Oda a "Los Grandes Intereses" (II)
III
No sorprende el reavivamiento del discurso sobre “los grandes intereses” por parte del PIP. Lo que sí sorprende es que el PNP institucional haga eco del mismo, y por muchas razones.
Es difícil desvincular al Partido Nuevo Progresista con los llamados “grandes intereses.” Desde sus inicios el PNP sentó la pauta: su presidente fundador fue un hombre de negocios reconocido, cuya riqueza se multiplicó considerablemente gracias a su propia gestión pública. Además, fundó lo que hoy día es el principal rotativo del país, brindándole así la capacidad de “manipular” la opinión pública en edad de oro de la partidocracia. Los escándalos de corrupción de la administración Roselló le añadió otra dimensión a la imagen de “partido de los ricos” que gozaba desde sus inicios. Ya no se trataba de cualquier “rico,” sino de una banda de capitalistas despiadados capaz de robarle a cualquiera con tal de aumentar sus riquezas o su poder.
Durante el presente cuatrienio, las acciones de los legisladores del PNP ha continuado abonando a dicha imagen. Ante las propuestas del gobernador de gravar la banca por un 4%, la mayoría en la Cámara de Representantes ripostó con una propuesta de 1%; la reforma contributiva fue minada constantemente por la misma mayoría, mostrándose servilistas a los reclamos de los grupos empresariales. Así que unirse al coro de los pipiolos en su denuncia de que el gobernador es cómplice de los “grandes intereses,” es, por lo menos, un craso acto de hipocresía política.
No es la primera vez que el PNP utiliza el discurso del separatismo para construir su particular versión de lo real. Pedro Roselló, en su alocado afán por obtener la estadidad, se apropió en la década del noventa del discurso sobre la colonia. Pero en este momento, apropiarse del discurso sobre “los grandes intereses” no es más que un acto desesperado por lograr la victoria en lo que se ha denominado la “batalla campal” entre el PNP y el PPD.
En el mundo que vivimos, de la sociedad de consumo, el desdoblamiento del sujeto le permite ganar distancia de lo Real. La proliferación virulenta de signos producto del proceso incesable de mercantilización mina cualquier posibilidad de lo Real. Es esa la raíz del cinismo posmoderno. De este modo, en la batalla campal lo que se libra no es la supremacía entre estadistas y populares, sino el intento de seducir al sujeto del consumo sobre su particular versión de la realidad. El problema es que tanto el PNP como el PPD y el PIP siguen anclados en la partidocracia; un mundo basado en la geopolítica moderna del siglo XIX y donde el sujeto axiomático es el proletariado. Por esto, a pesar de apoyar la posibilidad de un impuesto al consumo (sales tax) como base contributiva de una sociedad de consumo, su corta visión les obliga a combinarle con la estructura contributiva vigente, basada en los ingresos de los sujetos.
IV
No debe existir reparo con que “los grandes intereses” contribuyan más al fisco gubernamental. Lo que no debe ni puede suceder es que dicho tributo sirva para subsanar la obsolescencia de la actual estructura gubernamental. El caos producido por el crítico quiebre de la partidocracia y la gestión gubernamental orientada por el asistencialismo, reflejan un distanciamiento entre el estado actual de lo político en Puerto Rico y el asentamiento de una sociedad de consumo con una base creciente de sujetos del consumo. La percepción generalizada de esterilidad en el debate público, el ejercicio crudo del poder político por parte de legisladores y miembros de la rama ejecutiva, y el desdén colectivo hacia el debate sobre el status forman parte de este fenómeno.
Si se reconoce al sujeto de consumo como sujeto es necesario repensar la propia idea del gobierno. Es ineludible aplicar la axiomática del consumo a la gestión pública. En una sociedad de consumo, el sujeto asume el gobierno como una instancia más de distribución de mercancías, esperando que el mismo opere con el ethos del capital líquido. Esto es como un objeto sujeto al consumo. Existen al menos dos ramificaciones paradigmáticas de este axioma. De un lado, el gobierno debe transformarse en vías de operar con la misma eficiencia que caracteriza la cadena de distribución global. Del otro, el capital líquido (o lo que es lo mismo, “los grandes intereses”) debe ser forzado a establecer una relación de simbiosis con el sujeto de consumo.
Aspirar a que el gobierno funcione como la cadena global de distribución implica aceptar que el mismo se transforme en una especie de Wal-Mart de servicios. Puede que muchos desaprueban la analogía. Pero no puede dejarse a un lado la eficiencia que caracteriza dicha empresa. Su cadena de distribución se ha convertido en el modelo a emular por el capital líquido global. Su éxito radica en la simbiosis que establece con sus clientes-consumidores; es el marcapasos de sus hábitos de consumo. Wal-Mart mantiene informado a sus suplidores del interés de sus consumidores a través de una red informática que les ofrece información, de primera mano, de lo que este compra.
Una gestión gubernamental pública proyectada desde la filosofía Wal-Mart aboliría la estructura actual partidocrática de lo político. El discurso político se sanearía de cualquier rastro de idealismo modernista decimonónico, y quedaría en un segundo plano cualquier discusión estéril sobre el status. De esta hecatombe, surgiría una gestión gubernamental dirigida al sujeto del consumo, una “cadena de distribución” de servicios que se nutra y sirva de marcapasos de los hábitos e intereses de sus clientes/consumidores/constituyentes que habitan su plano de consistencia.
Dado que el sujeto del consumo da por sentado su simbiosis con el capital líquido, a modo de garantizar su acceso al consumo, es ineludible establecer una serie de pautas básicas con éste en vías de ejercer la sustentablidad de la sociedad de consumo. El capital líquido es una realidad. Se alimenta del neoliberalismo que se esparce desenfrenadamente por el globo terráqueo, aplanándole cueste lo que cueste. Sin embargo, su crecimiento exponencial está condicionado a la creación y explotación de nuevos mercados (que es lo mismo que decir, a la propagación desenfrenada de la “sociedad de consumo” y la subjetivación de los sujetos).
La caída del bloque soviético y la apertura de la China son indicios de la metamorfosis necesaria de la gestión gubernamental. Pero no se trata sólo de la sumisa rendición a la lógica virulenta del capital líquido. Es necesario establecer unas reglas que permitan la sustentabilidad tanto del cuerpo social y la viabilidad propia del capital. El contribuir al fisco, siempre y cuando este redunde en un beneficio mutuo (capital líquido/sujeto del consumo), sería una regla primordial.
El capital líquido que actualmente se haya establecido en el país persigue la explotación del capital intelectual humano producido, primordialmente, en las universidades del estado. Utiliza intensamente la infraestructura (la misma que consolidó las administraciones Roselló durante los años noventa). Se nutre de la plataforma financiera del país (tanto pública, por medio de créditos contributivos, como privada, a través de la banca comercial), y aprovecha el posicionamiento estratégico territorial del país.
Bajo estas condiciones, la sustentabilidad estaría enmarcada en establecer un nivel fijo y previamente negociado de complicidad del capital líquido en el mantenimiento del plano de consistencia. La ley de reinversión en la comunidad que el gobierno federal impuso a la banca en la década del setenta(popularmente conocida como CRA), es una pauta a seguir, al igual que el movimiento de responsabilidad social empresarial. En ambos se establece una relación de simbiosis entre el capital líquido y las comunidades. Ninguna de las partes niega su naturaleza; la comunidad persigue su interés en desarrollarse, mientras la banca (en el caso del CRA) abre y establece nuevos mercados. El plano de consistencia que se crea a través de esta relación es un ejercicio de sustentabilidad.
Para lograr el establecimiento de estas relaciones simbióticas, sin embargo, es necesario derogar el canibalismo antropomórfico que caracteriza el capital latifundista local. Las expresiones del presidente del Banco Popular a la salida del capitolio al otro día (según éste, sólo hablaba de “deportes” con el Presidente de la Cámara de Representantes, José Aponte) apuntan a la naturaleza barbárica del capital provincial. Ciertamente, una institución como el Banco Popular ha sido líder en la implantación de nuevas tecnologías en el país. Pero su modo de proceder es considerado tanto aquí como en Estados Unidos como “depredadora.” El entrar en escena con la posibilidad de un préstamo comercial como subsanar la crisis del fisco apunta a su interés con colonizar la gestión gubernamental y construirlo/constituirlo como un “mercado más.” No es de sorprenderse (ni tampoco deberían quejarse) de las constantes protestas que organizan diversos grupos en contra de ellos.
Es un largo camino el que hay que recorrer. Pero para lograr establecer una relación de simbiosis con el capital líquido y transformar la gestión gubernamental, primero es necesario abolir la partidocracia...
No sorprende el reavivamiento del discurso sobre “los grandes intereses” por parte del PIP. Lo que sí sorprende es que el PNP institucional haga eco del mismo, y por muchas razones.
Es difícil desvincular al Partido Nuevo Progresista con los llamados “grandes intereses.” Desde sus inicios el PNP sentó la pauta: su presidente fundador fue un hombre de negocios reconocido, cuya riqueza se multiplicó considerablemente gracias a su propia gestión pública. Además, fundó lo que hoy día es el principal rotativo del país, brindándole así la capacidad de “manipular” la opinión pública en edad de oro de la partidocracia. Los escándalos de corrupción de la administración Roselló le añadió otra dimensión a la imagen de “partido de los ricos” que gozaba desde sus inicios. Ya no se trataba de cualquier “rico,” sino de una banda de capitalistas despiadados capaz de robarle a cualquiera con tal de aumentar sus riquezas o su poder.
Durante el presente cuatrienio, las acciones de los legisladores del PNP ha continuado abonando a dicha imagen. Ante las propuestas del gobernador de gravar la banca por un 4%, la mayoría en la Cámara de Representantes ripostó con una propuesta de 1%; la reforma contributiva fue minada constantemente por la misma mayoría, mostrándose servilistas a los reclamos de los grupos empresariales. Así que unirse al coro de los pipiolos en su denuncia de que el gobernador es cómplice de los “grandes intereses,” es, por lo menos, un craso acto de hipocresía política.
No es la primera vez que el PNP utiliza el discurso del separatismo para construir su particular versión de lo real. Pedro Roselló, en su alocado afán por obtener la estadidad, se apropió en la década del noventa del discurso sobre la colonia. Pero en este momento, apropiarse del discurso sobre “los grandes intereses” no es más que un acto desesperado por lograr la victoria en lo que se ha denominado la “batalla campal” entre el PNP y el PPD.
En el mundo que vivimos, de la sociedad de consumo, el desdoblamiento del sujeto le permite ganar distancia de lo Real. La proliferación virulenta de signos producto del proceso incesable de mercantilización mina cualquier posibilidad de lo Real. Es esa la raíz del cinismo posmoderno. De este modo, en la batalla campal lo que se libra no es la supremacía entre estadistas y populares, sino el intento de seducir al sujeto del consumo sobre su particular versión de la realidad. El problema es que tanto el PNP como el PPD y el PIP siguen anclados en la partidocracia; un mundo basado en la geopolítica moderna del siglo XIX y donde el sujeto axiomático es el proletariado. Por esto, a pesar de apoyar la posibilidad de un impuesto al consumo (sales tax) como base contributiva de una sociedad de consumo, su corta visión les obliga a combinarle con la estructura contributiva vigente, basada en los ingresos de los sujetos.
IV
No debe existir reparo con que “los grandes intereses” contribuyan más al fisco gubernamental. Lo que no debe ni puede suceder es que dicho tributo sirva para subsanar la obsolescencia de la actual estructura gubernamental. El caos producido por el crítico quiebre de la partidocracia y la gestión gubernamental orientada por el asistencialismo, reflejan un distanciamiento entre el estado actual de lo político en Puerto Rico y el asentamiento de una sociedad de consumo con una base creciente de sujetos del consumo. La percepción generalizada de esterilidad en el debate público, el ejercicio crudo del poder político por parte de legisladores y miembros de la rama ejecutiva, y el desdén colectivo hacia el debate sobre el status forman parte de este fenómeno.
Si se reconoce al sujeto de consumo como sujeto es necesario repensar la propia idea del gobierno. Es ineludible aplicar la axiomática del consumo a la gestión pública. En una sociedad de consumo, el sujeto asume el gobierno como una instancia más de distribución de mercancías, esperando que el mismo opere con el ethos del capital líquido. Esto es como un objeto sujeto al consumo. Existen al menos dos ramificaciones paradigmáticas de este axioma. De un lado, el gobierno debe transformarse en vías de operar con la misma eficiencia que caracteriza la cadena de distribución global. Del otro, el capital líquido (o lo que es lo mismo, “los grandes intereses”) debe ser forzado a establecer una relación de simbiosis con el sujeto de consumo.
Aspirar a que el gobierno funcione como la cadena global de distribución implica aceptar que el mismo se transforme en una especie de Wal-Mart de servicios. Puede que muchos desaprueban la analogía. Pero no puede dejarse a un lado la eficiencia que caracteriza dicha empresa. Su cadena de distribución se ha convertido en el modelo a emular por el capital líquido global. Su éxito radica en la simbiosis que establece con sus clientes-consumidores; es el marcapasos de sus hábitos de consumo. Wal-Mart mantiene informado a sus suplidores del interés de sus consumidores a través de una red informática que les ofrece información, de primera mano, de lo que este compra.
Una gestión gubernamental pública proyectada desde la filosofía Wal-Mart aboliría la estructura actual partidocrática de lo político. El discurso político se sanearía de cualquier rastro de idealismo modernista decimonónico, y quedaría en un segundo plano cualquier discusión estéril sobre el status. De esta hecatombe, surgiría una gestión gubernamental dirigida al sujeto del consumo, una “cadena de distribución” de servicios que se nutra y sirva de marcapasos de los hábitos e intereses de sus clientes/consumidores/constituyentes que habitan su plano de consistencia.
Dado que el sujeto del consumo da por sentado su simbiosis con el capital líquido, a modo de garantizar su acceso al consumo, es ineludible establecer una serie de pautas básicas con éste en vías de ejercer la sustentablidad de la sociedad de consumo. El capital líquido es una realidad. Se alimenta del neoliberalismo que se esparce desenfrenadamente por el globo terráqueo, aplanándole cueste lo que cueste. Sin embargo, su crecimiento exponencial está condicionado a la creación y explotación de nuevos mercados (que es lo mismo que decir, a la propagación desenfrenada de la “sociedad de consumo” y la subjetivación de los sujetos).
La caída del bloque soviético y la apertura de la China son indicios de la metamorfosis necesaria de la gestión gubernamental. Pero no se trata sólo de la sumisa rendición a la lógica virulenta del capital líquido. Es necesario establecer unas reglas que permitan la sustentabilidad tanto del cuerpo social y la viabilidad propia del capital. El contribuir al fisco, siempre y cuando este redunde en un beneficio mutuo (capital líquido/sujeto del consumo), sería una regla primordial.
El capital líquido que actualmente se haya establecido en el país persigue la explotación del capital intelectual humano producido, primordialmente, en las universidades del estado. Utiliza intensamente la infraestructura (la misma que consolidó las administraciones Roselló durante los años noventa). Se nutre de la plataforma financiera del país (tanto pública, por medio de créditos contributivos, como privada, a través de la banca comercial), y aprovecha el posicionamiento estratégico territorial del país.
Bajo estas condiciones, la sustentabilidad estaría enmarcada en establecer un nivel fijo y previamente negociado de complicidad del capital líquido en el mantenimiento del plano de consistencia. La ley de reinversión en la comunidad que el gobierno federal impuso a la banca en la década del setenta(popularmente conocida como CRA), es una pauta a seguir, al igual que el movimiento de responsabilidad social empresarial. En ambos se establece una relación de simbiosis entre el capital líquido y las comunidades. Ninguna de las partes niega su naturaleza; la comunidad persigue su interés en desarrollarse, mientras la banca (en el caso del CRA) abre y establece nuevos mercados. El plano de consistencia que se crea a través de esta relación es un ejercicio de sustentabilidad.
Para lograr el establecimiento de estas relaciones simbióticas, sin embargo, es necesario derogar el canibalismo antropomórfico que caracteriza el capital latifundista local. Las expresiones del presidente del Banco Popular a la salida del capitolio al otro día (según éste, sólo hablaba de “deportes” con el Presidente de la Cámara de Representantes, José Aponte) apuntan a la naturaleza barbárica del capital provincial. Ciertamente, una institución como el Banco Popular ha sido líder en la implantación de nuevas tecnologías en el país. Pero su modo de proceder es considerado tanto aquí como en Estados Unidos como “depredadora.” El entrar en escena con la posibilidad de un préstamo comercial como subsanar la crisis del fisco apunta a su interés con colonizar la gestión gubernamental y construirlo/constituirlo como un “mercado más.” No es de sorprenderse (ni tampoco deberían quejarse) de las constantes protestas que organizan diversos grupos en contra de ellos.
Es un largo camino el que hay que recorrer. Pero para lograr establecer una relación de simbiosis con el capital líquido y transformar la gestión gubernamental, primero es necesario abolir la partidocracia...
3 Comments:
Saludos;
Me gusta tu estilo de escritura y los temas. Espero que este blog no sea otro pasajero debido a la "crisis" y que se mantenga en este mismo estilo.
Estoy de acuerdo en todo lo que dices. Son cambios que hay que hacer acorde al progreso, pero que el Gobierno se quedo atras en la globalizacion y eficiencia. Lamentablemente esta "crisis" iba a ocurrir tarde o temprano ya que, aunque muchos en su discurso cuarentesco de "ricos y pobres" no quieran aceptar el Gobierno depende mucho de la retencion contributiva que se le hace a los empleados de empreza privada, y de otras contribuciones mas que hacen pero que no se ventilan. Y claro, estan los ventajeros politicos (de todos los partidos) que se unen a los reclamos cuarentescos para atraer aliados a sus filas. Pero hay una masa del pueblo pensante que estamos haciendo la listita (o mas bien el cruzacalle) para sacarlos y pedir la unicameralidad.
Exito!
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