lunes, mayo 08, 2006

Oda a "Los Grandes Intereses" (I)

J.S. Lucerna
Derechos Reservados, 2006

I

En medio de la confusión que reinó la mañana del 3 de noviembre, hubo una certeza innegable: el independentismo institucionalizado dejó de existir oficialmente. El Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) no alcanzó el mínimo de votos necesarios para quedar inscrito como institución política con derecho a participar oficialmente de los eventos electorales. Pero su crisis sería aún más severa; al perder la franquicia electoral, el PIP perdería además la potestad a que su funcionamiento fuera sufragado con fondos públicos. Este hecho generó un debate en torno, primero, a sí el PIP tenía derecho a los dos escaños que había ganado en la contienda electoral (uno en la Cámara, otro en el Senado) y si en efecto, éste podía reinscribirse antes de que acabara el año para así garantizar los fondos electorales que le permitieran seguir operando. El resultado es harto conocido: de un lado, tanto Víctor García San Inocencio como María de Lourdes Santiago todavía ocupan sus escaños, y bajo un proceso lleno de irregularidades el PIP logró levantar las firmas necesarias para garantizar los fondos de su operación.

Pero lo interesante fue el debate que la situación produjo. Lo primero que le correspondió hacer al PIP fue explicar su dura derrota. Pocos se fijaron en el remachado desgaste de sus “líderes”; Rubén Berríos corriendo por la gobernación por enésima vez, Fernando Martín para alcalde de San Juan (también por enésima vez), García San Inocencio para la Cámara, cuyo prestigio se había debilitado grandemente ante la figura del proscrito David Noriega. En vez de mirar ahí, el PIP se hizo eco de la excusa brindada por el Partido Nuevo Progresista (PNP) para explicar su debacle en la carrera por la gobernación: el cruce de electores pipiolos a las filas del Partido Popular Democrático (PPD). La quiebra del independentismo institucional quedaba entonces, según sus protagonistas, a manos de un puñado de electores populares en el corazón pero que habían hecho creer al PIP que eran de su bando.

Así el PIP se cruzaba nuevamente en el camino (ideológico) con el PNP. Ambos, en aras justificar sus respectivas derrotas (ambas aparatosas, por cierto), lo hacían aludiendo a la traición y la falta de integridad ideológica de un grupo de electores que le hicieron pensar a unos que ganarían las elecciones y a otros que retendrían su franquicia electoral. Fue y aún todavía resultar ser una situación inverosímil. Había ocurrido con los plebiscitos rossellistas y con el Proyecto Young, aquellos momentos que le hicieron pensar al PNP que la estadidad estaba cerca, y que al PIP le hizo pensar que la negación absoluta de esta posibilidad finalmente sería confirmada por el poder legislativo estadounidense. Los dos extremos del espectro político de la partidocracia se volvieron a encontraban a mitad de camino y no tenían problema con ello.

Ni el PNP ni el PIP se le ocurrieron pensar que las lealtades a los partidos políticos, en esta época, se han comenzado a debilitar. Las manifestaciones multitudinarias que se produjeron a finales de la década del noventa en contra de la venta de la telefónica y en el año 2000 a favor de la retirada de las fuerzas navales de marina estadounidense de la isla municipio de Vieques no fueron convocadas por partido político alguno. Surgieron de movimientos civiles, ajenos a la dinámica partidista, compuestos de sujetos solidarios con causas matizadas por el espectro de lo político. En su momento se les llamó sociedad civil a estos movimientos no partidistas. Pero en la época actual sería mucho más sensato observarlos desde la rúbrica de la sociedad de consumo y su sujeto. La marcha celebrada en contra de la intervención federal sobre el resultado final de las elecciones del 2004 y el masivo apoyo al referéndum de la unicameralidad reflejaron el alejamiento de dicho sujeto de las bases del campo ideológico político de la partidocracia.

Visto desde el prisma partidocrático, se pudiera pensar que los puertorriqueños que marcharon hacia el tribunal federal rechazaban tajantemente la presencia estadounidense en el país. Sin embargo, esto no necesariamente se tradujo (ni se traduce) en un apoyo incondicional al separatismo. Pero ni ante esta realidad, el PIP intentó cultivar capital político para su causa. En cambio, éste eventualmente amenazó con expulsar a los llamados “pivazos” de sus filas. Extraña forma de pensar, particularmente cuando se viene de un evento electoral donde se perdió la franquicia electoral.

Duro golpe para uno de los principales protagonistas de la partidocracia. Pero uno que aún en medio del caos no acaban de asimilar...

II

Es altamente paradójica la manera en que el PIP logró estirar la agonía de su desaparición institucional. Las elecciones marcaron el entierro político de su líder principal, Rubén Berríos. Otras figuras aledañas a él (Martín, García San Inocencio) también han pasado a mejor vida política, perdiendo la poca legitimidad que sus respectivos discursos pudieran haber tenido en otros tiempos. En cambio, ha quedado una camada de nuevos líderes que, para muchos, representa la nueva sangre dentro del partido. De un lado, María de Lourdes Santiago, Senadora por acumulación, y del otro su Comisionado Electoral, Juan Dalmau. Sin embargo, la retórica política de ambos los coloca más como últimos reductos de la partidocracia independentista institucional que como figuras prestas a renovar al alicaído partido.

De los dos, Dalmau quizá sea la figura más interesante. Abogado de profesión (qué político no lo es), joven, atractivo y con muy elocuente, Dalmau logró una proyección en medio de la crisis electoral del 2004 que hizo recordar a muchos al expatriado David Noriega. Éste pareció ser la fuerza niveladora entre la fogosidad irrespetuosa del comisionado del PNP, Thomas Rivera Schatz, y la ecuanimidad poco convincente del comisionado popular. Dalmau fue de los pocos que dio cara ante el descalabro electoral de su partido en el 2004. También lideró el esfuerzo altamente irregular de reinscripción del PIP. Muchos pensaron, y aún piensan, que de seguro éste será el candidato a la gobernación por el PIP en las próximas elecciones.

Pero Dalmau fue el mismo que prometió instaurar una casería de brujas en el seno de su partido para expulsar a los pivazos. Pudiera pensarse que dadas sus características y el capital político adquirido en la crisis electoral del 2004, Dalmau se convertiría en el agente catalizador que impulsara una renovación del PIP. Sin embargo, cada día que pasa éste se asemeja más a su padre político, Rubén Berríos. Bajo el caos actual que vive el país, Dalmau, al igual que otras figuras momificadas de su partido, se ha hecho eco del ambivalente discurso partidocrático que caracteriza la bancarrota moral y política de su Partido: “que la crisis la paguen los ricos.”

La senadora Santiago, a diferencia de Dalmau, carece de proyección y su pobre desempeño ha erosionado cualquier rastro de legitimidad que pudiera haber cultivado al inicio de su carrera política. La ambivalencia de sus posturas y sus recurrentes alianzas con el PNP dan muestras de una vendetta personalista contra la figura del Gobernador, impulsada quizá por la teoría de los pivazos. El último episodio en su infortunado proceder político ha ocurrido en los últimos días, con el intento de aprobar legislación a favor de imponer un impuesto de 5% a las compañías que generen 10 millones o más en ingresos brutos al año, escudado el mismo bajo la retórica de “los grandes intereses.” No hay problema con hacer que el capital líquido contribuya al fisco (ver más adelante). Pero esta retórica, que evoca al izquierdismo decimonónico del proletariado como sujeto de la revolución, pone a relieve las flaquezas del discurso independentista institucional.

Quizá en un principio, el PIP se presentó como un partido de izquierda, coqueteando con la idea del socialismo y la emancipación del pueblo y los trabajadores. No llegaba al extremo de predicar el socialismo soviético de línea dura, como el desaparecido Partido Socialista Puertorriqueño (PSP), pero si abrazaba su vertiente social demócrata. Pero al tiempo que la sociedad de consumo ganó fuerzas en Puerto Rico(durante la década del noventa), y, por ende, el separatismo se debilitó, su discurso institucional comenzó a enfocarse en la administración del país. Con el objetivo de capitalizar el descontento que los electores (sujetos del consumo) comenzaban a expresar contra los dos principales partidos políticos, el PIP suavizó su retórica independentista, dejando a un lado su norte partidocrático. Este comenzó a alejarse del separatismo radical, como evidencia su empeño en llevar a cabo sus actos de en celebración al Grito de Lares privadamente. Pero el momento culminante de su bancarrota discursiva ocurrió allí donde muchos vieron su consagración definitoria: la “gesta” de su presidente en la lucha por la salida de la marina de Vieques.

El apoyo a Rubén Berríos en dicho proceso fue interpretado, erróneamente, como sinónimo de apoyo al PIP. El liderato del PIP, por su parte, inmersos en la óptica partidista de organizar y comprender lo real, entendieron que dicha participación encaminaba al partido en una senda de crecimiento significativo que eventualmente le solidificaría como tercera fuerza electoral de oposición. Esto, sin embargo, nunca ocurrió. Tras las elecciones del 1996, el PIP había quedado maltrecho; tras el 2000 se sumergió en una crisis institucional sin paralelo. La renovación de su liderato que poco después anunció su Presidente con la presentación de la hoy senadora Santiago no surtió el efecto esperado. Así lo evidencia las elecciones del 2004. El recurrir a los discursos social demócratas de antaño, particularmente hoy cuando el mismo se encuentra desacreditado y en bancarrota, es un acto de desesperación por parte del PIP. Su objetivo es claro: ganar simpatías ante el movimiento obrero, presentarse como defensores de éstos y tratar de ganar capital político. Ante su eventual desaparición institucional, éste busca revivirse evocando discursos de su pasado no tan glorioso. Pero ya es demasiado tarde... (continua)

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