido en la perpetua penitencia, sin lograr alcanzar la redención, eternamente pesaroso y dolido por su tonta adicción al romanticismo decimonónico. Ante tal escenario, y por el peso y valor de su convicción, debería ser perdonado, condenándolo a un eterno retorno a principios del siglo pasado.