ENEMIGOS ÍNTIMOS
J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados
I
De pequeño recuerdo haberme encontrado a “Torito,” aquel personaje del Colegio de la Alegría, en un parque de “Guaynabo City” ya desaparecido y donde hoy día su lugar es ocupado por un restaurante de comida rápida chino. Mi impulso chiquillesco fue de ir corriendo a saludar a aquel personaje que tanto me hacía reír por las tardes al regresar del colegio. Pero mi padre me advirtió que aquel individuo no era Torito; era sólo una persona que llevaba su rostro, pero que en realidad se comportaba de otra forma.
Ese recuerdo debe haber sido una de mis primeras aproximaciones al desdoblamiento del sujeto que representó la televisión como disloque entre el espacio y el tiempo, y la creación de realidades alternas no entendibles en un solo plano. Más adelante comprendí que dicho desdoblamiento no es exclusivo ni de la televisión ni la radio (ni los medios masivos de comunicación); es una de las condiciones existencia dentro de un mundo plano, empequeñecido y donde la simultaneidad hace que todo esté presente al mismo tiempo, pero también no lo está (por parámetros puramente modernos). Allí debió estar Torito, pero no estaba. En cambio, estaba esa persona que representaba al personaje en otra parcela de lo real, distinta (pero no menos válida) que la que yo habitaba en aquel momento.
No es difícil perderse entre tanta paradoja. Ni tampoco es necesario ser pequeño o transitar todavía las aguas del pensamiento concreto para confundirse ante tan perpleja realidad. A veces lo que falta es convencimiento, o ganas de convencer para lograr tamaña hazaña. Sino lo cree, pregúntele a Thomas Rivera Schatz y a Gerardo Cruz Arroyo.
II
En los confines de la política del espectáculo, Rivera Schatz debe ser uno de los personajes más odiados en la historia de la partidocracia. Su fogosidad a la hora de atacar despiadadamente a sus adversarios políticos, su autoritarismo perverso evidenciado en la ejecución de directrices por parte de su jefe político, y un capital cultural formado primordialmente por frases pueblerinas dirigidas a denigrar cuanto adversario se le cruce en el camino (y sin omitir todo tipo de frase soez), forman un personaje como pocos en el panorama histórico de la política local. Quizá Romero Barceló sea un equivalente lejano. Sin embargo, su repudio se circunscribía a un pobre capital cultural que rebajaba la figura del gobernador a un hombre vulgar y pueblerino. Eso no es Rivera Schatz.
Abogado de profesión, hijo de familia de gran recorrido político, Rivera Schatz es uno de los últimos reductos del soldado de fila partidocrático; fiel a sus creencias, batallador incansable. No hay plaza pública (y privada) que Schatz no aproveche para adelantar la causa de su jefe político, aún cuando ello implique contagiarse del status dementia de Roselló y defender la estadidad a ultranza sin tomar en consideración el coste político de la operación. En la terminología actual del militarismo estadounidense, Schatz sería un “Ranger” especializado en operaciones de “search and destroy.” Tal parece que en su cómoda oficina de la Comisión Estatal de Elecciones, éste se pasa todo el día escuchando los programas radiales de comentario político en la banda AM, teléfono en mano presto a disparar 90 balas por segundo con su lengua con el objetivo de ridiculizar y rebajar al contrario político, sea de su partido o no.
¿Seremos capaces de deslindar el actor político del personaje pedestre? ¿Del que hace la compra, o va al cine con su familia? ¿O del que cada cierto tiempo, se encierra en el baño a hacer sus necesidades fisiológicas, las mismas que demostrarían que a pesar de parecer como un pastor alemán rabioso o en celos, Rivera Schatz es, después de todo, un ser humano desdoblado? Difícil pensar en esa posibilidad.
III
De noviembre a diciembre del 2004, uno de los blancos de ataque favoritos de Rivera Schatz lo fue el Comisionado Electoral del Partido Popular Democrático (PPD), Gerardo Cruz Arroyo. En medio del caos desatado por el caso de los “pivazos” y la demencia obstinada de Roselló, Rivera Schatz despotricó con asombrosa consistencia en contra de lo que consideraba una seria torcedura de los principios democráticos de nuestra constitución. En el fondo, tanto Rivera Schatz como Roselló sabían que su flojo argumento quedaría en nada; pero su verdadero propósito era deslegitimar la paupérrima victoria de Aníbal Acevedo Vila en la carrera por la gobernación.
Si Gerardo Cruz se convirtió en el blanco favorito de Rivera Schatz, lo fue por su aspecto de débil político latifundista. En contraste con la elegancia de leguleyo a lo Rivera Schatz o el comisionado del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) Juan Dalmau, Cruz Arroyo utilizaba una vestimenta más informal (aunque elegante) que hacía recordar al político que recorre las calles de un pueblo en la caza de votos. Su aspecto lo vinculaba más a la camada de senadores y representantes populares del sur; hacendados políticos cuyos beneficiarios, en más de una ocasión, suelen tener vínculos familiares con el susodicho. Éste también carecía de la verborrea característica del abogado converso a la política, la agresividad en el hablar, ni el status de estrella de rock que posee Rivera Schatz. En todo caso, Cruz Arroyo lucía como un funcionario político más, fiel a los principios de su partido y seguidor incondicional (aunque no vociferante) de los dictámenes del presidente de su partido.
No es difícil imaginar que en el caso de “Roselló en el país de los pivazos,” la figura de Cruz Arroyo prevaleciera. Esto a pesar de su flaqueza política, sus posiciones a conveniencia y su aversión a renunciar a los principios partidocráticos del quehacer político en el país. La irracionalidad de los planteamientos rosellistas, y el empeño en crear una crisis constituicional donde nunca existió, hizo que la llamada “sociedad civil” se levantara y pidiera un alto en las hostilidades. Ante la impertinente intrusión del Tribunal Federal a favor de Roselló, miles de sujetos del consumo marcharon a favor de una resolución rápida y pacífica a lo que muchos interpretaron como una afrenta que ponía en peligro la fragilidad del balance democrático. Al final del camino, Roselló y su pandilla quedaron aislados, con escaso favor popular en su reclamo de legitimidad.
Quizá impulsado por el ingenio de su jefe político, Cruz Arroyo rápidamente se sumo a la protesta ciudadana, dando paso así a una aparente voluntad no partidocrática de la administración Acevedo Vilá. De político latifundista jefe de barrio, éste pasó a ser un traslucido agente político de cambio dispuesto a defender la autonomía del sistema democrático puertorriqueño y sus instituciones.
Ciertamente, sus actuaciones posteriores refutan esta construcción. Pero fiel a los postulados del desdoblamiento del sujeto en la presente era, éste logró fraccionar su “self” para acomodarse a la situación. Así, y en contraste a Rivera Schatz, Cruz Arroyo nunca sería un personaje tan odiado. Eso sí: seguiría siendo un político partidocrático dispuesto a sacar provecho de cualquier situación.
IV
Luego de que saltara a la luz pública los vínculos empresariales entre Rivera Schatz y Cruz Arroyo en el principal rotativo del país, resulta imperante para muchos enmendar las leyes de obscenidad en Puerto Rico. ¿Cómo no parecer obsceno el sacar partido a espaldas de su supuesto aborrecimiento mutuo? ¿Cómo demonios víctima y victimario se juntan en aras de acumular capital y participar del gran bizcocho gubernamental que empresarios locales y foráneos se pelean cada cuatro años? Porque esa es la naturaleza del mercenario político partidocrático. Confundir la puesta en escena con el “self” es un error heredado de la modernidad que todavía mina nuestra existencia. Pero para el político farandulero, esto no es un problema. Se puede defender con el cuchillo entre dientes los “ideales” partidocráticos; pero a la hora de hacer negocios, todos somos amigos al igual que enemigos.
El error estriba en que la “persona” de comisionado electoral que Rivera Schatz construye/constituye en los medios es, en efecto, su verdadero “self.” ¿A quién diablos se le ocurriría, si acaso, estrechar manos con tal orangután fascista? ¡Ah, pero es que ese no es Rivera Schatz!; es él, pero también muchas cosas más (algunas publicables, otra no tanto). Lo mismo sucede con Cruz Arroyo. ¿Alguien pudiera imaginarlo con el cuchillo entre los dientes, o con una Uzi en la mano? No. ¿Y por qué no?
Cada cuatro años, los principales partidos políticos celebran galas y otras actividades de recaudación de fondos con un solo propósito: allegar fondos para sus respectivas campañas. ¿Cómo lo hacen? Prometiendo una tajada significante a sus contribuyentes del pastel gubernamental. Rivera Schatz y Cruz Arroyo no son culpables de nada más que ser sujetos de la partidocracia. Así aprendieron la política, así la practican; siendo enemigos en la esfera pública e íntimos en la esfera privada, en especial aquella donde se vinculan a la acumulación de capital privado.
Sólo en la medida que la gestión política represente los intereses de sectores amplios de sujetos preocupados con su respectiva inserción en la esfera de consumo, mediada por la inclusión del país (competitividad) en la cadena global de distribución, el arraigo latifundista de la partidocracia disminuirá.
2006, Derechos Reservados
I
De pequeño recuerdo haberme encontrado a “Torito,” aquel personaje del Colegio de la Alegría, en un parque de “Guaynabo City” ya desaparecido y donde hoy día su lugar es ocupado por un restaurante de comida rápida chino. Mi impulso chiquillesco fue de ir corriendo a saludar a aquel personaje que tanto me hacía reír por las tardes al regresar del colegio. Pero mi padre me advirtió que aquel individuo no era Torito; era sólo una persona que llevaba su rostro, pero que en realidad se comportaba de otra forma.
Ese recuerdo debe haber sido una de mis primeras aproximaciones al desdoblamiento del sujeto que representó la televisión como disloque entre el espacio y el tiempo, y la creación de realidades alternas no entendibles en un solo plano. Más adelante comprendí que dicho desdoblamiento no es exclusivo ni de la televisión ni la radio (ni los medios masivos de comunicación); es una de las condiciones existencia dentro de un mundo plano, empequeñecido y donde la simultaneidad hace que todo esté presente al mismo tiempo, pero también no lo está (por parámetros puramente modernos). Allí debió estar Torito, pero no estaba. En cambio, estaba esa persona que representaba al personaje en otra parcela de lo real, distinta (pero no menos válida) que la que yo habitaba en aquel momento.
No es difícil perderse entre tanta paradoja. Ni tampoco es necesario ser pequeño o transitar todavía las aguas del pensamiento concreto para confundirse ante tan perpleja realidad. A veces lo que falta es convencimiento, o ganas de convencer para lograr tamaña hazaña. Sino lo cree, pregúntele a Thomas Rivera Schatz y a Gerardo Cruz Arroyo.
II
En los confines de la política del espectáculo, Rivera Schatz debe ser uno de los personajes más odiados en la historia de la partidocracia. Su fogosidad a la hora de atacar despiadadamente a sus adversarios políticos, su autoritarismo perverso evidenciado en la ejecución de directrices por parte de su jefe político, y un capital cultural formado primordialmente por frases pueblerinas dirigidas a denigrar cuanto adversario se le cruce en el camino (y sin omitir todo tipo de frase soez), forman un personaje como pocos en el panorama histórico de la política local. Quizá Romero Barceló sea un equivalente lejano. Sin embargo, su repudio se circunscribía a un pobre capital cultural que rebajaba la figura del gobernador a un hombre vulgar y pueblerino. Eso no es Rivera Schatz.
Abogado de profesión, hijo de familia de gran recorrido político, Rivera Schatz es uno de los últimos reductos del soldado de fila partidocrático; fiel a sus creencias, batallador incansable. No hay plaza pública (y privada) que Schatz no aproveche para adelantar la causa de su jefe político, aún cuando ello implique contagiarse del status dementia de Roselló y defender la estadidad a ultranza sin tomar en consideración el coste político de la operación. En la terminología actual del militarismo estadounidense, Schatz sería un “Ranger” especializado en operaciones de “search and destroy.” Tal parece que en su cómoda oficina de la Comisión Estatal de Elecciones, éste se pasa todo el día escuchando los programas radiales de comentario político en la banda AM, teléfono en mano presto a disparar 90 balas por segundo con su lengua con el objetivo de ridiculizar y rebajar al contrario político, sea de su partido o no.
¿Seremos capaces de deslindar el actor político del personaje pedestre? ¿Del que hace la compra, o va al cine con su familia? ¿O del que cada cierto tiempo, se encierra en el baño a hacer sus necesidades fisiológicas, las mismas que demostrarían que a pesar de parecer como un pastor alemán rabioso o en celos, Rivera Schatz es, después de todo, un ser humano desdoblado? Difícil pensar en esa posibilidad.
III
De noviembre a diciembre del 2004, uno de los blancos de ataque favoritos de Rivera Schatz lo fue el Comisionado Electoral del Partido Popular Democrático (PPD), Gerardo Cruz Arroyo. En medio del caos desatado por el caso de los “pivazos” y la demencia obstinada de Roselló, Rivera Schatz despotricó con asombrosa consistencia en contra de lo que consideraba una seria torcedura de los principios democráticos de nuestra constitución. En el fondo, tanto Rivera Schatz como Roselló sabían que su flojo argumento quedaría en nada; pero su verdadero propósito era deslegitimar la paupérrima victoria de Aníbal Acevedo Vila en la carrera por la gobernación.
Si Gerardo Cruz se convirtió en el blanco favorito de Rivera Schatz, lo fue por su aspecto de débil político latifundista. En contraste con la elegancia de leguleyo a lo Rivera Schatz o el comisionado del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) Juan Dalmau, Cruz Arroyo utilizaba una vestimenta más informal (aunque elegante) que hacía recordar al político que recorre las calles de un pueblo en la caza de votos. Su aspecto lo vinculaba más a la camada de senadores y representantes populares del sur; hacendados políticos cuyos beneficiarios, en más de una ocasión, suelen tener vínculos familiares con el susodicho. Éste también carecía de la verborrea característica del abogado converso a la política, la agresividad en el hablar, ni el status de estrella de rock que posee Rivera Schatz. En todo caso, Cruz Arroyo lucía como un funcionario político más, fiel a los principios de su partido y seguidor incondicional (aunque no vociferante) de los dictámenes del presidente de su partido.
No es difícil imaginar que en el caso de “Roselló en el país de los pivazos,” la figura de Cruz Arroyo prevaleciera. Esto a pesar de su flaqueza política, sus posiciones a conveniencia y su aversión a renunciar a los principios partidocráticos del quehacer político en el país. La irracionalidad de los planteamientos rosellistas, y el empeño en crear una crisis constituicional donde nunca existió, hizo que la llamada “sociedad civil” se levantara y pidiera un alto en las hostilidades. Ante la impertinente intrusión del Tribunal Federal a favor de Roselló, miles de sujetos del consumo marcharon a favor de una resolución rápida y pacífica a lo que muchos interpretaron como una afrenta que ponía en peligro la fragilidad del balance democrático. Al final del camino, Roselló y su pandilla quedaron aislados, con escaso favor popular en su reclamo de legitimidad.
Quizá impulsado por el ingenio de su jefe político, Cruz Arroyo rápidamente se sumo a la protesta ciudadana, dando paso así a una aparente voluntad no partidocrática de la administración Acevedo Vilá. De político latifundista jefe de barrio, éste pasó a ser un traslucido agente político de cambio dispuesto a defender la autonomía del sistema democrático puertorriqueño y sus instituciones.
Ciertamente, sus actuaciones posteriores refutan esta construcción. Pero fiel a los postulados del desdoblamiento del sujeto en la presente era, éste logró fraccionar su “self” para acomodarse a la situación. Así, y en contraste a Rivera Schatz, Cruz Arroyo nunca sería un personaje tan odiado. Eso sí: seguiría siendo un político partidocrático dispuesto a sacar provecho de cualquier situación.
IV
Luego de que saltara a la luz pública los vínculos empresariales entre Rivera Schatz y Cruz Arroyo en el principal rotativo del país, resulta imperante para muchos enmendar las leyes de obscenidad en Puerto Rico. ¿Cómo no parecer obsceno el sacar partido a espaldas de su supuesto aborrecimiento mutuo? ¿Cómo demonios víctima y victimario se juntan en aras de acumular capital y participar del gran bizcocho gubernamental que empresarios locales y foráneos se pelean cada cuatro años? Porque esa es la naturaleza del mercenario político partidocrático. Confundir la puesta en escena con el “self” es un error heredado de la modernidad que todavía mina nuestra existencia. Pero para el político farandulero, esto no es un problema. Se puede defender con el cuchillo entre dientes los “ideales” partidocráticos; pero a la hora de hacer negocios, todos somos amigos al igual que enemigos.
El error estriba en que la “persona” de comisionado electoral que Rivera Schatz construye/constituye en los medios es, en efecto, su verdadero “self.” ¿A quién diablos se le ocurriría, si acaso, estrechar manos con tal orangután fascista? ¡Ah, pero es que ese no es Rivera Schatz!; es él, pero también muchas cosas más (algunas publicables, otra no tanto). Lo mismo sucede con Cruz Arroyo. ¿Alguien pudiera imaginarlo con el cuchillo entre los dientes, o con una Uzi en la mano? No. ¿Y por qué no?
Cada cuatro años, los principales partidos políticos celebran galas y otras actividades de recaudación de fondos con un solo propósito: allegar fondos para sus respectivas campañas. ¿Cómo lo hacen? Prometiendo una tajada significante a sus contribuyentes del pastel gubernamental. Rivera Schatz y Cruz Arroyo no son culpables de nada más que ser sujetos de la partidocracia. Así aprendieron la política, así la practican; siendo enemigos en la esfera pública e íntimos en la esfera privada, en especial aquella donde se vinculan a la acumulación de capital privado.
Sólo en la medida que la gestión política represente los intereses de sectores amplios de sujetos preocupados con su respectiva inserción en la esfera de consumo, mediada por la inclusión del país (competitividad) en la cadena global de distribución, el arraigo latifundista de la partidocracia disminuirá.
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