martes, julio 04, 2006

C-59: LOS LÍMITES DE LA POLÍTICA DEL ESPECTÁCULO

J.S. Lucerna, MA
2006, Derechos Reservados

I
No hay nada peor que haberse acostumbrado a la política del espectáculo. La guerra partidocrática nuestra de cada día eventualmente dio paso a su virulenta mercantilización por parte de un capital semi-líquido con mentalidad latifundista que vio en su desenfrenada proliferación la posibilidad de multiplicar su plusvalía exponencialmente. Lo de cada día nos da la razón en esto: las innumerables páginas dedicadas a la política en cada uno de los diarios; las columnas de opinión que, casi exclusivamente, comentan a diario los deslices, las barbaridades y los desquicios partidocráticos de los políticos de turno; los obligados 15 minutos de política en los principales programas noticiosos televisivos; y las más de 18 horas diarias en más de 20 emisoras radiales (en banda AM) de programas de comentario político con la infinidad de interlocutores, politólogos y demás especímenes radiales que han convertido la radio en una especie de banda sonora de la Torre de Babel.

Es hartamente conocido el resultado de todo esto: la proliferación de discursos en el ámbito público ha resquebrajado los cimientos de la verdad moderna (Verdad) para convertirle en una serie de discursos inconexos de limitado arraigo distribuidos por vías determinadas a públicos (sujetos de consumo) específicos. Pero también la mercantilización de esta vorágine informática extrajo de sí cualquier valor de uso (Verdad) limitando su valor al puro intercambio, sin ningún otro significante que organizara su entendimiento que el signo más próximo, encadenándose así a la inconmensurable espiral simbólica que es el capitalismo tardío. Desde ambas instancias el resultado es el mismo: se sustrae de la información todo reducto de valor (sea de uso, sea de Verdad), quedando ésta como un simple objeto, sujeta a la cínica lógica del intercambio. Esa es la transparencia maligna de la política del espectáculo.

Es ante esta circunstancia, es de esperarse que los sujetos pierdan la capacidad de reacción e indignación ante la bochornosa situación desencadenada a partir de la divulgación del infame vídeo C-59. Pero en la medida en que el sujeto de consumo gana notoriedad en un mundo dominado por el capital líquido y la cadena global de distribución, queda la esperanza de que el peso de la ley caiga sobre los involucrados. Lo cual puede suceder siempre y cuando los demás protagonistas de la política del espectáculo no actúen en contubernio a modo de salvar o retrasar la caducidad de la partidocracia.

II
La plétora de acusaciones, discusiones caldeadas, investigaciones, reproches, pataletas y demás ademanes típicos de los políticos partidocráticos a raíz de la difusión del sonado vídeo sirve de recordatorio de la ruina de ese modo de practicar el ejercicio del poder político. Lo que subyace, sin embargo, a la controversia no es materia de juego: en un mundo penetrado transversalmente por la tecnología, donde los vectores de espacio y tiempo quedan comprimidos y aplanados bajo la rúbrica de la pantalla LCD, la profanación del espacio vital (o la invasión a la intimidad) queda como una de las instancias donde se práctica y polemiza el poder.

Queda como ejemplo el lío legal y político creado por George W. Bush al autorizar a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) a interceptar y grabar conversaciones telefónicas originadas o dirigidas al exterior de los Estados Unidos. El trasfondo o justificación de dicha violación al espacio vital lo es la guerra al terrorismo y la constante amenaza de ataques suicidas desatados por cédulas terroristas de supuesto origen musulmán. Para los sujetos víctimas de las operaciones de espionaje doméstico, el dilema queda entre protección a costa de la violación de su intimidad, o su aniquilamiento a manos de fanáticos religiosos foráneos. Eso no elimina la posibilidad de cuestionar tanto la naturaleza de las acciones del Presidente en cuanto al programa de espionaje, como de su discurso acerca de la inminencia de un ataque terrorista.

Ese no es el caso bajo la política del espectáculo. La intriga, el “chanchullo” y el desorden no trascienden debido a que el fin de la guerra partidocrática es su propio sostenimiento. La denuncia es el inicio de la “guerra nuestra de cada día” que mantiene el motor de la gestión política carburando constantemente. Su introducción desata toda una serie de sucesos y reacciones autocontenidas dirigidas a activar todas las piezas del engranaje y mantenerlas en constante movimiento.

En la mañana ocurre la denuncia: el legislador tal ha cometido tal crimen barbárico. Los medios masivos de comunicación concurren en la conferencia de prensa para darle voz al interlocutor. Se convierte en noticia la denuncia. A media mañana el aludido responde, escalando la violencia de su discurso. La respuesta no se hace esperar: puede ser a mediodía, media tarde o durante el noticiero de las 5 PM. En la noche, el noticiero de las 10 PM resume todo lo acontecido. Un día más de la “guerra nuestra de cada día,” la partidocracia.

Ante esto, el sujeto queda sometido a la política del “shock.” Si su norte ideológico/discursivo sigue siendo la razón, su capacidad de respuesta se limita. ¿Cómo discernir ante la multiplicidad de discursos, posturas y posiciones, dónde radica la “Verdad”? Pero si el precepto del sujeto es el consumo, su facultad para responder ante la retahíla de dimeydiretes transmuta. Entonces adviene la política del espectáculo, donde la “guerra nuestra de cada día” es una instancia de consumo, un flujo del deseo del cual los sujetos se acoplan con tal de satisfacer su apetencia de placer. Pero como todo proceso de consumación, el término deja la puerta abierta a la repetición ad infinitum del mismo suceso. Es la compulsión por la repetición, el “deseo del eterno retorno” perpetuado.

Bajo estas premisas, el vídeo C-59 nunca hubiera trascendido más allá de un chisme de pasillo, una garata más de las nueve de la mañana que al otro día sería suplantada por una nueva. Pero…

III
Lejos de ser un sujeto uniforme con un solo significante, el sujeto del consumo es polivalente. Su radio de acción es guiado por la constante búsqueda de flujos del deseo que le aseguren su singular existencia. Esto no quiere decir que sean ratas de laboratorio que en la eterna búsqueda de placer son capaces de electrocutarse hasta cometer “suicidio.” Dado que el plano de consistencia ha cambiado, que las circunstancias no son las mismas, sería ingenuo pensar que el sujeto del consumo es un zombi atrapado en la espiral del consumo. En él se cierne un discurso que toma como norte etimológico la sustentabilidad, el equilibrio y la biodiversidad. A modo de garantizar su acceso al consumo, éste debe asumir posturas políticas y discursivas que permitan un equilibro dentro del plano de consistencia particular. Su ethos es garantizar la sustentabilidad y el único modo de lograrlo es a través de la biodiversidad; la convivencia simultáneamente entre sujetos y capital líquido bajo las condiciones impuestas por la cadena global de distribución.

De este modo Bono, el emblemático cantante del grupo de rock inglés U2 asegura, en su cruzada por erradicar la pobreza en África, no tener problemas con el discurso de la “responsabilidad social empresarial.” A través de éste, el capital líquido construye nuevos mercados al tiempo que contribuye a estabilizar (equilibrar) los nuevos territorios penetrados, instaurando así su particular modo de producir la realidad (biodiversidad revertida) y asegurando su sustentabilidad (la del capital líquido por supuesto). Pero eso no resta que los sujetos habitantes de dichos territorios alcancen un otro equilibro (la sociedad de consumo), acepten su instauración (biodiversidad), e intenten mantenerle sustentable.

Son las nuevas reglas del juego. No es tan simple, no es tan fácil. Dentro de este ethos se generan conflictos, luchas y batallas. Se generan incertidumbres. Existen (y se propagan) áreas grises. Después de todo, la transparencia del mal soslaya la propia lógica del capital líquido y la propagación virulenta de signos sin significante que implica la sociedad de consumo. Pero ahí radica el verdadero reto de esta nueva instancia del capitalismo: ¿cómo lograr el equilibro, cómo asumir la biodiversidad que nos acecha, como sostener un sistema políticamente viable? Ante el surgimiento de la China como primera potencia mundial las preocupaciones sobre el autoritarismo vuelven a florecer. Puede que este modelo sea viable bajo el estatismo desmesurado y acaparador, pero la biodiversidad estructural que implica una economía planificada en concubinato con el capital líquido no implica, necesariamente, biodiversidad para los sujetos. Es este un foco de tensión dentro de la cadena global de distribución que marca luchas futuras y la agencia del sujeto del consumo. Esta queda marcada por dichos vectores; no por el lugar en la producción que pueda ocupar el sujeto, ni por el valor de uso o el valor de cambio.

IV
Ante los retos de un nuevo mundo en ciernes, el controvertible C-59 puede convenir en una instancia donde la política del espectáculo no sólo transmuta a espectáculo de la política; es de esperar que también se convierta en una posición desde la cual pueda levantarse la agencia del sujeto de consumo. No olvidemos que lo que subyace al incidente es una trama de espionaje tecnológico y cibernético trabado en el drama partidocrático. En la superficie pareciese ser una controversia más de la “partidocracia nuestra de cada día.” Pero el obviar sus implicaciones éticas pudiese desembocar en una renuncia subrepticia a la protección de la intimidad del individuo. La propia naturaleza de la controversia atenta contra la sociedad de consumo y su sujeto. La biodiversidad se verá amenazada en tanto y en cuanto se permita la persecución político-partidista, y figuras de poder utilicen a su antojo los recursos y aparatos del Estado para adelantar sus caducas causas. La sustentabilidad queda desafiada en la medida en que el poder intenta ser monopolizado y un modelo particular acerca de lo real (ya caduco) pretende ser impuesto a la fuerza.

No hay biodiversidad revertida ante este escenario, y por más que sea consumida y consumada la controversia, el equilibrio queda amenazado. Habrá que esperar las consecuencias del acto tanto de los actores de la partidocracia como de los sujetos del consumo solventes prestos a defender su plano de consistencia.

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