martes, agosto 15, 2006

LUIS

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Una semana luego de que las elecciones del 2004 culminaran, podía dibujarse un cuadro bastante claro del futuro de los tres partidos políticos dominantes en el país. El Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) recibió el golpe mortal que supuso su desaparición institucional. El Partido Popular Democrático (PPD) obtuvo el castigo merecido luego del descalabro que significó el quinceañero de Sila M.. El Partido Nuevo Progresista (PNP), por su parte, fue duramente azotado por haber nominado como candidato a la gobernación a Pedro, claramente desquiciado, disfrazado de Mesías. Puede resumirse el resultado como un fracaso para los tres partidos. Y ante tal panorama, el momento exigió un relevo generacional y hasta institucional de los dos partidos restantes.

Para Acevedo Vilá tal encomienda fue urgente. Su legitimidad como gobernador no sólo fue asediada por la ridícula impugnación judicial de los pivazos; su mandato se vio en peligro desde el inicio ante la falta de control sobre el poder legislativo. Su discurso se modificó considerablemente; de uno aguerrido se pasó a la reconciliación y a la burda idea de “trabajar por Puerto Rico” por encima de líneas partidistas. El fuerte golpe que significó salir electo por la deslealtad de los pipiolos bañó de humildad su discurso y sus acciones en ese momento. La reacción del PNP, sin embargo, fue totalmente opuesta. Profundamente dolido por una derrota inesperada, los dirigentes estadistas se dedicaron a atacar frontalmente la legitimidad del gobernador electo, al tiempo que emprendieron una virulenta cacería de brujas contra cualquier funcionario electo que aceptara la invitación de Acevedo Vilá de conformar un “gobierno compartido” (whatever that means!).

Pudiera pensarse que este resultado electoral inédito hubiera supuesto un relevo no sólo generacional sino también ideológico en ambos partidos. De un lado, Acevedo Vilá recibió el mandato de renovar desde los rostros de sus candidatos hasta los postulados filosóficos ideológicos de su partido. De otro lado, para el PNP el aviso de la necesidad de expurgar al partido de sus elementos recalcitrantes y retrógradas, al tiempo que se advertía la necesidad de renovar los rostros de sus candidatos. Luis Fortuño apareció como la figura que debía hacerse cargo de este proceso, ese que recibiría el paso de batón generacional.

Pero Fortuño no pudo escapar de la furia desatada. Alentada por Romero Barceló, pronto la estructura del partido (controlada aún por Pedro) la emprendió contra éste. Su legitimidad y su talla de líder fueron cuestionadas, torpedeadas y atropelladas. La guerra sin cuartel por la presidencia del senado lo tuvo como víctima colateral, viéndose obligado a reaccionar ante las tácticas tipo cosa nostra de Pedro, Thomas y su ganga, a costa de quedar señalado como traidor (para la ganga) o líder flaco sin poder de convocatoria (ante los “auténticos” y sus seguidores). El resultado: carteles con el lema “Fortuño Mamao” desplegados por toda la zona metropolitana.

Ante la injuria, la reacción esperada era la asunción de un nuevo líder dispuesto a hacerle frente a una alocada máquina poseída virulentamente por un Roselló desquiciado, afectado por el status dementia. Pero…

II
En su tiempo, Roselló deslumbró al nombrar a su gabinete una serie de jóvenes profesionales de gran perfil dispuestos a plasmar nuevas ideas ante viejos problemas. Fue el nacimiento de los postecnócratas, funcionarios públicos educados fuera del país de alto perfil en el sector privado, dispuestos a dedicarse al servicio público a cambio de jugosos salarios. De esa camada, los más destacados fueron Carlos Pesquera y Luis Fortuño. Tan alto perfil tuvo Pesquera que se convirtió en el cordero a sacrificar ante la abrupta salida de Roselló de la gobernación (y el país). En aquella ocasión Fortuño sonó; pero la bendición del rey depuesto recayó en Pesquera.

No hace falta rememorar el turbulento paso de Pesquera por el firmamento político local; su sacrificio repetido (al estilo del eterno retorno nietzschieano) debe haberlo lanzado tanto a la amnesia como al olvido político colectivo. Pero Fortuño, con bajo perfil pero de paso seguro, continuó acumulando capital político luego del desastre del 2000. Tanto así que se lanzó al ruedo político contra una de las vacas sagradas de la ultraderecha estadista: Romero Barceló. La victoria, en su momento, representó un giro en el rumbo del partido; derrotada quedó la ultraderecha mientras el conservadurismo moderado republicanista comenzaba a sentar bases dentro del PNP. Fortuño, de estrechos lazos con el Partido Republicano estadounidense prometía no sólo una renovación de su partido; su presencia “garantizaba” un acercamiento a la posibilidad de la estadidad en el país.

La próxima prueba de fuego para el joven Fortuño la fue su enfrentamiento electoral contra el niño bonito de Sila M., Roberto Prats (otro postecnócrata pero del bando contrario). El candidato penepé prevaleció por estrecho margen (aunque no tanto como el de Aníbal). Su imagen quedó, nuevamente, resaltada. Y ante la derrota de Roselló, éste surgió como el candidato idóneo para desbancar al gobernador por default. Luis hizo lo correcto al rechazar de primer plano la candidatura a la gobernación para el 2008 (un paso imprescindible, en su momento, en el proceso de reclamar lo que por derecho le pertenecía). Era de esperarse también la reacción virulenta de Roselló ante su derrota. Pero pocos podrían imaginar que en su ansiada búsqueda de poder, Pedro pondría su propio partido en aprietos (debidamente asesorado por Romero Barceló, quien reapareció puñal en mano dispuesto a cobrar venganza por su derrota) al punto de abatir y humillar la figura del comisionado residente. ¿Dónde queda, en todo esto, el futuro del partido?

III
Pero, ¿es en realidad Luis víctima del status dementia de Pedro? Desde que comenzaron los ataques a la figura del comisionado residente, su proceder podría catalogarse de errático, pusilánime y mustio. El arranque de ira que exhibió a partir de su humillación pública resultó ser sólo un coraje momentáneo que no desembocó en la tan anunciada guerra. Cierto que Luis llamó a Roselló un cáncer. Pero no demostró tener el valor para enfrentarlo, arrebatarle el partido y asentar su propia maquinaria. Debió salir a su defensa Héctor O’Neill (uno de esos padrotes políticos del PNP que desde su silla alcaldicia casi vitalicia hace y deshace, para que luego otros reparen). A O’Neill se le sumó Abel Nazario (el desquiciado de los letreros en francés) que, afectado por otra clase de delirio (dementia franca), hizo campaña en contra de que Roselló entendía merecía por derecho divino: la presidencia del senado (no olvidemos que su alter ego en las últimas elecciones fue el Mesías). Luego se sumaron otros, pero el conato de coup etat quedó en eso: en intentona. Al final, Luis no pudo acumular capital político ni crear las bases para una futura toma del poder. En todo caso, su imagen comenzó a deteriorarse.

Existen dos instancias más, acaecidas en el último año, que han contribuido a este: el fiasco del informe de Casa Blanca sobre el status de Puerto Rico y el cierre patronal que Aníbal decretó en mayo pasado. La imagen prístina de hombre influyente en el Partido Republicano se vino al piso ante el naufragio de la discusión del status en Washington. Sus amigos republicanos podrán haber firmado el “bill” que obliga al Congreso a actuar sobre el mencionado informe. Pero de igual manera le han dejado saber que sobre ello no planean hacer nada. Roselló de seguro debe haberse dado cuenta al respecto cuando su gran momento, aquel donde iría a reclamar la estadidad al Congreso estadounidense, pasó desapercibido en la escena local gracias al tranque patronal gubernamental. Quizá por eso piense que Fortuño, después de todo, es “expendable.”

Consciente de la imagen de blandengue que comenzaba a tejerse a su alrededor, Fortuño se tiró, tardíamente, al ruedo en medio del tranque patronal y con la derrota moral de las vistas congresionales a cuesta. Tenía la oportunidad de ponerle freno a la estrategia kamikaze que José (El Primitivo) acataba, delineada por Thomas y Pedro. Pero su participación en la melé se limitó a intentar participar de la única manifestación en contra de la figura del gobernador. Fortuño quiso mezclarse con la rabiosa multitud que lideraban Ricardo Santos y Rafael Feliciano, reclamando apoyo para un paro nacional, y la muchedumbre intentó agredirle. La policía tuvo que salir a su rescate, confirmando la inmensa barrera que le separa de los sujetos de consumo: su adhesión a un imaginario político partidocrático creyente aún en el caduco debate del status.

IV
A raíz de los abucheos orquestados por Thomas y Roselló en la actividad del 27 de julio, Fortuño decidió tomar “el toro por los cuernos” y tirarse, finalmente, de lleno a la contienda por la candidatura a la gobernación de su partido. De cara a la próxima convención del PNP, éste a comenzado a recavar el apoyo de los alcaldes de su partido, organizando una serie de actividades dirigidas a acumular capital político y retar el mánico control que Roselló tiene sobre la estructura de la colectividad.

Tal parece que no tanto Fortuño, sino los alcaldes y comisarios de barrio del PNP comienzan a prever una derrota aplastante de su partido en las próximas elecciones. Los mismos que le entregaron un cheque en blanco a Pedro en su afán por destronar a Kenneth “el calmoso,” ahora viven preocupados por la facilidad con que Aníbal ha logrado acumular político para manejar el país a su antojo. El descrédito como oposición que sufre la legislatura penepé, gracias a José y a los “tres ratones ciegos” (Lornna, Epi y Héctor), le ha restado considerablemente legitimidad al partido, lo cual tampoco ayuda. Y el desenmascaramiento de Thomas “el verdugo” (panita de Cruz Arroyo, comisionado electoral del PPD) debilita aún más a la ultraderecha, haciéndolos parecer lo que son: bufones partidocráticos, usureros del fondo electoral, dispuestos a mantener la artificiosa rivalidad con tal de sostener el status quo.

Ahora, Luis se quiere tirar. Quiere comenzar a acumular capital político, tomar las riendas del partido, reorganizarlo y dirigirlo a una victoria en el 2008. Tarde, muy tarde.

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