TECNOCRACIA Y SERVILISMO II: "A REPRISE"
J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados
I
En el primer capítulo del libro A Dummy’s Guide to Partisanship (aquel que guarda en su maletín todo político, particularmente aquellos que defienden la gestión del actual gobernador), se alienta a los futuros practicantes de la partidocracia a perfeccionar el arte de la comunicación contradictoria. ¿En qué consiste? En lanzar la verdad de frente para luego desmentirla, con el noble propósito de dejar saber lo que van a hacer (o dejar de hacer) en primera instancia, para luego sembrar la duda y desmentir lo que se haya dicho. El ejercicio tiene como propósito lanzar la advertencia, para luego cubrirse bajo el manto del discurso oficialista, partidocrático, que repita la misma retórica a la que los políticos nos tienen acostumbrados. Esto se puede apreciar cristalinamente con la controversia generada previo a la convención del Partido Nuevo Progresista (PNP): a nadie le queda duda de que allí los supuestos tres posibles candidatos a la gobernación en la próxima contienda electoral fueron a medir fuerzas. No importa cuantas veces lo desmientan, la importancia otorgada al evento, los “dimes y diretes,” las amenazas, los empujones y los tapabocas. Al final de lo que se trata es, en palabras de Fortuño, de medir fuerzas y de que “nadie lo callará.”
Esto nos lleva a retomar una discusión que en otro momento ya se había abordado. Es imprescindible abordar las groseras acciones del Secretario de Educación, el doctor Aragunde, y su secuaz, Waldo, destiladas en la última semana a través del periódico El Nuevo Día. Primero, Waldo reconoce que, después de todo, resulta imposible despolitizar el Departamento de Educación (ya que, en primer lugar, los mismos políticos lo pusieron ahí). Luego, éste es desmentido por su jefe, doctor Aragunde, al señalar que la reorganización “como quiera va.” ¿A quién creerle? No hace falta dilucidar tal polémica, pues se trata de un “monstruo de dos cabezas.” Tiene razón tanto uno como el otro.
Entonces, ¿cómo entenderle(s)? Harina de otro costal. Lo que sucede es que, de un lado, Waldo dice lo que en efecto va a suceder: los planes anunciados hace algún tiempo sobre la reorganización del Departamento y el ahorro de $24 millones se hicieron agua: fue una quimera, un planteamiento lanzado al aire por aquello de lucir bien en medio de la crisis de mayo. Rápidamente, el doctor lo desmintió (pero no lo reprendió): “el plan continúa, lo que pasa es que va a tomar más tiempo” (¿cuánto, 6 años? ¿Lo que resta de cuatrienio y el próximo?). ¿Y el ahorro? No lo pudo precisar. Primero se dice lo que va a suceder. Luego se retoma el discurso partidocrático y subsana lo que debería resultar escandaloso. Que mayor prueba de que tanto uno (el doctor) como el otro (su secuaz) necesitan renunciar, largarse y exiliarse en la frontera entre el Líbano e Israel, para ver si la miseria (aquella que tiene que ver con hambre, muerte y violencia) les hace recuperar la humanidad, el compromiso y el respeto.
II
No queda la cosa ahí. Meses atrás, como muestra de que en lo de la “educación especial” se hacía algo, el doctor Aragunde anunciaba con bombos y platillos la designación de un especialista en la materia que enderezaría finalmente el mayor lastre que ha tenido el Departamento en su historia. La triste realidad: seis meses después el designado salió corriendo al darse cuenta de que allí (en el Departamento) lo que se hace es estar por estar. No existe voluntad, ni tampoco la habrá.
Imagine usted la situación. Por un cuarto de siglo los padres de estudiantes de educación especial han tenido que ir hasta el Tribunal para que el Departamento cumpla lo que la constitución le ha delegado: no discriminar y ofrecer educación de calidad a todos sus participantes. Pero no. Ni el diálogo ni la negociación sirvieron de algo. Hubo que ir hasta la justicia para que los encontrara en desacato, para que les declarara en craso incumplimiento de su labor ministerial. Cada día que son citados, los leguleyos del Departamento van a corte con tácticas dilatorias para intentar entorpecer y detener lo que por derecho les pertenece a los estudiantes de educación especial. Prueba que para ser funcionario de esta dependencia gubernamental hace falta cara de lata, poca formación ética y ganas de recibir un jugoso cheque todas las quincenas. ¿Y los estudiantes del programa? Bien, gracias.
Delegar lo que por deber ministerial les toca raya en lo absurdo. Quizá sea un reconocimiento de la incapacidad del gobierno de lidiar con sus propios deberes y responsabilidades. Quizá sea cuestión de advertir la necesidad de contar con el llamado tercer sector, de integrar a la sociedad de consumo en el quehacer ciudadano. Pero encomendar tan importante tarea a una agencia privada con escasa experiencia en la implementación de estrategias efectivas de educación especial habla más de la incompetencia de unos (Departamento de Educación) que la competencia de otros. Así lo hizo saber el saliente Secretario Asociado de Educación Especial. Y bueno, no puede olvidarse, éste fue reclutado en principio por ser un “experto en la materia.”
III
Siempre existen momentos donde la incompetencia y desfachatez se hacen a un lado y le permiten a un funcionario partidocrático reconocerse así mismo por lo que ciertamente es. El doctor Aragunde, entonces, en un breve momento de lucidez, reconoció que su gestión no es guiada por marco filosófico alguno. Él sólo asegura que todos reciban educación (la que sea: de buena o mala calidad; o simplemente deficiente) y que la misma sea impartida sin trazos sectarios. Valiente reconocimiento. Pero si espera que lo feliciten por ello, está equivocado. Como doctor en filosofía, él sabe más que eso. Es la confesión de que la razón para aceptar el cargo se reducía, simplemente, a engordar el cheque de su pensión.
Galante objetivo. Mientras, no sólo los estudiantes de educación especial, sino los del sistema en su totalidad siguen su paso a través de una dependencia que, en todo caso, disminuye su competitividad en un mercado laboral cada día más estrecho.
IV
Al tiempo en que todo esto ocurría, la doctora Gloria Baquero, ex titular del Departamento, resurgió relampagueantemente en la esfera pública para recordarnos aquello que los políticos partidocráticos no están dispuestos a aceptar (y la razón por la cual fue expulsada fulminantemente hace ya poco más de un año). Para despolitizar el Departamento de Educación hace falta verdadera autonomía fiscal y programática del gobierno de turno, el nombramiento por doce años del Secretario/a, y contar con la opinión de los participantes de la educación pública (padres y estudiantes). Doña Gloria se plantea la necesidad de tomar en cuenta el ecosistema (un sistema educativo hiperpolitizado), la biodiversidad (contar con aquellos que reciben la educación), y la sustentabilidad (independencia económica y política en la gestión pública).
No cabe duda que las actuaciones del doctor Aragunde y su secuaz Waldo reafirman la validez no sólo de los planteamientos de la doctora Baquero, al igual que la vigencia de su obra (esto por las groseras, torpes e ignorantes acciones de un bonche de políticos latifundistas). Pero también sirve para desenmascarar las actuaciones frívolas del gobernador, cubiertas de un manto de armonía y un discurso reconciliatorio, falto de compromiso con el futuro del país.
2006, Derechos Reservados
I
En el primer capítulo del libro A Dummy’s Guide to Partisanship (aquel que guarda en su maletín todo político, particularmente aquellos que defienden la gestión del actual gobernador), se alienta a los futuros practicantes de la partidocracia a perfeccionar el arte de la comunicación contradictoria. ¿En qué consiste? En lanzar la verdad de frente para luego desmentirla, con el noble propósito de dejar saber lo que van a hacer (o dejar de hacer) en primera instancia, para luego sembrar la duda y desmentir lo que se haya dicho. El ejercicio tiene como propósito lanzar la advertencia, para luego cubrirse bajo el manto del discurso oficialista, partidocrático, que repita la misma retórica a la que los políticos nos tienen acostumbrados. Esto se puede apreciar cristalinamente con la controversia generada previo a la convención del Partido Nuevo Progresista (PNP): a nadie le queda duda de que allí los supuestos tres posibles candidatos a la gobernación en la próxima contienda electoral fueron a medir fuerzas. No importa cuantas veces lo desmientan, la importancia otorgada al evento, los “dimes y diretes,” las amenazas, los empujones y los tapabocas. Al final de lo que se trata es, en palabras de Fortuño, de medir fuerzas y de que “nadie lo callará.”
Esto nos lleva a retomar una discusión que en otro momento ya se había abordado. Es imprescindible abordar las groseras acciones del Secretario de Educación, el doctor Aragunde, y su secuaz, Waldo, destiladas en la última semana a través del periódico El Nuevo Día. Primero, Waldo reconoce que, después de todo, resulta imposible despolitizar el Departamento de Educación (ya que, en primer lugar, los mismos políticos lo pusieron ahí). Luego, éste es desmentido por su jefe, doctor Aragunde, al señalar que la reorganización “como quiera va.” ¿A quién creerle? No hace falta dilucidar tal polémica, pues se trata de un “monstruo de dos cabezas.” Tiene razón tanto uno como el otro.
Entonces, ¿cómo entenderle(s)? Harina de otro costal. Lo que sucede es que, de un lado, Waldo dice lo que en efecto va a suceder: los planes anunciados hace algún tiempo sobre la reorganización del Departamento y el ahorro de $24 millones se hicieron agua: fue una quimera, un planteamiento lanzado al aire por aquello de lucir bien en medio de la crisis de mayo. Rápidamente, el doctor lo desmintió (pero no lo reprendió): “el plan continúa, lo que pasa es que va a tomar más tiempo” (¿cuánto, 6 años? ¿Lo que resta de cuatrienio y el próximo?). ¿Y el ahorro? No lo pudo precisar. Primero se dice lo que va a suceder. Luego se retoma el discurso partidocrático y subsana lo que debería resultar escandaloso. Que mayor prueba de que tanto uno (el doctor) como el otro (su secuaz) necesitan renunciar, largarse y exiliarse en la frontera entre el Líbano e Israel, para ver si la miseria (aquella que tiene que ver con hambre, muerte y violencia) les hace recuperar la humanidad, el compromiso y el respeto.
II
No queda la cosa ahí. Meses atrás, como muestra de que en lo de la “educación especial” se hacía algo, el doctor Aragunde anunciaba con bombos y platillos la designación de un especialista en la materia que enderezaría finalmente el mayor lastre que ha tenido el Departamento en su historia. La triste realidad: seis meses después el designado salió corriendo al darse cuenta de que allí (en el Departamento) lo que se hace es estar por estar. No existe voluntad, ni tampoco la habrá.
Imagine usted la situación. Por un cuarto de siglo los padres de estudiantes de educación especial han tenido que ir hasta el Tribunal para que el Departamento cumpla lo que la constitución le ha delegado: no discriminar y ofrecer educación de calidad a todos sus participantes. Pero no. Ni el diálogo ni la negociación sirvieron de algo. Hubo que ir hasta la justicia para que los encontrara en desacato, para que les declarara en craso incumplimiento de su labor ministerial. Cada día que son citados, los leguleyos del Departamento van a corte con tácticas dilatorias para intentar entorpecer y detener lo que por derecho les pertenece a los estudiantes de educación especial. Prueba que para ser funcionario de esta dependencia gubernamental hace falta cara de lata, poca formación ética y ganas de recibir un jugoso cheque todas las quincenas. ¿Y los estudiantes del programa? Bien, gracias.
Delegar lo que por deber ministerial les toca raya en lo absurdo. Quizá sea un reconocimiento de la incapacidad del gobierno de lidiar con sus propios deberes y responsabilidades. Quizá sea cuestión de advertir la necesidad de contar con el llamado tercer sector, de integrar a la sociedad de consumo en el quehacer ciudadano. Pero encomendar tan importante tarea a una agencia privada con escasa experiencia en la implementación de estrategias efectivas de educación especial habla más de la incompetencia de unos (Departamento de Educación) que la competencia de otros. Así lo hizo saber el saliente Secretario Asociado de Educación Especial. Y bueno, no puede olvidarse, éste fue reclutado en principio por ser un “experto en la materia.”
III
Siempre existen momentos donde la incompetencia y desfachatez se hacen a un lado y le permiten a un funcionario partidocrático reconocerse así mismo por lo que ciertamente es. El doctor Aragunde, entonces, en un breve momento de lucidez, reconoció que su gestión no es guiada por marco filosófico alguno. Él sólo asegura que todos reciban educación (la que sea: de buena o mala calidad; o simplemente deficiente) y que la misma sea impartida sin trazos sectarios. Valiente reconocimiento. Pero si espera que lo feliciten por ello, está equivocado. Como doctor en filosofía, él sabe más que eso. Es la confesión de que la razón para aceptar el cargo se reducía, simplemente, a engordar el cheque de su pensión.
Galante objetivo. Mientras, no sólo los estudiantes de educación especial, sino los del sistema en su totalidad siguen su paso a través de una dependencia que, en todo caso, disminuye su competitividad en un mercado laboral cada día más estrecho.
IV
Al tiempo en que todo esto ocurría, la doctora Gloria Baquero, ex titular del Departamento, resurgió relampagueantemente en la esfera pública para recordarnos aquello que los políticos partidocráticos no están dispuestos a aceptar (y la razón por la cual fue expulsada fulminantemente hace ya poco más de un año). Para despolitizar el Departamento de Educación hace falta verdadera autonomía fiscal y programática del gobierno de turno, el nombramiento por doce años del Secretario/a, y contar con la opinión de los participantes de la educación pública (padres y estudiantes). Doña Gloria se plantea la necesidad de tomar en cuenta el ecosistema (un sistema educativo hiperpolitizado), la biodiversidad (contar con aquellos que reciben la educación), y la sustentabilidad (independencia económica y política en la gestión pública).
No cabe duda que las actuaciones del doctor Aragunde y su secuaz Waldo reafirman la validez no sólo de los planteamientos de la doctora Baquero, al igual que la vigencia de su obra (esto por las groseras, torpes e ignorantes acciones de un bonche de políticos latifundistas). Pero también sirve para desenmascarar las actuaciones frívolas del gobernador, cubiertas de un manto de armonía y un discurso reconciliatorio, falto de compromiso con el futuro del país.
1 Comments:
Hola compañero bloguero. He llegado hasta su morada electrónica por casualidades o causalidades del caminar por las páginas que llegan a estos otros lares. Primero, déjame felicitarle por su elocuencia, que aunque con breves deslices de ortografía, llegan con un profundo efecto a la mente de un lector como yo. Segundo, creo que sus opiniones (dado que son opiniones lo que usted concierta) en cuanto a las situación propuesta son muy acertadas o, más bien, parecidas a las mías. Sin embargo, siento que ciertas divagaciones que no vienen al caso en cuestión le restan fuerza a su discurso y le hacen, tal vez, ver al borde del fanatismo. Aun así, siento que es una afirmación bastante clara (aunque un poco sínica, lo cual me gustó) de como nos sentimos muchos de los que aquí en Puerto Rico recidimos. Esto es para nosotros "pan de cada día" y querrámoslo o no lo seguirá siendo, a menos de que, como usted, hayan personas que se atrevan a discutirlo y hacer algo en favor del pueblo sin esperar nada a cambio.
Muchas gracias y mucho éxito.
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