lunes, abril 10, 2006

El Fin del Mundo se Apodera del Capitolio...

o la Caducidad de la Partidocracia…

J.S. Lucerna
© Derechos Reservados, 2006

I
¿Qué resulta más revulsivo: huestes separatistas irrumpiendo alocadamente en la “casa de las leyes,” los comentarios del homenajeado haciendo creer que aun vivimos en la guerra fría, o el empeño testarudo de una legisladora estadoista que no vivió ni la guerra fría y que aun no reconoce la actual vigencia de la globalización? Esta pregunta, que simultáneamente intenta abordar tres instancias de un mismo incidente, equiparando en magnitud y cuantía lo desventurado de cada una de ellas, puede resultar ofensiva no a los presuntos implicados, sino aquellos que en la distancia otorgada por el cinismo posmoderno observan inadvertidamente y consumen. Esta indiferencia se produce en reacción al empeño de la mayoría legislativa de continuar respondiendo a una clase política en peligro de extinción y un imaginario de guerra fría que, francamente, dejó de existir hace ya 15 años. El imaginario puede hacer titulares hoy día. Muestra de ello es la importancia otorgada al suceso en los periódicos y noticiarios televisivos del país a la soberbia con que las huestes separatistas vivieron el repudio al homenaje, y el discurso evocado por Labatud acerca de las facciones “castrenses.” Pero: ¿realmente vale la pena el gasto afectivo en ello?
Querrá leerse en el suceso la reanimación del movimiento separatista, avivado ya por el asesinato de Ojeda Ríos y las intervenciones atropellantes del FBI en las últimas semanas. La facción anexionista lo verá como otra evidencia de la barbarie que nos espera bajo la república, mientras que la vieja guardia del exilio cubano lo utilizará como una excusa para avivar un discurso desgastado y completamente alejado de la realidad (si, ese del embargo cubano). Pero estos sucesos no son otra cosa que una instancia más donde los discursos dominantes en la época de la partidocracia se muestran como regímenes de verdad débiles y hasta obsoletos. No hubo ganadores en la contienda por el homenaje a Julio Labatud. Tampoco hubo perdedores. En todo caso lo que quedo fue la puesta en escena de discursos complementarios válidos en una época ya pasada, pero que hoy día no logran calar en el imaginario del sujeto de consumo.

II
Prácticamente un año después de protagonizar una de las huelgas más desprestigiadas de la historia en la Universidad de Puerto Rico, la izquierda separatista universitaria vuelve a protagonizar otro bochornoso acto público. En alzada contra lo que se considera un acto reprobable de homenajear a uno de los protagonistas de las sangrientas luchas de los setenta en el país, esta tomó literalmente por asalto el Capitolio agrediendo, insultado y destruyendo lo que encontraron a su paso. Fue un ejercicio manipulado de poder. Ante los constantes desagravios sufridos a manos de las autoridades federales en los últimos meses, los fieles de la revolución apostaron de antemano que generando caos y la ira de las autoridades locales, lograrían las simpatías del público, aquel que ellos construyen como “pueblo.” Su indignación sería reprimida por “los aparatos represores del Estado,” colocándoles así como víctimas del “orden colonial.” En fin, se esperaba una recreación de la Masacre de Ponce.
En cambio, fue la “fuerza represiva del Estado” y el exilio cubano los que sufrieron el embate, los que aparecieron como víctimas. La escandalosa irrupción en la rotonda, la destrucción de propiedad pública, los desagravios, la violencia y los insultos quedaron del lado de los revoltosos revolucionarios separatistas. El despliegue de violencia fue a tal grado que los reporteros televisivos se mantuvieron callados mientras las escenas fluían, transitaban por la pantalla televisiva de miles de puertorriqueños. Antes a los “independentistas no afiliados” se despachaban en la esfera pública con la frase “bonche de revoltosos;” ya no. Ahora, gracias a los sucesos de la huelga universitaria del 2005 y la toma por la fuerza de la rotonda del capitolio, la actitud generalizada debe ser “cuidado con ellos…” ¡Vaya manera de lograr la revolución!
El problema, sin embargo, no es de métodos. Después de todo, cada día vemos muestras de violencia en la televisión alrededor del mundo, incluso en protestas de estudiantes, de musulmanes, de trabajadores molestos por las condiciones neoliberales impuestas bajo la globalización. Se trata más bien de un asunto de relevancia. Mientras los inmigrantes en Francia toman las calles y destruyen todo lo que encuentran a su paso, su violencia se fundamenta en su exclusión de la esfera de consumo. La misma razón por la cual, meses después, los estudiantes e hijos de la clase media trabajadora francesa toma las calles y decreta una huelga general en todo el país. Igual sucede con los inmigrantes en Estados Unidos, quienes se encuentran al borde de ser expulsados de la esfera de consumo y despojados de su subjetividad. Los musulmanes, por su parte, protestan contra la caricaturización de Mahoma, en un gesto que evidencia un claro repudio a la política neoliberal de homogeneización y, por qué no, de aplanamiento del mundo.
En cambio, la izquierda en Puerto Rico sigue anclada en el imaginario moderno de la guerra fría: Estados Unidos como agresor y represor, intentando liquidar, una vez más, el empuje naturalmente moderno hacia la soberanía. Los estudiantes en la UPR protestan por un alza en los costos de matrícula amparados, no en el acceso a la esfera de consumo, sino en la idea moderna y monástica de un acceso medieval al conocimiento. Es un imaginario cimentado en el discurso pseudos marxista de la clase trabajadora como sujeto revolucionario. El problema radica en encontrar dicha clase trabajadora. Y es que ya ésta ha sido desplazada por el sujeto del consumo. Sujeto cuyas preocupaciones radican en el acceso a éste, y donde la propia naturaleza de su subjetivación le hace renunciar perennemente a la idea romántica del separatismo decimonónico. Aquí la identidad nacional transmuta a un objeto más, presto a su consumo, el cual no contradice las condiciones de existencia del sujeto: el mundo globalizado, interconectado y aplanado.
Por consiguiente, ese sujeto logra suficiente distanciamiento como para condenar subrepticiamente los sucesos protagonizados por aquellos que dicen defenderle. El discurso de izquierda no le interpela. Si se identifica con la violencia creada y recreada lo hace como objeto presto al consumo, como parte del espectáculo de la política.

III
Otra parte de la ecuación involucra a la vieja guardia del exilio cubano. La trifulca creada fue correspondida con la clase de violencia que no exhibieron los “aparatos represores del estado.” Ante la acometida de los revoltosos al salón de audiencia, los participantes del homenaje respondieron con la agresión defensiva por medio del uso de los extintores de incendio. Toda una escena. Pero más sorprendente aun fue constatar la edad de los que repelieron el desagravio: todos sobre los cincuenta años de edad (quizá mayores de sesenta). Si, gladiadores de la guerra fría dispuestos en aquella época (los años setenta) de cualquier cosa con tal de derrocar el régimen comunista de Fidel Castro. Para ellos lo sucedido debió haber sido una recreación de otros tiempos más felices y donde el repudio al régimen castrista era sinónimo de apoyo al embargo comercial estadounidense sobre la mayor de las Antillas. En resumidas cuentas, el comentario de Julito Labatud en el noticiero del canal cuatro, aludiendo a la complicidad de los revoltosos con el apoyo al régimen castrista; en cierta medida, no estaba equivocado del todo…
Sin embargo, y nuevamente, su comentario al igual que las acciones de sus adeptos parece reflejar añoranza por tiempos ya pasados donde la oposición a Castro y el apoyo al embargo se daban por sentados. La economía global y el realineamiento del poder basado en el petróleo y otras fuentes energéticas han debilitado el apoyo al embargo, dado que el régimen de verdad que le sostenía ha ido desapareciendo. Semanas antes, el Clásico Mundial de Béisbol le había dejado un mal sabor en la boca al exilio al ver como el parque se inundaba de seguidores del deporte a ver un equipo cubano de calidad y… ¡castrista! Una instancia adicional donde se refleja la forma en que posturas políticas de la guerra fría e incrustadas en el pensamiento moderno pasan a segundo plano para el sujeto del consumo. De igual manera se refleja el que Cuba se convierta en un destino turístico para los europeos y canadienses, y que la cadena global de distribución considere el país como un socio potencial.
Más complicado le resulta a la vieja guardia el hecho de que el realineamiento del poder ha producido un frente en contra del neoliberalismo conformado por gobiernos con tendencias dictatoriales. Chávez, quien poco a poco le ha restado poder político en el hemisferio a Estados Unidos, profesa su lucha contra el neoliberalismo a base de un estatismo cuasi leninista, con una economía regulada por el Estado, revestido de un fuerte populismo. Éste a su vez ha redistribuido su poder político a través de la zona, compartiéndolo con Fidel como figura fuerte del hemisferio, reclutando a otros (como Krichner y Lula) y apoyando el emerger de otros (como el caso de Evo Morales en Bolivia y el casi seguro triunfador de las elecciones peruanas Ollanta Humala).
Debe resultar frustrante para los veteranos del exilio el resurgir del estatismo populista, de corte socialista, centrado en una figura fuerte. Para ellos, Chávez debe lucir como “el eterno retorno” de Fidel. Pero su discurso anticastrense carece de arraigo en la sociedad de consumo actual siempre y cuando su lucha está basada en preceptos decimonónicos acerca de la libertad moderna y la tiranía como limitación de ese derecho. La geopolítica del petróleo, basada en la dependencia al mismo y la competencia con otras regiones (China) para su consumo, plantea un mundo (aplanado) donde lo político queda subyugado a la cadena global de distribución, única instancia garantizadora del acceso al consumo. No debe quedar duda acerca del rechazo que debería haber a esta nueva forma de totalitarismo que amenaza con arropar a la zona (y también al mundo aplanado); pero son otras las reglas del juego, otros los preceptos que deben fomentar su desafío.

IV
¿Y qué de la principal protagonista del evento, la representante Jennifer González? Sería errado atribuirle ignorancia o inocencia a la estimada representante. Los lazos afectivos y conspirativos que unieron la actual guardia del Partido Nuevo Progresista con el viejo exilio cubano son muy estrechos y fuertes como para ser ignorados. Allí, en plena guerra fría, ambos fueron protagonistas de la versión criolla de la Operación Cóndor trasandina que encabezara Pinochet y otros dictadores latinoamericanos con el auspicio de los Estados Unidos en los años setenta. Para el exilio, se trataba de la propagación virulenta del espíritu del comunismo, cáncer que amenazaba los cimientos de la democracia capitalista de la propiedad privada y la libre competencia. Para el estadoismo la sociedad con el exilio era el perfecto matrimonio, en la medida en que creaba la ecuación independencia=comunismo (y más adelante, república bananera). Así tomó forma la versión criolla bajo la gobernación de Carlos Romero Barceló, siendo los asesinatos en el Cerro Maravilla el suceso más conocido, pero no el único. La muerte de Carlos Muñiz Varela fue un suceso más, en una larga lista de incidentes dirigidos a construir el imaginario de la amenaza comunista y fortalecer el capital político de los estadoístas. Aun recuerdo cuando niño mis vecinos PNP’s me hablaban de cómo si el Partido Socialista Puertorriqueño triunfaba en las elecciones, los aeropuertos serían cerrados y nos obligarían a todos a vivir bajo el yugo esclavista de los comunistas.
Pero el crecimiento experimentado por el PNP durante la década del setenta se debió más al establecimiento de los cimientos de la sociedad de consumo, que a la inminente amenaza que representó el comunismo en aquella época. Ante la caducidad del discurso latifundista de Muñoz Marín y el Partido Popular Democrático (PPD) y la falta de arraigo entre los sectores marginados de la costa y las ciudades, el PNP alzó vuelo prometiendo el advenimiento de la clase media para todos con la llegada de la estadidad. El estacazo sufrido por el PPD con la crisis del petróleo del 1973 sumió en una profunda crisis el modelo de desarrollo que hasta esa fecha había sido muy exitoso. El PNP pasó de ser un partido triunfador por omisión en el 1968 (dada la cisma ocurrida en la cúpula del PPD), a uno fuertemente establecido y triunfante en el 1976. La avalancha de fondos federales que llegaron a la isla a partir de esa fecha le solidificó aun más, en la medida que el imaginario clasemediero pareció hacerse realidad. Esto coincidió con el debilitamiento progresivo del sector separatista, que sufrió un revés definitivo con el aplastamiento de la huelga universitaria del 1981.
Sin embargo, el capital político acumulado en la última parte de los setenta no sirvió para concretar la idea de la estadidad. En la medida que la sociedad de consumó fue consolidándose y el país comenzó a ocupar su lugar dentro de la cadena global de distribución, el régimen de verdad que le otorgaba validez a cualquier discusión de status comenzó irremediablemente a debilitarse. Esto se evidencia en la forma en que Pedro Roselló se apoderó del discurso de izquierda acerca de la colonia para reavivar su empeño en alcanzar la estadidad; “colonia,” “fin del colonialismo,” “ciudadanos de segunda clase.” Ante la consolidación de la sociedad de consumo y el emerger de su sujeto, queda caduco el discurso clasemediero sobre el advenimiento de la estadidad como panacea económica para los pobres. Pero denunciar el colonialismo o presentar a los puertorriqueños como ciudadanos de segunda clase, ya no la hace.
Es por esto que el estadoismo recurre a viejas alianzas, fantasmas y discursos para tratar de revalidar su vigencia como partido. De igual manera lo hacen los tres partidos políticos, y todos sufren la misma consecuencia: su caducidad como discurso. Por eso resulta paradójico pensar que es este el momento donde el dilema del status quedará resuelto. En la mente de muchos puertorriqueños, en la medida que acceden la esfera de consumo y que su permanencia en ésta depende de su inserción en la cadena global de distribución, este ya está resuelto. La puertorriqueñidad es una instancia más de consumo, como pudo constatarse en el pasado Clásico Mundial de Béisbol, sin consecuencias políticas inmediatas, en un mundo donde la geopolítica ya ha colocado dichas categorizaciones modernistas en un segundo plano.
Así, cuando la mencionada representante escoge revivir viejos convenios como resucitar el repudio separatista contra el pitiyanquismo, se evidencia tanto el debilitamiento de la identidad política basado en los preceptos modernos de lo nacional, como la desesperación de ese sector en reanimar lo que yace natimuerto, sino enterrado.

V
Un suceso tan lamentable como el presenciado aquel día sirve para evidenciar: la virulenta marcha acéfala de un izquierdismo perdido en credos envejecidos y caducos; una diáspora en otros días violenta y virulenta, que resiente la pérdida de vigencia de su discurso y lucha; un partido político sumergido (al igual que sus otros dos cómplices) en una crisis discursiva que amenaza su propia existencia y de la cual, cada día, parece que no podrá escapar.
En otros tiempos, los sucesos del 30 de marzo (al igual que el asesinato de Ojeda Ríos o los atropellados allanamientos contra ciudadanos vinculados al separatismo) hubieran generado, al menos, inquietud en la esfera pública. Pero el cinismo que caracteriza esta época, la del sujeto del consumo, la cadena global de distribución y el mundo aplanado, le impide a los sujetos reaccionar de otra manera que no sea “¡ahí van otra vez los de la FUPI!” ¿Desinterés, complacencia o desdeño? Quizá un poco de cada una. Pero también puede ser que los flujos de deseo del sujeto ya no radiquen en la política del espectáculo, sino en el espectáculo de la política. En cuyo caso, tanto separatistas como exiliados y estadoistas le estarán hablando al viento.

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