miércoles, septiembre 20, 2006

DINÁMICAS DE IMPLOSIÓN DE LA IZQUIERDA

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Dudamos mucho que en vida, se quisieran o respetaran. De un lado, el independentismo institucional, conforme con mantener una estructura mínima gracias a las aportaciones del fondo electoral. Del otro, combatientes que intentaron prolongar la vida de un pasado ya fallecido y al que pocos apela hoy día. Jorge y Filiberto, Rubén y el PIP. En vida, ni siquiera se encontraron en Lares, pues el PIP, intentando siempre en convertirse en un partido de clase media, perennemente rechazó el corte guerrillero-populista del resto de la izquierda. No creemos que Rubén le perdonara a Filiberto el que le robara el tiro el día que se fugó, pues nadie recuerda de qué habló Rubén durante la conmemoración del Grito ese año. Lo que todos sí recuerdan es la grabación bajo el árbol en plena plaza, y el nacimiento de un nuevo bandido que alimentara la imaginación boricua. Tampoco recordarán qué pasó el día que el PIP decidió expulsar a los populares de su partido, pues fue el día que ultimaron a Filiberto.

Un año después, el PIP, partido oficialmente desaparecido en las últimas elecciones, pretende “ampliar” su base apelando a los seguidores de Ojeda y de Farinacci, rezando porque sus muertes prematuras los convierta en iconos vacíos de significado, prestos a circular como cualquier otra mercancía en nuestro espacio globalizado de consumo. Pero el izquierdismo realengo, gracias a los extraños caminos del señor, (y, ¿a la falta de inteligencia del FBI?), tiene un nuevo icono sagrado a través del cual aunar fuerzas. Ya no va a Lares, ahora va a Hormigueros. Caminos bifurcados que, sin embargo, conllevan al mismo callejón sin salida.

II
La estrategia del lugarteniente Dalmau: apostar a la poca educación política de las camadas juveniles universitarias quienes no comprenderían que Ojeda, Farinacci y el PIP tienen tanto en común como la luna y las bolas de ping pong. Esperan que los sucesos acaecidos en el último año (la muerte de ambos), se hayan calcificado lo suficiente en la esfera pública como para que ya carezcan de significado. O sea, al ser difícil localizar su entorno, su contexto, en la libre circulación de objetos que representa nuestro querido espacio de consumo. Dalmau apuesta a la reificación de ambos, su conversión en mercancías. Al haber sido cosificadas, el significante se deslinda del significado; y para poder localizar el mismo sería necesario prestar atención al encadenamiento ad infinitum de los objetos. Entonces, la guerra política trasciende el discurso modernista del derecho y la justicia, para ser cosa de reclamar formas de subjetivación (prácticas discursivas), estilos de vida si se quiere, a través de las cuales seducir al sujeto del consumo.

Al anunciar que la próxima “jornada patriótica” en Lares será dedicada a Ojeda y Farinacci, Dalmau anuncia sus intenciones: reclamar a ambos dentro de la “lucha” política del PIP, querer apropiarse de ambos a modo de reavivar su alicaído partido. Pero la astucia de Dalmau no llega a tanto; consciente de que la movilización apunta a Hormigueros, no a Lares, éste pretende retomar el espacio discursivo del Grito intentando canalizar los flujos de deseo del sujeto de consumo independentista hacia el lugar de la gesta decimonónica. Esta estrategia sólo funciona para los que aún no se han localizado en el territorio virtual independentista; los realengos nunca compartirían nada con el PIP. Se dirige su mirada, entonces, a las facciones estudiantiles, aquellos que según los discursos románticos, se mueven más con el corazón que con la cabeza.

De ser cierto, el PIP cada día luce con mayor déficit de realidad. De un lado, dedican la conmemoración del Grito a dos antiamericanos; por el otro dicen que el congreso de Rubén (sí, aquel al que asistirán los chavistas) es para demostrar que querer la independencia no tiene nada que ver con ser antiamericano. Nada: dinámicas de la implosión de los partidos políticos actuales.

III
La lógica dictaría que la idea de abandono, por parte de la izquierda realenga, de Lares y la acogida de Hormigueros se trata de una movida política dictada por los preceptos del discurso sobre la emancipación humana. Nada de osificar el pasado; el presente tiene mayor relevancia. Olvidemos a Lares, abrasemos el lugar donde el último mártir fue asesinado por las fuerzas represivas del imperio colonial. Pero, ¿qué de cierto hay en ello?

Nunca debe olvidarse que Filiberto Ojeda quizá sea la única persona que escogió el día en que quería morir. Existe demasiada coincidencia de fechas: el día en que se fugó (23 de septiembre), fecha sagrada para la izquierda borinqueña, fue el mismo día en que el FBI le dio muerte, dando oportunidad a revivir el alicaído ritual de celebrar la última escaramuza del siglo XIX. Ojeda, por su parte, debió ser el personaje más feliz de la historia, al saber que su nombre sería celebrado junto a los sediciosos del 23 de septiembre. Demasiada coincidencia.

Pero asumamos la posibilidad. Ahora, donde el PPD amenaza seriamente con monopolizar el poder político del país, donde el independentismo desaparece del discurso público gracias al pérdida de la franquicia electoral pipiola, donde los penepés se lanzan a la implosión total con gusto y convicción a través de su criollizado Plan Tenesí, la otredad izquierdista está más amenazada que nunca. Los estragos se podían percibir hace años: el estruendoso fracaso de David Noriega como candidato a gobernador por el PIP, la momificación de Berríos en el poder pipiolo, la conversión en pandillas violentas de los grupos izquierdistas estudiantiles en la UPR, los desastres plebiscitarios del noventa, el emerger de una clase media de consumo enchufada a la cadena global de distribución. Todas instancias que apuntan a la postrimería del discurso de la izquierda socialista. Lo cual resaltó, en su momento, la necesidad de reconstituir el mito sedicioso. Ojeda, el general machetero, estuvo dispuesto a derramar su sangre por nuestra redención, al igual que Cristo.

Si fuese cierto esto, Ojeda se parecería más al John Doe de la película Seven que a cualquier otro redentor. Empeñado en mostrar la falta de fe en un mundo posmoderno, Doe estuvo dispuesto a crear una obra de arte que permitiera establecer que una cosa así sólo puede ocurrir con intervención divina. Filiberto, el obstinado, a través de su sacrificio, intentó probar que los fondos federales, la defensa común, el pasaporte “americano,” el cable y Direct TV, no son tan buenos na’. Detrás de ellos se esconde el poder imperial, dispuesto a asesinar un viejo armado (y desalmado) sin ninguna piedad.

Resulta lógico, entonces, olvidarse de aquel mítico grito decimonónico y acometer un nuevo imaginario. El problema: ¿a quién apela? ¿A las clases medias globalizadas? ¿A los estudiantes aburguesados de la UPR? ¿A la misma izquierda de siempre? ¿Al PIP (¡¡!!)? Al menos estos últimos tienen algún plan. Pero esperar que la gente se mueva por el simple hecho de que el FBI lució como lo que realmente es, no parece un mito aglutinador contundente.

Las actuaciones de la izquierda realenga en los últimos dos años ha dejado mucho que desear. En la escandalosa huelga universitaria del 2005, ésta lució más como milicia dispuesta a tomar el poder a la fuerza, y decidida a implantar una dictadura fascista con tal de que la gente entienda que los malos son los yanquis. Ricardo Santos y Rafael Feliciano hicieron el ridículo convocando un paro nacional sin contar ni siquiera con el respaldo de sus respectivos sindicatos. El último episodio: la escabrosa protesta de menos de cien camaradas en contra de la supuesta privatización del teatro de la UPR.

Así, de un lado pretenden recuperar su poder de convocatoria a través de la figura de Filiberto Ojeda; del otro, se desacreditan con acciones que perpetúan su maltrecha imagen de escaramuzas vociferantes en ocasiones violentas. Es la esquizofrenia típica de aquellos fenómenos en plena implosión, desesperados por sobrevivir pero cuya lógica interna cada día los empuja más a la extinción. Mientras, los sujetos de consumo le arrebataron el poder de convocatoria en las manifestaciones de mayo pasado.

Nada, la izquierda poco a poco desaparece, constreñida bajo su propio discurso, escondida en el ideario socialista del cual ya no queda ningún remanente. Es necesario, entonces, construir un nuevo espacio de disensión. A la mano de éstos, no lo podemos dejar.

lunes, septiembre 18, 2006

ESCARAMUZAS PREOTOÑALES

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
El protagonismo regresa. La necesidad de llamar la atención, por métodos muy convencionales. De nuevo, las camadas socialistas vuelven a tomar la universidad por asalto...

Ya no se trata de la matrícula. Ahora es la supuesta privatización del teatro. Un centenar de almas perteneciente a la Unión de Juventudes Socialistas (whatever that means!), se apostaron en las escalinatas del edificio impidiendo la entrada de los allí citados. No pudo entrar el gobernador, el expresidente de la institución, figuras de las artes, ni cualquier otro hijo de vecino que así lo deseara. Abajo se vino la idea de integrar la comunidad a la Universidad; ésta pertenece al pueblo, a los pobres, no a los “grandes intereses.”

Pero, ¿es realmente la universidad de los pobres? Y, ¿cuál es la extracción de clase de las huestes socialistas? ¿Por qué el teatro? ¿Qué tiene que ver la universidad con todo esto?

II
Primero lo primero: la universidad es del pueblo. Luego de protagonizar la huelga más antidemocrática de la historia, se pudiera pensar que las huestes socialistas retrocederían y repensarían sus estrategias a modo de limpiar su imagen y redirigir sus esfuerzos. La huelga del 2005 se caracterizó por: la actitud proto fascista de un puñado de fanáticos empeñados en empujar la institución a un caos total; un argumento hueco completamente desconectado de la realidad, nacido de una guerra fría culminada quince años atrás; actos de violencia no institucional, sino promovida por las propias huestes “luchadoras de la paz y la justicia”; estrategias puramente dictatoriales en vías de empujar sus propios intereses; la demonización sistemática de todo aquel que disintiera.

Como ha probado toda huelga acaecida luego del 1980, el problema de la UPR ha sido uno de acceso, no de dinero. La UPR carece de estudiantes de escasos recursos no porque no puedan pagar la matrícula, sino porque no cumplen con los requisitos de entrada. Los estudiantes de bajos recursos van a las universidades privadas y pagan cifras astronómicas por su educación, pues de lo que se trata es de ganar acceso al consumo. El estudiante invierte en su futuro; su educación responde al imperativo de cómo entrar en la cadena global de distribución y, por añadidura, convertirse en sujetos del consumo. No es la educación decimonónica liberadora e iluminadora la que persigue. Por eso, la universidad pal pueblo le interesa un bledo. Si esos son los sujetos revolucionarios de los socialistas, ¿qué puede esperarse de sujetos ya formados en el consumo, que estudian en colegios privados y entran en la UPR en virtud de ello?

Por eso el discurso de la universidad pal pueblo ya no cala en los estudiantes. Habla de un pasado remoto inexistente que no tiene nada que ver con el proceso de subjetivación de los individuos prestos a acceder al consumo. O al menos, no cuando se trata de pago de matrícula. Y para un sujeto ya inmerso en el consumo le parece perfectamente viable que el teatro de la institución sea manejado por sujetos del capitalismo líquido. Es garantía de eficiencia.

Al igual que en el 2005, ante la falta de convocatoria y el progresivo debilitamiento de su discurso, se recurre a estrategias coercitivas para interrumpir el flujo de deseo dentro del territorio. Se plantan en las escalinatas en principio como acto de penitencia, dispuestos a que le pasen por encima con tal de demostrar su compromiso. Pero tan pronto alguien les pone un dedo encima, su actitud pasiva se transforma en violencia no institucional.

III
¿Cómo rescatar la idea de la universidad pal pueblo? El principio organizador debería ser el acceso a la institución, en virtud de la voluntad de acceso al consumo de los estudiantes. Si tomamos esto por cierto, resultaría necesario poder ampliar la universidad para dar mayor cabida a estudiantes. Ante la crisis del Estado, resulta difícil pensar que la propia universidad pudiese lograr esto. Lo cual implica crear vínculos con el capital líquido en vías de allegar fondos que permitan abrir la base de la universidad.

Esto ya sucede. Año tras año, la facultad de Ciencias Naturales recibe millones de dólares del sector farmacéutico dirigido a adiestrar futuros obreros de la industria y desarrollar, en conjunto con la institución, nuevos productos y procedimientos. Otras facultades lo hacen a través de fondos federales. (¿Por qué, las huestes revolucionarias no protestan contra ello?). Es necesario también una apertura significativa de la universidad hacia la comunidad. Es imperioso acoger los intereses de la sociedad de consumo a ella, a modo de revestirle de pertinencia. Por último, la universidad necesita retomar y acoger nuevamente la producción cultural local e imprimirle un sello metropolitano.

¿Por qué debe hacer todo esto la UPR? Porque las universidades privadas del país ya lo hacen. El sistema universitario Ana G. Méndez, la Universidad del Sagrado Corazón y la Universidad Politécnica han venido a ocupar ese vacío. Por eso capitalizan en las camadas de estudiantes desencantados con el sistema público que, gracias a ser rehén de las huestes socialistas, poco a poco caen en decadencia y caducidad.

lunes, septiembre 04, 2006

LA PARTIDOCRACIA Y LOS PELIGROS DE LA POSMODERNIDAD

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Cuando Nietzsche, en Así Habló Zarathustra declaró que “Dios ha muerto,” no se refería al Dios de los judíos, al de los cristianos, a Alá, o a alguna otra deidad que moldea comunidades religiosas imaginadas de limitado alcance (como las que operan en la actualidad). Éste hablaba de los metarrelatos, esos regímenes de verdad capaces de hacer que planos de consistencia, formados de diversos rizomas, se alcen como parcelas arborescentes y reclamen el dominio exclusivo de los discursos acerca de la Verdad. A Nietzsche eventualmente se le unieron los dada, surrealistas (en el teatro, la pintura y la novela) y los serialistas dodecafónicos en la música (Schoenberg y Webern, entre otros).

Sus propuestas respondían al emerger de la sociedad de consumo, la “era de la reproducibilidad técnica” de Benjamin, a la multiplicación virulenta de signos desarraigados de su referente “real” (la disolución del binomio valor de uso/valor de cambio). Nietzsche, al igual que los demás, podían preveerle. Así Habló Zarathustra data de finales del siglo XIX. El primer tratado serio de la sociedad de consumo, Historia y Conciencia de Clase (Georg Lukacs), fue publicado en 1926. Pero el verdadero asentamiento de la sociedad de consumo no se produjo hasta finales de la década del sesenta, cuando el pacto fordista se vino abajo. La eventual quiebra del estado benefactor dio paso a la propagación exponencial y virulenta de la sociedad de consumo, amparada bajo el discurso del neoliberalismo.

El efecto de este proceso sobre la subjetividad fue determinante. El sujeto quedó desdoblado, enfrentado a un real liquidado (tanto en el sentido de eliminación como de licuefacción), sin un punto referencial que determinara y organizara la Verdad. No hubo más Verdad, sino muchas verdades. El cinismo como ethos no es sino una forma desafectada de subjetivación encaminada a dotar al sujeto para poder enfrentar tal paradoja.

Al presente, el sujeto navega en un espacio cibernético e hiperreal poblado de objetos y signos, sin posibilidades de orientarse, pero al mismo tiempo, con la fortuna de conducir su existencia a partir de cualquier objeto. La posmodernidad, ese vacío producido ante el abandono de la Modernidad, es agridulce. De un lado, la liberación de los metarrelatos le ha devuelto al sujeto su existencia prosaica, vacía de grandes significantes, repleta de instancias de significación. Pero al mismo tiempo, como advertía hace un tiempo Lyotard, aparece nuevamente la posibilidad del fascismo, como un acto alterado de negación ante el vacío. Ante la “insoportable levedad del ser,” renace el estatismo desmesurado (a lo Venezuela), mientras viejos modelos caducos de ejercicio del poder comunista retornan con venganza como una forma de contrarrestar los efectos virulentos del neoliberalismo desmedido. Peor aún, se desarrollan campos de fuerza arborescentes que intentan jerarquizar los rizomas y el plano de consistencia del mundo plano y achicado. Ahí está el extremismo islámico como prueba de que el vacío, por momentos, puede despertar inequívocas respuestas con un alcance que equipara la virulencia del neoliberalismo.

II
El agenciamiento del sujeto desdoblado gobernado por el signo del cinismo, implicaría, en principio, una constante cuestionamiento de la verdad (sea con el letra mayúscula o minúscula). El extremismo islámico puede que sea una respuesta violentamente virulenta a tal suceso. Pero el despliegue fervoroso del sectarismo religioso actual no deja de ser una réplica fundamentada bajo las mismas premisas. El estatismo dictatorial venezolano y chino es otra forma de respuesta, que aunque jerárquico, es indiferente al requisito de la comunidad imaginada.

En ocasiones, sin embargo, se recurre a la vulgarización de ese agenciamiento teniendo el ejercicio del poder como norte, lo cual desembocaría en otra forma de estatismo, pero de corte tosco, rústico e inculto. Para la “partidocracia nuestra de cada día” este es su modus operandis, en vías de perpetuar su monopolio sobre la experiencia de lo político en el país. Cualquier acusación seria de actos ilegales o irresponsables es contrarrestada con la excusa de “persecución política” a modo de restarle peso y validez a la misma. Se confunden cuestionamientos serios acerca de la conducta y proceder de los políticos con cuestiones triviales. La posibilidad de manejos turbios de fondos públicos, la comisión de delitos graves, se equipara a la banal acusación de algún legislador por haber sido llamado “inmoral” por otro legislador del bando contrario. La ley y la justicia, constructos que sirven para organizar la experiencia humana en comunión bajo la Modernidad, quedan relativizadas no bajo el pretexto de responder a los sectores que ejercen el poder y así cuestionar su validez contingente, sino en vías de permanecer impunes y continuar practicando su ejercicio corrupta y groseramente.

III
Toda la controversia referente a la pensión “cadillac” del hoy legislador no electo por el distrito de Arecibo, Pedro Roselló González, se desarrolla bajo la turbidez típica del proceder partidocrático. La convicción por la comisión del delito de falsificación por parte del ex titular de la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) debió despejar dudas acerca de la validez de los planteamientos esbozados por el ex gobernador. No debería haber incertidumbre alguna acerca de sí Roselló trabajo o no en aquellos veranos que ya nadie recuerda, y de los cuales no existe ningún expediente que dé fe de ello. Se debería respetar la validez de las transcripciones de créditos de aquel verano que Roselló dice trabajaba, mientras en realidad se encontraba tomando cursos veraniegos en la Universidad de Harvard. Tampoco debería cuestionarse aquella ficha que coloca a Pedro participó jugador de tenis en alguna justa deportiva americana. (Al menos, no es sano cuestionar el récord deportivo cuando las disciplinas de este tipo se fundamentan, primordialmente, en la acumulación de datos; así se construye su historia).

Cierto, el caso no ha sido adjudicado por ningún tribunal. Pero aferrarse a un cuento que cada día se debilita y parece más uno de cuna, apunta con mayor convicción a la confirmación de la evidencia. ¿A qué recurrir ante tan cruda realidad? Al reclamo de persecución política. Aún su feroz pero debilitado adversario por el control de la finca penepeísta, Luis Fortuño, alza bandera al respecto cuestionando el tiempo en que surge la noticia sobre la investigación, brindándole autoridad discursiva al desentonado y siempre belicoso parloteo de Thomas Rivera Schatz. Quizá Fortuño no se percate de ello, pero le está brindando municiones a los seguidores del alicaído iconoclasta y patricio aspirante al trono de prócer de partido. Se abre la prensa, de por sí cuestionada gracias al advenimiento del momento posmoderno, al libre ataque de su línea editorial (ya reconocida y aceptada en el concepto de “market share”), debilitando de por sí la posibilidad de la disensión. Nadie queda a salvo. Bueno, si: el balance partidocrático.

Roselló manipula la situación exigiendo violentar los procedimientos de investigaciones criminales llevados a cabo por el Departamento de Justicia y así someter a la ley y la justicia al circo partidocrático. (¿Habrá pensado en las consecuencias que tendría esto en las investigaciones sobre narcotráfico?). Lo peor: sus secuaces de partido le apoyan en el reclamo, queriendo convertir un recurso investigativo en un espectáculo de quién es más inmoral; Roselló, el Secretario de Justicia o el Gobernador.

Queda la verdad (grande o chiquita) atropellada, atrapada en las virulentas garras de la partidocracia.

IV
¿Podría desembocar este proceder en fascismo? No parece. Al menos no parece que vaya a verterse en la variedad practicada por Chávez en Venezuela, que parece más estatismo populista desmedido que otra cosa. Pero no debe olvidarse que los protagonistas de aquel violento incidente en la Procuradoría de la Mujer (incitado por un acto imprudente de la propia procuradora) quedaron impunes, solventados por sus motivaciones puramente ideológicas (a lo que se le debió añadir partidocráticas). Esa no parece ser la suerte que corrieron los vándalos que intentaron justificar de la misma manera la destrucción de propiedad pública federal en Vieques aquel primero de mayo, ni los que intentaron tomar por asalto el Capitolio y atormentar a los asistentes al homenaje de Julito Labatut (otro imprudencia, esta vez incitada por una legisladora azul). Se evidencia aquí como los practicantes de la partidocracia tejen su propio nicho, el cual juran proteger con tal de mantener su monopolio de poder.

¿Las consecuencias? A quién importan. Héctor, Lornna y Epifanio (los three blind mice) utilizan el mismo pretexto, aun en momentos en que sus acciones están bajo la mira y la duda los arropa más que la transparencia. Lo absurdo del momento les lleva hasta la construcción de “Coquito” como un empresario preocupado por sus conciudadanos.

Mientras, allí donde habita el sujeto de consumo, éste se ocupa por cuestionar los cimientos de su realidad. Su propósito: transformar y adaptar su realidad a un mundo emergente que pone en peligro la supervivencia de antiguas estructuras que, aunque luchan por subsistir, reconocen su caducidad hace ya mucho tiempo…

martes, agosto 22, 2006

JORGE SILVA PURAS O EL RETORNO DEL HOMBRE UNI-DIMENSIONAL

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados


I
Desde su aparición como paladín del achicamiento del gobierno, se hace imperante la creación de un nuevo puesto en los escalafones ejecutivos del mundo empresarial: Chief Reengineering Officer o CRO (por sus siglas en inglés). Contrario a la inconsecuente reingeniería del Departamento de Educación llevada a cabo por el hidalgo César Rey y supuestamente continuada por el doctor Aragunde y su secuaz Waldo, allí donde Jorge dice que va a reestructurar algo lo ha hecho. Así lo hizo con Fomento (y en tiempo récord). Así que si este Jorge dice que se propone fusionar agencias, reestructurar corporaciones públicas y tornar el gobierno en un ente eficiente, ¡créale!

Todo político, al ser en primera instancia sujeto del consumo, lleva la “contradicción” incrustada en su código genético. Inclusive aquellos que practican la partidocracia. Aníbal Acevedo Vilá no es la excepción. Algunos días juega el sucio pasatiempo de la política hacendada, patricia y patriarcal. Otros, luce como un sujeto de consumo comprometido con el porvenir del territorio. Y en otros actúa como el jefe de su tribu, dispuesto a obviar los más elementales principios democráticos con tal de que su partido prevalezca en cualquier disputa (particularmente, si esta es con la oposición). Es un tipo osado (el cierre laboral de mayo pasado prueba este punto más allá de cualquier duda razonable), que usualmente gana las batallas en las que se enfrasca, aunque en ocasiones le toca perder (la cruzada presupuestarias de los últimos dos años).

Consciente del frágil y efímero consenso que le llevó al poder, Aníbal ha tenido que apoderarse de discursos propios del sujeto del consumo para intentar cimentar su monopolio del poder político. Esto a veces le ha funcionado, en otras no. A pesar de que el Secretario de Educación se ha empecinado en hacer todo lo contrario, el hoy gobernador aún insiste que la educación sigue siendo una de sus prioridades. No es de extrañarse entonces que Acevedo Vilá intente apoderarse de discursos que exigen un achicamiento del aparato gubernamental y una mayor eficiencia en la gestión pública.

En este sentido, Silva Puras le ha caído, o del cielo o, como anillo al dedo. Los dotes o la competencia que pueda tener el postecnócrata al respecto no vienen al caso. Lo cierto es que sus ejecutorias frente a Fomento, en lo que a reorganización se refiere, le merecieron una promoción dentro de los esfuerzos de reestructuración del aparato gubernamental (acompañado de un jugoso aumento salarial). Silva Puras debe ser el único de los miembros del gabinete que se propuso cambiar su agencia y lo logró (sin importar las consecuencias de sus actos, si al final se producía un ahorro sustancial para las alicaídas arcas gubernamentales). Esta gesta le mereció coronarse CRO del gobierno de Puerto Rico.

II
Jorge Silva Puras es uno de muchos personajes oscuros en la administración de Acevedo Vilá. A diferencia de sus predecesores populares (quienes usualmente nombraban o personajes reconocidos, o miembros de la aristocracia hacendada), y similar a Roselló (su equipo de trabajo, más que ser estadista, pertenecía a la camada de jóvenes profesionales dispuestos a convertirse en los nuevos tecnócratas, los pos), éste se vio en la necesidad de reclutar rostros frescos para una administración de la cual pocos querían participar por miedo a la inquisición que Roselló y compañía (la oposición, quien controlaba la Legislatura) organizaban en el Capitolio.

Claro, esto no salva que Aníbal utilizara los mismos criterios empleados por otros gobernantes. Por aquello de discernir la competencia de los aspirantes a algún puesto en su gabinete, la pregunta obligada fue: ¿cuánto dinero trajo al partido? Este Jorge no estuvo exento de ello. Como empleado de Procter & Gamble, vendedor estrella de Charmin para Puerto Rico, Silva Puras debió haber conocido muchos donantes potenciales a la causa popular. En este sentido, no deben quedar dudas que Jorge trajo mucho dinero al partido y que por ello fue premiado con la silla de Director Ejecutivo de Fomento.

Tampoco debe haber reparos en que cada cual aspire a realizar lo que quiere en la vida. Silva Puras pudo haber sido vendedor de Charmin, trabajar para una compañía de capital líquido empeñada en eliminar la competencia local en cada uno de los terrotorios conquistados. Pero si su aspiración era convertirse en postecnócrata y dedicarse a la reingeniería del gobierno, bien por él. ¿La competencia al respecto? Se le debe otorgar otra vez el beneficio de la duda. En un mundo que cada día exige mayor número de competencias de parte del trabajador, es refrescante encontrar alguien dedicado al mundo de los negocios que pueda asumir retos y triunfar en el proceso.

Así Jorge llegó a Fomento y se dedicó a reestructurar la agencia en vías de lograr ahorros significativos en su presupuesto, eliminar “grasa” (excedente de empleados que con toda probabilidad terminaron en sus puestos por favores políticos) y crear un ente gubernamental más eficiente. Se hizo de las herramientas disponibles: retiro temprano incentivado, eliminación de puestos transitorios, convocatorias a puestos dilucidados por las competencias particulares del empleado. ¿El saldo? Un número significativo de empleados despojados de su trabajo, sin sustento, dispuestos a vaciar las arcas del desempleo, las ayudas locales y federales, y con la predisposición a aceptar el empleo que le pudiera ofrecer el actual mercado laboral.

Queda por ver si Fomento es un ente más eficiente, si los ahorros proyectados se cumplen, o si el dinero no es desviado a otras gestiones de carácter frívolo que hagan del proyecto uno pasajero, carente de voluntad política. Hasta ahí bien. El problema: ¿qué se hace con el excedente de empleados? Puede que la reestructuración de la agencia haya producido los frutos deseados, pero ¿y qué de la otra parte? ¿De los desterrados, los liquidados fulminantemente, los olvidados (recordando a Buñuel)? De eso nada.

III
Alguien debió soplarle al oído a Aníbal que, después de todo, Jorge Silva Puras lo había hecho bien. La imprevista salida de su capataz-ahora-convertido-en-gerenciador-de-partido, el otrora Secretario de la Gobernación, José Aníbal Torres, le posibilitó repensar dicho puesto. Pero sobre todo, la caótica batalla de mayo le había producido un buen saldo al gobernador. Su victoria en la garata le brindaba claves sobre cómo redirigir su discurso para ampliar el apoyo de la base de sujetos de consumo: achicar el gobierno, hacerlo más eficiente. Acevedo Vilá intentó apropiarse del discurso de la sustentabilidad, moldearlo a sus propósitos políticos para así incrementar su monopolio de poder político. Le resultaba importante también asegurar las camadas centrífugas del desaparecido Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), para que permanecieran de su lado.

[La seducción del electorado del PIP bajo esta estrategia discursiva se producía en la medida que el cuadro directivo de dicho partido se enfocó casi siempre en señalar las deficiencias a nivel administrativo de los principales partidos políticos, no en la consecución de la independencia. Como muestra de ello está el aura de justiciero que David Noriega exhibió en sus días como legislador. Esto, sin embargo, no le sirvió para llegar hasta Fortaleza. Nada, paradojas de la vida bajo el signo del capital líquido.]

Fresco de su álgida victoria en la reorganización de Fomento, Silva Puras dio el brincó, se agenció de la Secretaría de la Gobernación y se autoproclamó RCO. Desde los balcones de su oficina en Fortaleza declaró que su misión era la reestructuración del gobierno a modo de hacerle más chico y eficiente. Anunció su embestida contra la Autoridad de Energía Eléctrica (enfureciendo, de paso, el liderato y matrícula de la UTIER), fusión de agencias, y reducción de personal en dependencias gubernamentales. Tal pareciese que el gobernador le había otorgado poderes ilimitados al otro Jorge para que llevara a cabo su agenda.

Extrañamente, a Silva Puras se le olvidaba, nuevamente, el otro lado de la moneda. (Mas extraño resulta el dato cuando se toma en consideración que su antiguo puesto en el gabinete lo vinculaba al desarrollo económico del país). Sus planes, anunciados con bombos y platillos, apuntaban a un cambio de dirección beneficioso para el país, una mutación de la gestión pública que se encaminaba a elevar la competitividad del territorio en el mercado geopolítico actual. Pero al no tomar en consideración la suerte que correría aquel empleado desplazado, la virtud que pudiera acompañar su gesta se convertiría, al mismo tiempo, en leña que alimentaría el fuego infernal que representa el mercado laboral actual.

Comete así tres errores básicos Silva Puras en su gestión: construye/constituye el ecosistema de forma maníquea; no respeta la biodiversidad; despacha la sustentabilidad. En su ecosistema no hay espacio para aquello que no fuese la gestión gubernamental (entendida como patrono). Lo que sucede fuera de ella no le importa. Es una reformulación vulgar y grosera del “ellos y nosotros.” Al establecer esta pauta, la biodiversidad es expulsada de la ecuación; ni siquiera se reconoce. Un mundo construido de esta manera no puede ser autosustentable. Regresamos así al hombre unidimensional: o trabajas (para el gobierno) o no trabajas; lo demás no importa.

Lo que el otro Jorge se economiza al reducir la fuerza trabajadora del país, lo pierde en el fisco. A menor número de adultos empleados, se achica la base contributiva del país. El mismo efecto ocurre en cuanto al impuesto sobre la venta: sin dinero que gastar, ¿cómo se va a recaudar? En todo caso, si bien existiría un ahorro en términos salariales, el paquete de ayudas desembolsado continuaría desangrando el fisco. ¿O acaso se piensan abandonarlos a su suerte?

Siendo justos, debe existir un Plan B. Ya se verá a Román Velasco, Secretario del Trabajo, corriendo con su feria (tipo fiesta patronal) reclutando a todos los psicólogos que se encuentre en el camino, para brindarle apoyo emocional a los desplazados, diciéndole que aunque la economía está detenida y el mercado laboral estancado “ya verán que conseguirán trabajo, aunque sea en un McDonalds.”

IV
Es galante la empresa del nuevo Secretario de la Gobernación. Pero mientras la misma sea socavada por la partidocracia practicada solapadamente por el gobernador de turno, sus frutos traerán más problemas de los que pretende resolver. Ciertamente Acevedo Vilá tiene un plan de desarrollo: la biotecnología. Pero, ¿cuántos empleados desplazados de la UTIER cualifican para trabajar en empresas de alta tecnología? ¿Cuántas secretarias y trabajadores clericales caben en una empresa cómo esa?

Puede que sean buenas las intenciones del otro Jorge, pero la política pública (o la ausencia de esta) y el ejercicio del poder practicado por Acevedo Vilá apunta a un desastre en ciernes. Aún en su discurso sobre la biotecnología existen serias incongruencias: la educación es uno de sus ejes, y sin embargo el desempeño y compromiso del actual Secretario de esa dependencia sólo puede medirse en números negativos. No existe tampoco un plan articulado de readiestramiento para lograr que la fuerza trabajadora actual (tanto empleada como desplazada) pueda encaminarse por dicha senda.

De lo que se trata es del ejercicio crudo de la partidocracia. Apoderarse de un discurso a modo de continuar monopolizando el poder. Y como en un tribunal el desconocimiento no exonera a nadie de culpa, desgraciadamente el flamante Secretario de la Gobernación deberá ser acusado de crímenes de lesa humanidad. Después de todo, de buenas intenciones está adornado el camino al infierno...

CRB

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
En mi juventud, estas siglas eran sinónimo de terror. No del que utiliza aviones para derribar edificios, sino de aquel que ejerce el Estado en contra de sus constituyentes por el simple hecho de disentir. La mancha de Maravilla vive en la comunidad imaginaria puertorriqueña como un lastre de tiempos pasados pero presentes en la memoria. Por ahí está la figura de Romero; como memento de ese vil pasado; pero también como monumento sobre lo que acecha, aquello que sigue vigente en tiempos de guerra contra el terrorismo.

Pero la latencia de Romero Barceló en la política puertorriqueña es también indicativa de las luchas intestinales que se libran al seno de los caducos partidos que aún pretenden monopolizar el poder político actual. El “Caballo” se empeña por adueñarse del legado Luis A. Ferré, coronarse heredero (ilegítimo) del prócer y bautizarse como otro gestor de importancia en la agotada búsqueda por la estadidad. Si el viejo Ferré no le nombro como su legítimo sucesor, no importa. En la “guerra partidocrática nuestra de cada día” todo es posible, todo es válido. Así, Romero intenta e intentará por todos los medios (asequibles o no) apoderarse del legado de Ferré y convertirse en “capo mafioso” al cual toda movida (por ínfima que sea) le sea consultada. El proceder del partido sólo se cristalizará en la medida que reciba su bendición.

Esto queda patente en la actual lucha intestinal que atraviesa el Partido Nuevo Progresista (PNP) de cara a las elecciones del 2008. Romero se niega a morir. Por eso se alía con Pedro (a pesar de su desquicio); desautoriza a cualquiera que intente plantarse como candidato; ataca despiadadamente a Fortuño. No debe haber (ni habrá) movida al respecto, sin que antes se le pida permiso y se reciba su bendición.

II
¿Por qué continuamos soportando a Romero? Eso es tan simple como reconocer que los candidatos que han tomado la rienda del partido, tras sus respectivas derrotas, lo han abandonado, dejado a la deriva. Romero no lo ha hecho eso; nunca lo haría. No lo abandonó cuando su terquedad y sus tácticas de terror le empujaron a una derrota segura en el 1984. Tampoco cuando, cabizbajo, Baltasar Corrada del Río salió huyendo al ser derrotado por Hernández Colón, entonces aspirante a presidir la república bananera puertorriqueña. A Pedro lo obligó a compartir su capital político, logrando salir Comisionado Residente más por la fuerza prestada que por los méritos propios (de paso cargándose a Zaida Hernández). Ante el forzado retiro de Roselló, pulseó lo suficiente como para recuperar su puesto y competir, nuevamente, para Comisionado Residente.

Romero fue derrotado por Fortuño para la nominación a Comisionado Residente en el 2004, pero eso no significó su muerte política. Siempre obstinado, y con una superlativa obsesión de poder y reconocimiento, torpedeó constantemente la campaña del futuro Comisionado Residente de cara a las elecciones generales, restándole legitimidad (y votos). Si bien la victoria de Fortuño (combinada con la derrota de Pedro, devenido ahora Mesías), le colocó a la delantera en lo que a la gobernación se refiere, Romero ha hecho todo lo posible por continuar restándole legitimidad y capital político desde entonces.

¿De dónde deriva la mala leche entre Romero y Fortuño? Quizá la misma comience en el momento en que el segundo acaparó la atención de los mecenas penepeístas. El capital monetario siempre supone poder dentro de una colectividad partidocrática; el PNP no es la excepción. La franca decadencia que experimenta el partido en estos momentos se debe, primordialmente, al limitado flujo de efectivo por el cual atraviesa. Aquellos que estuvieron con Pedro en el 2004 lo han abandonado al no estar dispuestos a apostar por un candidato derrotado en futuras elecciones. Es una forma de propulsar el relevo generacional. Eso es, siempre y cuando una figura como Romero no se plante en el camino.

III
Si nos empeñáramos en escribir la historia según Romero, quedaría de su parte no sólo escoger el candidato a futuras elecciones, sino la agenda del partido de cara al futuro. ¿Cuál sería esa agenda? Buena pregunta. Tanto él como Roselló insisten en que la agenda de la estadidad ha quedado inconclusa. Pero, ¿cómo creerles? Romero Barceló ha estado dando bandazos por espacio de cuatro décadas: ocho años como Gobernador, ocho como Comisionado Residente. Y la estadidad, ¿dónde está? Pedro, por su parte, fue gobernador por ocho años, celebró tres plebiscitos (los perdió todos), se mudó cerca de la capital federal dizque para cabildear a favor de la estadidad, se convirtió en profesor universitario (part-time, claro está), y hasta publicó un libro sobre el anhelo de los puertorriqueños en alcanzar la “igualdad.” Repetimos: y la estadidad, ¿dónde está?

En tiempos del capital líquido y la cadena global de distribución, la estadidad, al igual que la dependencia, tienen muy pocas posibilidades de concretarse. Existe una serie de factores exógenos al proceso de status (que van desde la instauración de la sociedad de consumo hasta el emerger de su sujeto) que le cortocircuitan, lo entorpecen, se entrometen. Imposible no estar consciente de ello. ¿Qué buscan, entonces, Pedro y Carlos? Cimentar su poder, perpetuar la partidocracia, y mantener su monopolio sobre el poder político del país.

IV
Romero representa los últimos aleteos del patriarquismo político dentro del PNP. Irrespetuoso, chabacano y buscón. Más que un caballo cerrero, parece un gallo de pelea, siempre dispuesto a utilizar sus espuelas con tal de herir de muerte a su contrincante, a su adversario. Si declara que no es tiempo de candidaturas en la colectividad, es porque busca tiempo; no porque le interese el bienestar del partido. Funciona como caudillo (aunque, en realidad, no pueda cumplir esta función a cabalidad). Se siente pastor de un rebaño que cree a fe ciega en la estadidad, y está más que dispuesto en llevar a la manada de la mano, siempre y cuando esto garantice su permanencia en el poder.

Pero el tiempo de los caudillos (y los aspirantes a ello) ya pasó. El asentamiento de la sociedad de consumo le imprime un aire de transitoriedad a todo, inclusive a aquello que aspira a convertirse en discurso arborescente. El sujeto del consumo, desdoblado y despojado de su centro, adopta el cinismo como ethos, lo cual implica un distanciamiento de todo aquello que aspire a convertirse en régimen de verdad. El acceso al consumo, ese credo que quía y canaliza los flujos de deseo del sujeto, impide la inercia en el proceder de éste. Una solución final al debate del status es inconsecuente en este momento. Los movimientos del capital líquido y el dinamismo de la cadena global de distribución (siempre presta a emigrar y a mutar) no permiten que el territorio se asiente. Alcanzar la estadidad, la independencia o el pleno desarrollo del Estado libre Asociado (ELA) es una quimera; mañana siempre habrá alguna excusa por la cual exigir un cambio.

En su lucha intestinal por convertirse en prócer y cuadillo, Romero lleva las de perder. Él parece estar consciente de esto. En el proceso está dispuesto a implotar la colectividad que lo llevó al poder y le ha servido de plataforma para sino monopolizarlo, al menos compartirlo a la fuerza con el presidente de turno. Los días del PNP parecen estar contados...

lunes, agosto 21, 2006

LEO

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Repasemos la situación. El Partido Nuevo Progresista (PNP), prácticamente, resultó victorioso en las pasadas elecciones, ganando el control de Cámara, Senado, de la silla del Comisario Residente, y la mayoría de las alcaldías. En cambio, el Partido Popular Democrático (PPD) resultó victorioso sólo en la carrera por la gobernación. Matemáticamente hablando, puede llegarse a la conclusión de que quien ganó la elección lo fue el PNP.

¿O no? ¿Cómo explicar la guerra sin cuartel presente al seno de dicho partido? ¿Por qué tanta pelea? Dado el cuadro emergente luego de las elecciones, se pudiera suponer que el plan de gobierno del PNP sería bastante sencillo: al controlar la rama legislativa hubiera sido bastante simple imponer su programa de gobierno, enviando legislación y esperar que el gobernador, o la firmara o la vetara. En caso de que se aplicara el veto tendrían los argumentos suficientes para tachar a la rama ejecutiva de incompetente, poco cooperadora, sin compromiso ante el país, etc. Pero no. Es precisamente en la rama legislativa donde los penepés se han dedicado a torpedearse unos a otros, en luchas intestinales de poder, debilitando, poco a poco, sus pocas opciones de triunfo en las próximas elecciones generales. En vez de ser un partido de oposición, se han dedicado al chantaje, la intriga, el espionaje, a gastar dinero, y a dedicar todo sus esfuerzos en asuntos de poco interés público (¿por qué inmiscuirse en el debate de sí Castro está muerto o no, o el efecto que tendría una apertura “democrática” en Cuba? En todo caso, ¡deberían preocuparse por someter legislación que ayude a elevar la competitividad del país ante el inevitable suceso!).

Este panorama ha contribuido a que un político partidocrático desgastado, con escasa credibilidad y de poca convicción, surja como un posible candidato a la gobernación del país: Leo Díaz. Cabe preguntarse, sin embargo, si Leo es una alternativa genuina con opciones reales de ser gobernador, o simplemente forma parte de un drama mucho más vasto (y a la vez estéril) que vive la colectividad de la palma en el nuevo milenio.

II
¿Cómo es posible que un político con poca experiencia parlamentaria, retirado voluntariamente ante la triste (pero franca) realidad de una aplastante derrota en un evento electoral, que fuese presidente transitorio de una colectividad terriblemente afectada por un catastrófico revés, para luego ser un politólogo analista de “poca monta” sea la solución a todos los males que afectan a la palma? La realidad es que Leo tiene escaso recorrido político en cuanto a puestos electivos se refiere. Fue un legislador inconsecuente que se beneficio en su elección del pandemonio creado por la figura de Roselló en su momento de gloria (1996). Quizá fuese un activista del partido antes de eso, una de esas figuras oscuras como José “El Primitivo” Aponte; nada más.

Su resurgimiento político se produjo gracias a Carlos Romero Barceló. Roselló, luego de la inevitable derrota del 2000, decidió abandonar el país y autoexiliarse en la metrópoli, convirtiéndose en profesor universitario “part-time,” y desarrollando toda una obra literaria que le permitiera figurar como prócer en años venideros. Pesquera comprendió que su selección como candidato oficialista del PNP no fue más que la quema de un cartucho para luego ver cómo recuperar el poder (la derrota, recalcamos, era inevitable). También se exilió, abandonando el partido a su propia suerte. De esta manera, se produjo un vacío de poder en la colectividad.

Arrojada a su suerte, quedó por dilucidar quién tomaría el control del mismo. La cosa no es tan sencilla como pensar en quién podría correr como candidato a gobernador. Se trataba de determinar quien lograría atraer capital monetario, al tiempo que acumulaba capital político. Y es que ante la muerte de Luis A. Ferré, el PNP se había quedado sin prócer, sin una figura que se ocupara de mantener el balance. El viejo, ni en su lecho de muerte, nombró a un sucesor. (Contrario al PPD, donde Muñoz Marín bautizó, desde temprano, a Hernández Colón, quien aún funge como bringer of balance). No es un secreto que Romero siempre aspiró a llenar ese vacumm de poder. Pero quizá el viejo nunca lo nombró porque más que ser una figura aglutinadora, el “Caballo” siempre reclamó el repudio de sectores exógenos al partido. Esto, sin embargo, nunca privó a Romero de aspirar a convertirse en el “dueño” del PNP.

La posibilidad de que Leo se convirtiera en presidente del PNP fue lanzada en principio, de manera muy astuta, por Melinda Romero, hija del “Caballo.” El mensaje fue comprendido inmediatamente: con Roselló ausente y Pesquera desorientado, no existía nadie en la colectividad que pudiera retarle el poder a Romero. Leo, su “candidato,” en realidad se convirtió en la cara de su mandato. Nadie se opuso, o más bien, nadie pudo oponerse. Aún con la fragilidad de Leo como figura y político, la escasa experiencia, con un discurso bordeando en psicosis, éste emergió como el candidato, elegido y ratificado inmediatamente.

Todas las características antes mencionadas contribuyeron a que el propio partido recayera nuevamente en crisis. La resucitación de Pesquera se debió en parte a la falta de arraigo y sustancia de la figura de Leo, además de su retórica excluyente. Pero también al hecho de que Romero no logró avivar las arcas del partido. Sólo un Rosellista podía hacerlo, y ante el retiro total (aunque no final) de Pedro, regresó Pesquera. Los principales accionistas del PNP no estaban dispuestos a apostar su dinero a un candidato divisorio. Necesitaban (con tal de ganar la elección y volver a parasitar el gobierno) alguien que aglutinara y, al momento, Pesquera era la mejor opción.

III
Quizá Leo creyó que podía ser gobernador en el 2004. O al menos, correría para ello. Pero lo cierto es que el regreso de Roselló, ahora convertido en Mesías, logró impulsar al partido para la contienda electoral. Movidos por el desastre económico de la administración de Sila M., los mecenas del penepé decidieron revivir al muerto, impulsados en parte por el terror que sentían los populares a su figura, y por que otros vivían convencidos de que Pedro tenía una excelente oportunidad de salir electo por tercera ocasión.

Leo, que ya se había echado a un lado con la resurrección pesquerista, se sumió aún más en el anonimato político, aceptando el rol de anacronista político (o como le llaman en el argot partidocrático puertorriqueño, politólogo). Defendió a brazo partido, a través de las ondas radiales y televisivas, lo indefendible: la pulcritud e integridad de Roselló. Intento minimizar el lastre político y moral que representaban la banda de los “40 ladrones” que acompañaron al ahora Mesías en sus primeras dos administraciones. Y en la noche de las elecciones intentó subirle la moral a los penepés que ya se sospechaban una derrota en la silla de la gobernación. A eso llegó Leo; nada más.

Ante la derrota (y el derrotero tomado por el Mesías no bajado del cielo, sino estrellado y con pocas posibilidades de resucitar nuevamente), Leo pasó a ser un asterisco en la escabrosa historia del PNP. Pasado presidente en cuyo breve mandato, podría decirse, no sucedió nada más que la muerte y resurrección (para luego volver a ser crucificado) de Carlos Pesquera.

IV
El que Leo reviviera gracias al desquicio político de Roselló, no da licencia a entender su carrera política bajo los mismos términos que la vida de Pedro o Carlos Pesquera (muerte y resurrección). En todo caso sería su muerte y pasión, puesto que como personaje político éste falleció hace mucho ya (al filo del segundo término del Mesías) y lo ocurrido desde entonces es sólo una amarga pasión agridulce (sufrimiento adornado con la quimérica esperanza de alcanzar la prosperidad política).

Presto a perder el control del partido, y conciente en medio de su demencia de que sus días como caricatura política de la partidocracia están contados, Pedro ha necesitado revivir parcialmente un cadáver a modo de mantener la poca legitimidad que le queda en la esfera pública. Leo no es Fortuño, pero tampoco es Santini. El primero representa su fin político; el segundo, un posible lastre ante su conducta errática y su populismo lite e incontrolable. Pero para los que conocen a Roselló, resulta un tanto inconcebible haber escogido como posible sucesor a una de los caninos falderos de Romero. (Quizá por ello es que, recientemente, lanzara al ruedo a José “El Primitivo” Aponte, el bufón de su corte).

Lo que sucede es que los enemigos, ante un enemigo común, se convierten en amigos circunstanciales. No fue Pedro el que revivió a Leo; fue un Romero embriagado por la sed de venganza que siente contra Fortuño. De esta manera, Leo puede denunciar públicamente la necesidad de nominar un candidato aglutinador que pueda robarle electores al PPD al lograr capturar el excedente producido por la defunción institucional del PIP. Romero, a través de Leo, lanza un mensaje claro a los mecenas que, poco a poco, le dan la espalda a Pedro. Advierte tener la capacidad de encontrar un candidato que, por supuesto, no es Fortuño. Al mismo tiempo, insinúa que si el control del partido no recae en sus manos está dispuesto a romperlo nuevamente (tal como hizo en los tiempos de Hernán Padilla). Por eso mueve sus fichas apoyando a Pedro “el desquiciado” en su enviciado intento por retener el poder del partido, y utiliza a través de éste a Thomas Rivera Schatz para que ataque sin ningún tipo de misericordia a Fortuño. Mientras tanto, le tiende un ramo de olivo a McKlintock y los “auténticos,” al tiempo que pide a viva voz la renuncia de Héctor Martínez, salpicada con su consabida marrullería solicitando la renuncia también del gobernador por el delito de “necia asociación” con el cantante de reggaeton Don Omar.

¿Qué pito toca Leo en todo esto? Vaya usted a saber. La contienda por el control del PNP es entre Fortuño y Romero, nadie más.

JORGE

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Pensar que la carrera de Jorge Santini en la política comenzó como asesor legislativo de Pedro Roselló resulta demasiado sorprendente. Jorge se convirtió en Senador no por sus virtudes pero sí por su trabajo político. Este ascendió con Roselló en la cresta de su reinado (en las elecciones del 1996), donde el Partido Nuevo Progresista (PNP) arrasó poniendo al Partido Popular Democrático (PPD) en serios aprietos. Como buen soldado rosellista de fila, se allanó a la decisión poco salomónica de asaltar la Presidencia del Senado y arrebatársela a Roberto Rexach Benítez, regalándosela al siempre perdedor (salvo en esta ocasión) Charlie Rodríguez. Su disciplina le valió estima por parte del partido, le ayudo a acumular capital político y, de esta manera, alimentar su pedestre hambre de poder (de escasos modales, por cierto).

Hasta ese momento, su carrera política puede hacer sido calificada de mezquina, poco fructífera e intrascendente. Pero un buen día a Jorge le dio por retar a su padrino político, Charlie (el siempre perderdor) por la candidatura a la poltrona municipal de San Juan. Desde ese momento, su carrera dio un giro inexplicable. El crecimiento exponencial de su capital político, su victoria un tanto inverosímil, y su capacidad de mantenerse en el poder, nuevamente, son sorprendentes. Por ello, debe tomarse con pinzas su idea de correr por la gobernación. Pero, bueno, Jorge quiere correr... ¿se lo permitirán? ¿O a Jorge alguien le está elevando los humos como parte de un “plan maestro” una estrategia de poder que necesita utilizarse para poder alcanzar propósitos ulteriores?

II
La derrota de Charlie en las primarias del 1999 era previsible. Si éste llegó al Senado fue por obra y gracia de Pedro. Cuando Roselló no figuró en la papeleta como candidato a gobernador, Charlie siempre perdió. De cara a las elecciones del 2000, con un partido en quiebra política, ideológica y moral, Rodríguez intentó dar el próximo paso, convertirse en alcalde de San Juan para después (¿quién sabe?) advenir candidato a la gobernación (después de todo, él, al igual que muchos, estaba convencido de la derrota venidera). Lo que no esperaba es que en su seguro camino a la alcaldía se le cruzaría uno de sus lacayos: Jorge Santini. Quien le había prestado el voto para desbancar a Rexach, se viró en contra, empecinándose en ir contra la maquinaria del partido (Rodríguez, después de todo, era otro lacayo de Pedro).

Santini triunfó porque no se durmió en laureles. Mientras Charlie se retozaba felizmente en su silla presidencial, ejerciendo cómodamente el poder al servicio de su jefe político, Jorge se paseaba por recovecos sanjuaneros en busca de apoyo. Aparecía además semanalmente en la televisión frente a frente a quien fuera su virtual contrincante por la poltrona municipal, Eduardo Bahtia. Estas estrategias le permitieron acumular capital político, y con el resultado primarista logró llamar la atención de los mecenas del partido. Nuevamente: ante la esperada derrota pesquerista, dichos contribuyentes comenzaron a mover sus fichas (monetarias, claro está) a favor de Jorge, entreteniendo la posibilidad de que éste fuera la salvación política del PNP en el 2004.

Santini pudo más que Eduardo porque el primero conjuró su deseo de prevalecer en la contienda con un aire populista que hacía recordar a Romero Barceló. Bahtia, en cambio, nunca pudo zafarse de su herencia hidalga; novato en la política (al igual que Jorge), pero revestido con el inevitable peso de la tradición popular patricia y hacendada, inscrita en su linaje familiar. Santini construyó a San Juan desde los residenciales y los arrabales; Eduardo desde las calles adoquinadas de un Viejo San Juan “gentrified.” Ante tal cuadro, ¿quién prevalecería?

III
La versión del populismo introducido por Santini en la contienda electoral del 2000 resultó ser una bastante lite. Fue una vil excusa para aumentar la porción de postecnócratas en el aparato gubernamental. El problema es que cuando se ensancha una clase como ésta, se aumenta el nivel de error, los parámetros de calidad decaen, y se termina vulgarizando lo que en principio pareció ser chic. Si Jorge prevaleció en el 2004 fue porque el PPD, por medio de Eduardo, volvió a cometer el mismo error: yuppies vs. vulgo.

Esto sirvió para echar a un lado el largo catálogo de desastres que se extiende hasta nuestros días. Errores crasos y groseros de administración pública que, más que atestar a la incompetencia del gobernante, confirma lo pedestre de su equipo de trabajo (sus postecnócratas). El saldo de sus primeros cuatro años: la profundización de la quiebra (fiscal y moral) del sistema de salud capitalino; la corrupción moral del programa de vivienda subsidiada; el chantaje cruel y político a las comunidades necesitadas del municipio; el baile sin cesar a favor de sus mecenas (padrinos) económicos y políticos; la quiebra (moral y financiera) de los programas de asistencia médica y social a pacientes VIH/SIDA; el uso sanchopancesco de los colores de su campaña política en los logos de los programas del municipio; el intento de aplastar comunidades de clase media para extender su populismo lite (a fuerza de aplanadoras y camiones de construcción); la utilización chapucera (como rehenes) de las personas sin hogar de la municipalidad; el vulgar readoquinamiento de la ciudad amurallada; etc.

Es demasiado para otorgarle a un personaje como Jorge. En realidad la responsabilidad debe ser atribuida a la camada de postecnócratas (reclutada por vaya usted a saber quién) embriagada por los logros de sus antecesores en la administración Roselló. Vivieron (y aún viven) empeñados en implantar una visión fragmentada y confusa de la ciudad, como si esta pudiera hacerse y rehacerse tal juego de bloques Lego. No logran entender que su gestión, en todo caso, no evoca una ciudad, ni siquiera un espacio en ruinas; más bien a una serie de ruinas. (Pero allí donde no existe ni moral ni ética, no puede esperarse más). Mientras esto sucedía, Jorge se paseaba por el parque de pelota actuando como vulgar populista.

Muy temprano se dieron cuenta los mecenas del PNP que la apuesta por Santini era un perfecto fiasco. Por eso, viajaron desesperadamente a Virginia para maquillar a Pedro de Mesías y regresarlo, vía express mail al país. Al percatarse de la movida, a Jorge no le quedó más remedio que posponer sus anhelos infantiles y volver a ser lacayo de su padre político. Además, con la asunción de Bahtia al poder se aseguraba cuatro años más para deshacer a San Juan...

IV
Resulta difícil pensar que Santini no se haya percatado de la ausencia de sus antiguos mecenas. Si ha vuelto a poner sus ojos en la candidatura a la gobernación, es por la bendición que Pedro le echara hace unos meses. Pero esto no significa nada. Roselló, en su afán por arraigarse al poder y pasar a la historia como mártir de la estadidad, ha necesitado de figuras que le permitan mantenerse a flote, a modo de dar la impresión de que es él quien controla el partido. La quiebra de su propia moral lo obliga, sin embargo, a buscar más de un candidato; unos días puede ser Leo, otros Jorge, y por si acaso nombra también al bufón de su corte (José, el Primitivo) como su posible sucesor. Pero el muy bien sabe que ninguno tiene posibilidades de ganar la contienda.

Ya se habló de Leo. De Primitivo no vale la pena ni hablar. A Jorge puede que le haya funcionado su populismo lite en San Juan. Pero precisamente, su construcción como sujeto de la calle le ha salido caro, y ante la asunción al poder del sujeto del consumo, éste no luce más como un Macho Camacho, preocupado por la brillantina y por recitar su versión del habla pueblerina a los cuatro vientos. Ciertamente le sirve a Roselló como interlocutor; quizá sea por eso que aún debemos soportarlo frente a un micrófono. Pero a Romero, quien está tras bastidores agitando el panal, Santini le vale un pedo. Él esta consciente de que con ese no llega ni a la esquina.

Pero cuando uno escucha que Ferdinand Pérez le sacó una “tarjeta roja” a Jorge, lo que si debe quedar claro es que si el plan maestro romerista funciona de cara a las elecciones del 2008, en el 2012 se deberá lidiar con él. Pues Ferdinand, quizá no cometa el mismo error que Eduardo (de patricio no tiene ni los modales), pero no le llega ni a los tobillos cuando de populismo lite se trata.

TECNOCRACIA Y SERVILISMO II: "A REPRISE"

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
En el primer capítulo del libro A Dummy’s Guide to Partisanship (aquel que guarda en su maletín todo político, particularmente aquellos que defienden la gestión del actual gobernador), se alienta a los futuros practicantes de la partidocracia a perfeccionar el arte de la comunicación contradictoria. ¿En qué consiste? En lanzar la verdad de frente para luego desmentirla, con el noble propósito de dejar saber lo que van a hacer (o dejar de hacer) en primera instancia, para luego sembrar la duda y desmentir lo que se haya dicho. El ejercicio tiene como propósito lanzar la advertencia, para luego cubrirse bajo el manto del discurso oficialista, partidocrático, que repita la misma retórica a la que los políticos nos tienen acostumbrados. Esto se puede apreciar cristalinamente con la controversia generada previo a la convención del Partido Nuevo Progresista (PNP): a nadie le queda duda de que allí los supuestos tres posibles candidatos a la gobernación en la próxima contienda electoral fueron a medir fuerzas. No importa cuantas veces lo desmientan, la importancia otorgada al evento, los “dimes y diretes,” las amenazas, los empujones y los tapabocas. Al final de lo que se trata es, en palabras de Fortuño, de medir fuerzas y de que “nadie lo callará.”

Esto nos lleva a retomar una discusión que en otro momento ya se había abordado. Es imprescindible abordar las groseras acciones del Secretario de Educación, el doctor Aragunde, y su secuaz, Waldo, destiladas en la última semana a través del periódico El Nuevo Día. Primero, Waldo reconoce que, después de todo, resulta imposible despolitizar el Departamento de Educación (ya que, en primer lugar, los mismos políticos lo pusieron ahí). Luego, éste es desmentido por su jefe, doctor Aragunde, al señalar que la reorganización “como quiera va.” ¿A quién creerle? No hace falta dilucidar tal polémica, pues se trata de un “monstruo de dos cabezas.” Tiene razón tanto uno como el otro.

Entonces, ¿cómo entenderle(s)? Harina de otro costal. Lo que sucede es que, de un lado, Waldo dice lo que en efecto va a suceder: los planes anunciados hace algún tiempo sobre la reorganización del Departamento y el ahorro de $24 millones se hicieron agua: fue una quimera, un planteamiento lanzado al aire por aquello de lucir bien en medio de la crisis de mayo. Rápidamente, el doctor lo desmintió (pero no lo reprendió): “el plan continúa, lo que pasa es que va a tomar más tiempo” (¿cuánto, 6 años? ¿Lo que resta de cuatrienio y el próximo?). ¿Y el ahorro? No lo pudo precisar. Primero se dice lo que va a suceder. Luego se retoma el discurso partidocrático y subsana lo que debería resultar escandaloso. Que mayor prueba de que tanto uno (el doctor) como el otro (su secuaz) necesitan renunciar, largarse y exiliarse en la frontera entre el Líbano e Israel, para ver si la miseria (aquella que tiene que ver con hambre, muerte y violencia) les hace recuperar la humanidad, el compromiso y el respeto.

II
No queda la cosa ahí. Meses atrás, como muestra de que en lo de la “educación especial” se hacía algo, el doctor Aragunde anunciaba con bombos y platillos la designación de un especialista en la materia que enderezaría finalmente el mayor lastre que ha tenido el Departamento en su historia. La triste realidad: seis meses después el designado salió corriendo al darse cuenta de que allí (en el Departamento) lo que se hace es estar por estar. No existe voluntad, ni tampoco la habrá.

Imagine usted la situación. Por un cuarto de siglo los padres de estudiantes de educación especial han tenido que ir hasta el Tribunal para que el Departamento cumpla lo que la constitución le ha delegado: no discriminar y ofrecer educación de calidad a todos sus participantes. Pero no. Ni el diálogo ni la negociación sirvieron de algo. Hubo que ir hasta la justicia para que los encontrara en desacato, para que les declarara en craso incumplimiento de su labor ministerial. Cada día que son citados, los leguleyos del Departamento van a corte con tácticas dilatorias para intentar entorpecer y detener lo que por derecho les pertenece a los estudiantes de educación especial. Prueba que para ser funcionario de esta dependencia gubernamental hace falta cara de lata, poca formación ética y ganas de recibir un jugoso cheque todas las quincenas. ¿Y los estudiantes del programa? Bien, gracias.

Delegar lo que por deber ministerial les toca raya en lo absurdo. Quizá sea un reconocimiento de la incapacidad del gobierno de lidiar con sus propios deberes y responsabilidades. Quizá sea cuestión de advertir la necesidad de contar con el llamado tercer sector, de integrar a la sociedad de consumo en el quehacer ciudadano. Pero encomendar tan importante tarea a una agencia privada con escasa experiencia en la implementación de estrategias efectivas de educación especial habla más de la incompetencia de unos (Departamento de Educación) que la competencia de otros. Así lo hizo saber el saliente Secretario Asociado de Educación Especial. Y bueno, no puede olvidarse, éste fue reclutado en principio por ser un “experto en la materia.”

III
Siempre existen momentos donde la incompetencia y desfachatez se hacen a un lado y le permiten a un funcionario partidocrático reconocerse así mismo por lo que ciertamente es. El doctor Aragunde, entonces, en un breve momento de lucidez, reconoció que su gestión no es guiada por marco filosófico alguno. Él sólo asegura que todos reciban educación (la que sea: de buena o mala calidad; o simplemente deficiente) y que la misma sea impartida sin trazos sectarios. Valiente reconocimiento. Pero si espera que lo feliciten por ello, está equivocado. Como doctor en filosofía, él sabe más que eso. Es la confesión de que la razón para aceptar el cargo se reducía, simplemente, a engordar el cheque de su pensión.

Galante objetivo. Mientras, no sólo los estudiantes de educación especial, sino los del sistema en su totalidad siguen su paso a través de una dependencia que, en todo caso, disminuye su competitividad en un mercado laboral cada día más estrecho.

IV
Al tiempo en que todo esto ocurría, la doctora Gloria Baquero, ex titular del Departamento, resurgió relampagueantemente en la esfera pública para recordarnos aquello que los políticos partidocráticos no están dispuestos a aceptar (y la razón por la cual fue expulsada fulminantemente hace ya poco más de un año). Para despolitizar el Departamento de Educación hace falta verdadera autonomía fiscal y programática del gobierno de turno, el nombramiento por doce años del Secretario/a, y contar con la opinión de los participantes de la educación pública (padres y estudiantes). Doña Gloria se plantea la necesidad de tomar en cuenta el ecosistema (un sistema educativo hiperpolitizado), la biodiversidad (contar con aquellos que reciben la educación), y la sustentabilidad (independencia económica y política en la gestión pública).

No cabe duda que las actuaciones del doctor Aragunde y su secuaz Waldo reafirman la validez no sólo de los planteamientos de la doctora Baquero, al igual que la vigencia de su obra (esto por las groseras, torpes e ignorantes acciones de un bonche de políticos latifundistas). Pero también sirve para desenmascarar las actuaciones frívolas del gobernador, cubiertas de un manto de armonía y un discurso reconciliatorio, falto de compromiso con el futuro del país.

martes, agosto 15, 2006

¿QUÉ DE ESPECIAL TIENE EL TRATO A LAS COMUNIDADES?

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
La semana pasada, el Secretario del Departamento del Trabajo anunció que el desempleo en las llamadas “comunidades especiales” rondaba el 27%, en comparación al 11% que reinaba en el país. Éste adujo a que los altos niveles de deserción escolar junto a las dificultades en implementar las estrategias de autoempleo y desarrollo de pequeñas empresas no han permitido que la tasa de desempleo en estas comunidades haya disminuido.

Nos remitimos al juicio expresado en cuanto al fracaso generalizado en las “Pruebas Puertorriqueñas de Aprovechamiento Académico”: al igual que el Secretario Aragunde y su secuaz Waldo, los encargados de implementar el programa de Comunidades Especiales deberían ser inmolados fulminantemente, ensanchando levemente así las cifras del desempleo en el país (pero no en las mencionadas comunidades). Puede que la persona a cargo del programa en estos momentos esté prosiguiendo el desastre comenzado por otro; pero una iniciativa que desde sus orígenes se perfiló como estrategia para erradicar la pobreza, ante tal cuadro, claramente ha fracasado en sus propósitos.

Puede argumentarse que nunca se previó una recesión que afectara solo el país, que nadie imaginó que el próximo gobernante se tomara la osadía de trancar el gobierno afectando irremediablemente la actividad económica local, que el poder legislativo y ejecutivo quedarían repartidos entre los partidos de oposición, y que George Bush continuara empecinado con una guerra que no tiene fin, tragándose en el proceso miles y miles de millones de dólares. Si una de las principales estrategias que se persiguió en las llamadas comunidades especiales era la instauración de actividades económicas de autoempleo y pequeñas empresas, un clima económico tan poco halagador daría al traste con tales iniciativas.

Pero, el problema es un poco más complejo que eso. La iniciativa de las comunidades especiales en vías de erradicar la pobreza carece de una conexión vital con las estrategias a nivel de macro de desarrollo económico del país. El verdadero reto en la época de la cadena global de distribución es como insertarse en ella (como territorio) e implica una estrategia que eleve considerablemente la competitividad del país en todos sus aspectos. El programa de Comunidades Especiales, como lastre de la ideología patriarcal del muñocista de mediados del siglo pasado, en todo caso contribuiría al aislamiento de las comunidades, trabadas para siempre a su entorno y sin siquiera una salida factible.

II
¿Cómo se relaciona una cifra alta de desempleo en estas comunidades con el fracaso del programa? Pueden defenderse las estrategias instauradas por el programa como unas de largo alcance. Tanto el autoempleo como la pequeña empresa requieren que el recién estrenado empresario se reconozca como tal y no como una persona en búsqueda de empleo. Alguien que esté en el proceso de lograr su independencia económica debe estar consciente de que su objetivo es uno a largo plazo y no de alcance inmediato. Pero de igual modo, la viabilidad de dichas estrategias depende del establecimiento de un mercado. A falta del mismo, cualquier maniobra está condenada de entrada. Se advierte aquí una paradoja: muchos ofreciendo productos, pocos con suficiente capital para adquirirlos.

Al construir las comunidades como entes aislados, se violenta el principio del ecosistema. Si lo que se persiguió en principio es la autocontención del territorio, florece nuevamente la paradoja antes señalada. Pero, y a pesar de la ausencia de estrategias claramente delimitadas al respecto, si lo pretendido era una integración con territorios aledaños, la presencia de capital líquido de entrada puso en riesgo la viabilidad de dichas empresas. ¿Cómo competir contra Wal-Mart, Home Depot, Sam’s y Costco? Quizá se trató de la explotación de mercados inexplorados, pero la historia (entre tantas otras) de los clubes de vídeos debió desalentar tan atrevida empresa.

No parece haber respuesta a estas interrogantes. Bueno, en realidad la hay: la alarmante cifra de desempleo, acompañada, claro está, por los índices de deserción escolar y otro millar de problemas más.

III
La exquisita Jennifer González se equivoca al reducir su pesquisa sobre las comunidades especiales a un asunto de contratistas, obras no acabadas, y el balance final del fideicomiso perpetuo. ¿Por qué pesquisar lo que a toda luz fue una estrategia de compra de votos al desfachatado estilo muñocista? En todo caso, debería investigar cómo en la época del sujeto cínicamente desdoblado a alguien se le ocurre tratar a los residentes de estas comunidades como entes antropológicos, presos de la modernidad, faltos de educación iluminante, dispuestos a someterse a tal grado superlativo de chantaje.

Todo tiene su explicación lógica, y recae primordialmente en el descarado disloque de la gestión pública. Luego de lanzar al ruedo 1,000 millones de dólares a concurso para la remodelación de los residenciales públicos (y de paso encarecer vilmente el costo de la construcción), es completamente lógico y justificable que las obras en las comunidades especiales no se hayan terminado. Y si de cifras se trata, ¿por qué quejarse de unos 300 millones más, cuando en principio se destinaron mil? ¿Acaso es un asunto de designar al conejo para “vele la lechuga”? ¿Qué su novio, luego esposo, después ex esposo, y finalmente nuevo cortejo custodia el fondo perpetuo? ¡Pues claro! Sino, ¿de que otra forma asegurar su perpetuidad?

Quizá sea más apropiado preguntarse por qué se utilizó el 99% de los fondos en cemento, bloques y varillas (incluyendo el asfalto).

IV
Si de erradicar la pobreza realmente se tratara, la maniobra en las comunidades especiales debió haber sido buscar su integración con las estrategias de desarrollo económico del país de cara al nuevo siglo. La competitividad en el presente se logra elevando el nivel educativo de la fuerza trabajadora, ofreciendo una educación, desde niveles primarios, enfocada en las matemáticas, las ciencias y el inglés. Es necesario fomentar el desarrollo de programas especializados en estas áreas, que inculquen destrezas específicas en campos como la bio y nanotecnología, electrónica, ingeniera digital, etc. Implica la rehabilitación de la infraestructura del país y su mantenimiento. De igual forma, se requiere de parte de las comunidades el desarrollo de estrategias que viabilicen su sustentabilidad de cara a la inevitable convivencia con el capital líquido. Es necesario el desarrollo de pactos de armonía, auspiciados y facilitados por el ente gubernamental, pero con el visto bueno de dichas comunidades.

Un franco comienzo hubiese sido el acercar la escuela a las comunidades. Pero cuando el aparato educativo está en franca quiebra, cuando “desarrollo” sigue siendo sinónimo de cemento, bloques y varilla, cuando la eliminación de los bolsillos de pobreza siguen siendo un favor del gobierno hacia ciudadanos despojados, no se puede esperar ni franqueza ni seriedad de los funcionarios públicos, y mucho menos de los electos.

LUIS

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Una semana luego de que las elecciones del 2004 culminaran, podía dibujarse un cuadro bastante claro del futuro de los tres partidos políticos dominantes en el país. El Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) recibió el golpe mortal que supuso su desaparición institucional. El Partido Popular Democrático (PPD) obtuvo el castigo merecido luego del descalabro que significó el quinceañero de Sila M.. El Partido Nuevo Progresista (PNP), por su parte, fue duramente azotado por haber nominado como candidato a la gobernación a Pedro, claramente desquiciado, disfrazado de Mesías. Puede resumirse el resultado como un fracaso para los tres partidos. Y ante tal panorama, el momento exigió un relevo generacional y hasta institucional de los dos partidos restantes.

Para Acevedo Vilá tal encomienda fue urgente. Su legitimidad como gobernador no sólo fue asediada por la ridícula impugnación judicial de los pivazos; su mandato se vio en peligro desde el inicio ante la falta de control sobre el poder legislativo. Su discurso se modificó considerablemente; de uno aguerrido se pasó a la reconciliación y a la burda idea de “trabajar por Puerto Rico” por encima de líneas partidistas. El fuerte golpe que significó salir electo por la deslealtad de los pipiolos bañó de humildad su discurso y sus acciones en ese momento. La reacción del PNP, sin embargo, fue totalmente opuesta. Profundamente dolido por una derrota inesperada, los dirigentes estadistas se dedicaron a atacar frontalmente la legitimidad del gobernador electo, al tiempo que emprendieron una virulenta cacería de brujas contra cualquier funcionario electo que aceptara la invitación de Acevedo Vilá de conformar un “gobierno compartido” (whatever that means!).

Pudiera pensarse que este resultado electoral inédito hubiera supuesto un relevo no sólo generacional sino también ideológico en ambos partidos. De un lado, Acevedo Vilá recibió el mandato de renovar desde los rostros de sus candidatos hasta los postulados filosóficos ideológicos de su partido. De otro lado, para el PNP el aviso de la necesidad de expurgar al partido de sus elementos recalcitrantes y retrógradas, al tiempo que se advertía la necesidad de renovar los rostros de sus candidatos. Luis Fortuño apareció como la figura que debía hacerse cargo de este proceso, ese que recibiría el paso de batón generacional.

Pero Fortuño no pudo escapar de la furia desatada. Alentada por Romero Barceló, pronto la estructura del partido (controlada aún por Pedro) la emprendió contra éste. Su legitimidad y su talla de líder fueron cuestionadas, torpedeadas y atropelladas. La guerra sin cuartel por la presidencia del senado lo tuvo como víctima colateral, viéndose obligado a reaccionar ante las tácticas tipo cosa nostra de Pedro, Thomas y su ganga, a costa de quedar señalado como traidor (para la ganga) o líder flaco sin poder de convocatoria (ante los “auténticos” y sus seguidores). El resultado: carteles con el lema “Fortuño Mamao” desplegados por toda la zona metropolitana.

Ante la injuria, la reacción esperada era la asunción de un nuevo líder dispuesto a hacerle frente a una alocada máquina poseída virulentamente por un Roselló desquiciado, afectado por el status dementia. Pero…

II
En su tiempo, Roselló deslumbró al nombrar a su gabinete una serie de jóvenes profesionales de gran perfil dispuestos a plasmar nuevas ideas ante viejos problemas. Fue el nacimiento de los postecnócratas, funcionarios públicos educados fuera del país de alto perfil en el sector privado, dispuestos a dedicarse al servicio público a cambio de jugosos salarios. De esa camada, los más destacados fueron Carlos Pesquera y Luis Fortuño. Tan alto perfil tuvo Pesquera que se convirtió en el cordero a sacrificar ante la abrupta salida de Roselló de la gobernación (y el país). En aquella ocasión Fortuño sonó; pero la bendición del rey depuesto recayó en Pesquera.

No hace falta rememorar el turbulento paso de Pesquera por el firmamento político local; su sacrificio repetido (al estilo del eterno retorno nietzschieano) debe haberlo lanzado tanto a la amnesia como al olvido político colectivo. Pero Fortuño, con bajo perfil pero de paso seguro, continuó acumulando capital político luego del desastre del 2000. Tanto así que se lanzó al ruedo político contra una de las vacas sagradas de la ultraderecha estadista: Romero Barceló. La victoria, en su momento, representó un giro en el rumbo del partido; derrotada quedó la ultraderecha mientras el conservadurismo moderado republicanista comenzaba a sentar bases dentro del PNP. Fortuño, de estrechos lazos con el Partido Republicano estadounidense prometía no sólo una renovación de su partido; su presencia “garantizaba” un acercamiento a la posibilidad de la estadidad en el país.

La próxima prueba de fuego para el joven Fortuño la fue su enfrentamiento electoral contra el niño bonito de Sila M., Roberto Prats (otro postecnócrata pero del bando contrario). El candidato penepé prevaleció por estrecho margen (aunque no tanto como el de Aníbal). Su imagen quedó, nuevamente, resaltada. Y ante la derrota de Roselló, éste surgió como el candidato idóneo para desbancar al gobernador por default. Luis hizo lo correcto al rechazar de primer plano la candidatura a la gobernación para el 2008 (un paso imprescindible, en su momento, en el proceso de reclamar lo que por derecho le pertenecía). Era de esperarse también la reacción virulenta de Roselló ante su derrota. Pero pocos podrían imaginar que en su ansiada búsqueda de poder, Pedro pondría su propio partido en aprietos (debidamente asesorado por Romero Barceló, quien reapareció puñal en mano dispuesto a cobrar venganza por su derrota) al punto de abatir y humillar la figura del comisionado residente. ¿Dónde queda, en todo esto, el futuro del partido?

III
Pero, ¿es en realidad Luis víctima del status dementia de Pedro? Desde que comenzaron los ataques a la figura del comisionado residente, su proceder podría catalogarse de errático, pusilánime y mustio. El arranque de ira que exhibió a partir de su humillación pública resultó ser sólo un coraje momentáneo que no desembocó en la tan anunciada guerra. Cierto que Luis llamó a Roselló un cáncer. Pero no demostró tener el valor para enfrentarlo, arrebatarle el partido y asentar su propia maquinaria. Debió salir a su defensa Héctor O’Neill (uno de esos padrotes políticos del PNP que desde su silla alcaldicia casi vitalicia hace y deshace, para que luego otros reparen). A O’Neill se le sumó Abel Nazario (el desquiciado de los letreros en francés) que, afectado por otra clase de delirio (dementia franca), hizo campaña en contra de que Roselló entendía merecía por derecho divino: la presidencia del senado (no olvidemos que su alter ego en las últimas elecciones fue el Mesías). Luego se sumaron otros, pero el conato de coup etat quedó en eso: en intentona. Al final, Luis no pudo acumular capital político ni crear las bases para una futura toma del poder. En todo caso, su imagen comenzó a deteriorarse.

Existen dos instancias más, acaecidas en el último año, que han contribuido a este: el fiasco del informe de Casa Blanca sobre el status de Puerto Rico y el cierre patronal que Aníbal decretó en mayo pasado. La imagen prístina de hombre influyente en el Partido Republicano se vino al piso ante el naufragio de la discusión del status en Washington. Sus amigos republicanos podrán haber firmado el “bill” que obliga al Congreso a actuar sobre el mencionado informe. Pero de igual manera le han dejado saber que sobre ello no planean hacer nada. Roselló de seguro debe haberse dado cuenta al respecto cuando su gran momento, aquel donde iría a reclamar la estadidad al Congreso estadounidense, pasó desapercibido en la escena local gracias al tranque patronal gubernamental. Quizá por eso piense que Fortuño, después de todo, es “expendable.”

Consciente de la imagen de blandengue que comenzaba a tejerse a su alrededor, Fortuño se tiró, tardíamente, al ruedo en medio del tranque patronal y con la derrota moral de las vistas congresionales a cuesta. Tenía la oportunidad de ponerle freno a la estrategia kamikaze que José (El Primitivo) acataba, delineada por Thomas y Pedro. Pero su participación en la melé se limitó a intentar participar de la única manifestación en contra de la figura del gobernador. Fortuño quiso mezclarse con la rabiosa multitud que lideraban Ricardo Santos y Rafael Feliciano, reclamando apoyo para un paro nacional, y la muchedumbre intentó agredirle. La policía tuvo que salir a su rescate, confirmando la inmensa barrera que le separa de los sujetos de consumo: su adhesión a un imaginario político partidocrático creyente aún en el caduco debate del status.

IV
A raíz de los abucheos orquestados por Thomas y Roselló en la actividad del 27 de julio, Fortuño decidió tomar “el toro por los cuernos” y tirarse, finalmente, de lleno a la contienda por la candidatura a la gobernación de su partido. De cara a la próxima convención del PNP, éste a comenzado a recavar el apoyo de los alcaldes de su partido, organizando una serie de actividades dirigidas a acumular capital político y retar el mánico control que Roselló tiene sobre la estructura de la colectividad.

Tal parece que no tanto Fortuño, sino los alcaldes y comisarios de barrio del PNP comienzan a prever una derrota aplastante de su partido en las próximas elecciones. Los mismos que le entregaron un cheque en blanco a Pedro en su afán por destronar a Kenneth “el calmoso,” ahora viven preocupados por la facilidad con que Aníbal ha logrado acumular político para manejar el país a su antojo. El descrédito como oposición que sufre la legislatura penepé, gracias a José y a los “tres ratones ciegos” (Lornna, Epi y Héctor), le ha restado considerablemente legitimidad al partido, lo cual tampoco ayuda. Y el desenmascaramiento de Thomas “el verdugo” (panita de Cruz Arroyo, comisionado electoral del PPD) debilita aún más a la ultraderecha, haciéndolos parecer lo que son: bufones partidocráticos, usureros del fondo electoral, dispuestos a mantener la artificiosa rivalidad con tal de sostener el status quo.

Ahora, Luis se quiere tirar. Quiere comenzar a acumular capital político, tomar las riendas del partido, reorganizarlo y dirigirlo a una victoria en el 2008. Tarde, muy tarde.

miércoles, agosto 09, 2006

¿LE HICIERON FALTA A ALGUIEN?

J.S. Lucerna, MA
2006, Derechos Reservados

I
Idiosincrásicamente hablando, en Puerto Rico existe una costumbre que se pelea frente a frente con la necesidad de elevar la competitividad del país de cara a su inserción en la “cadena global de distribución.” Las semanas laborales se ven constantemente interrumpidas por la plétora de días festivos que se honran en el país. Quizá el problema no fuera tan agudo si su efecto se limitara a un día particular en la semana. Pero usualmente la festividad viene acompañada por el ausentismo crónico de empleados que deciden estirar el fin de semana o comenzarlo con anticipo. Esto implica una interrupción en el flujo de la circulación de bienes donde siempre va a haber algún perjudicado, ya sea la empresa, el cliente o el producto.

El problema es más perenne en el sector público. Sus razones parecen estar atadas a los convenios colectivos y a la opípara necesidad de ganarse el favor popular por parte de funcionarios públicos (electos y no electos). Pero en este caso, la situación va más allá. El crecimiento virulento y exponencial que ha sufrido la gestión gubernamental en los pasados 40 años, impulsada por el germen de la partidocracia, ha creado un elefante blanco disfuncional, falto de dirección y excepcionalmente oneroso. Los mil millones de dólares necesarios para el mínimo funcionamiento del aparato gubernamental es de por sí un dato obsceno y espeluznante, máxime a la luz de la ineficiencia que exhibe a diario y por borbotones el gobierno en su totalidad.

Tal parece que el ausentismo generalizado que exhiben miles de empleados públicos ante la suculenta posibilidad de otro fin de semana extra largo responde, precisamente, a la inutilidad de la gestión pública, particularmente cuando la misma es evaluada, cada cuatro años, al crisol de opciones de status inalcanzables y caducas.

II
En un principio, y a modo de poder impulsar el país a un desarrollismo desbocado y desmedido, fue necesario crear toda una clase de tecnócratas que pudieran llevar a cabo la “Operación Manos a la Obra.” Jóvenes fueron extraídos de sus respectivos barrios y llevados a las universidades locales en aras de crear una clase profesional que pudiera servir al Estado en su cruzada por la modernización del país. No era cualquier clase profesional; se trataba de una variedad dirigida a trabajar para el gobierno, y que pudiera llevar a cabo la monumental tarea de elevar la competitividad del territorio y así insertarle en la economía global naciente. La paradoja de esta movida fue la siguiente: con la instauración de la partidocracia a raíz de la victoria del Partido Nuevo Progresista (PNP) en la elecciones del 1968, la gestión pública se vio entorpecida por empleados públicos claramente identificados con un partido político en particular. Puede que Ferré durara un solo cuatrienio en el poder por el efecto del sabotaje constante de los empleados públicos. Pero Romero no cometió el mismo error y tan pronto tomó el poder se dedicó a balancear ideológicamente la empleomanía gubernamental con tal de asegurarse que su “plan de gobierno” fuese ejecutado.

En adición a este fenómeno, la crisis petrolera del 1973 y la subsiguiente recesión, creó un exceso considerable de trabajadores sin empleo que fue subsanado con una considerable ampliación de la base de trabajadores gubernamentales. Eventualmente, el reclutamiento de empleados públicos se tornó en promesa de campaña para los fieles que incansablemente dedicaban horas y horas a las campañas políticas de los respectivos políticos. Nació la batata política, el empleado fantasma y los “ayudantes especiales.” Todo se fraguó en una espiral sin principio ni fin: a la fin y a la postre, el gobierno se convirtió en el principal patrono del país.

“Unos arriba y otros abajo.” Esa debió ser la consigna cada cuatro años mientras el Partido Popular Democrático y el PNP se intercambiaban en el poder. Así, la mitad de los empleados públicos trabajaba afanosamente en el cumplimiento de las promesas de campaña, mientras la otra o no hacía nada o se dedicaba a entorpecer la labor de la primera. ¿El costo económico y/o político de esta maniobra? Eso no importaba. Con el aluvión de fondos federales durante la década del ochenta, se garantizaba el flujo de dinero ilimitado, y así se podía continuar con el vapuleo. De esta manera convivieron felizmente en el aparato gubernamental dos mitades hostilizadas, ensanchando el tamaño de este, dilapidando sus recursos de manera purulenta.

III
En la medida que nos adentramos en la caducidad del debate sobre estatus, y los partidos políticos optan por ejercer su poder político a través de la construcción de “obra pública” inútil e ineficiente (bajo parámetros cementeros), sus planes de gobierno se convierten en un llamado a sus huestes dentro de la empleomanía gubernamental para contribuir a la consolidación de dicho partido en el poder. Esta es la mejor evidencia que puede existir acerca del gigantismo gubernamental. Cualquier plan de gobierno debe (y de seguro está trazado) tomando como premisa la utilización de los empleados públicos en su totalidad. La realidad, sin embargo, es muy diferente. En el pleno ejercicio de su disconformidad (ya sea por malestar o por promesas de promoción no cumplidas), los miembros de la oposición se ven en la obligación de sabotear dichos proyectos, con tal de evitar la perpetuidad de partido en el poder. Mientras, los empleados de confianza, en muchas ocasiones, dedican la mayor parte de su esfuerzo a la persecución sin cuartel de los renegados, relegándolos a labores clericales y de otra índole como castigo a su lealtad expresa por los ideales de la oposición.

¿Cómo puede contrarrestarse la persecución, el desánimo y el desacuerdo que no sea escapando de la dura y triste realidad de la persecución político partidista que se gesta a diario y a lo largo de un cuatrienio en, prácticamente, la totalidad del aparato gubernamental? Este debe ser una de las raíces del absentismo gubernamental. El obligado descanso luego de una atareada faena de persecución contra los miembros de la oposición política en las oficinas debe ser otra. Y el reconocimiento de la imposibilidad de poder llevar a cabo los planes de gobierno sin contar con personajes claves en las agencias (que por casualidad, son miembros del partido en oposición) debe ser otra. A fin de cuentas, ¿a quién le interesa o trabajar bajo esas circunstancias, o ir a trabajar sabiendo que no hay nadie a quien perseguir o colabore con las tareas (partidistas) pendientes?

IV
Sin duda alguna, el cierre gubernamental decretado para la última semana de julio debió ser una decisión bien pensada. Claro, la crisis fiscal está ahí, y ante la inutilidad del sector público (no por los empleados, sino por los políticos), más vale ahorrarse algunos peniques en gastos pedestres, como electricidad, consumo de agua, gasolina, teléfonos celulares, pantallas de plasma, conferencias de prensa, piscolabis para la prensa y demás.

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