miércoles, mayo 17, 2006

Estampas del Caos (II): José, el Primitivo

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados
krimson.king@yahoo.com

I
En su edición del lunes 15 de mayo de 2006, el periódico El Nuevo Día publicó una historia de cómo el actual Presidente de la Cámara de Representantes, José P. Aponte Hernández estuvo a punto de ser desbancado por los legisladores de su partido en el debate acerca de cómo detener el caos engendrado por el cierre patronal decretado por el Gobernador, Aníbal Acevedo Vilá. En un caucus de su delegación, varios legisladores plantearon aprobar el proyecto senatorial que autorizaría al poder Ejecutivo solicitar un préstamo de más de 500 millones de dólares para poder pagar la nómina gubernamental por lo que resta de año fiscal. Aponte se opuso a la aprobación de dicho proyecto y en cambio solicitó introducir una enmienda al mismo que aclarara que no se trataba de un préstamo, sino de un adelanto, basado en la proyección de recaudos de varias medidas aprobadas que subsanarían el déficit gubernamental. Ante el motín a bordo que comenzaba a gestarse en su delegación, Aponte decidió decretar un receso de tres días en los trabajos de la Cámara y así detener dicha movida.

No importa de cuántas maneras José P. Aponte intente desmentir dicha historia (incluso si la misma es rechazada por los gestores del motín), a estas alturas no hay muchas razones por las cuales pensar que la misma sea un invento de la mente colectiva y maquiavélica de los Ferré (dueños del rotativo en cuestión). El jueves previo al suceso, la opinión pública parecía, al unísono, desfavorecer las posturas de Aponte. La inconsistencia de su discurso y su pobre habilidad como comunicador poco a poco lo colocaban como el malo de la película. El desaire producido en la reunión con el gobernador y, nuevamente, la falta de claridad en su discurso para poder explicar lo allí acontecido, deterioraron su imagen más aún, al punto de que la opinión pública lo tildaba de “monigote” de Roselló. Al final, literalmente, la intervención divina logró salvarle de su segura muerte política.

Es muy posible que existan motivaciones ulteriores en la publicación de la historia por parte del mencionado rotativo. Quizá lo que se busque es mantener la presión sobre su figura con tal de liquidarle políticamente. Pero lo cierto es que en este momento más que su figura particular, la clase de político partidocrático que representa Aponte ya sobrepasó el umbral del peligro a extinción; éste es un cadáver que, de ahora en adelante, navegara las turbias aguas de lo que resta de cuatrienio como un adefesio en honor a un pasado político incandescente e indecente.

II
Ciertamente, la política del espectáculo creada por la partidocracia supuso un grado de complicidad entre sus actores principales. Tal como nos recordará Baudrillard con respecto a Foucault, el poder existe en tanto y en cuanto asegura aquello sobre lo que debe ser ejercido. Que es lo mismo que decir que el sostenimiento del régimen partidocrático se produjo en la medida en que sus partes, a pesar de ser en sí la negación de su contrario, gestaran la conservación del otro. No hubo partidocracia sin partidos políticos que representaran opciones de status excluyentes entre sí. Y del mismo modo, la única manera de mantener vigente dicho sistema fue asegurando la supervivencia del otro. El mejor ejemplo de esto lo tenemos en la complicidad del Partido Nuevo Progresista (PNP) y el Partido Popular Democrático (PPD) en la altamente irregular reinscripción del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) luego de las últimas elecciones.

Pero esta complicidad no excluye de ninguna manera que se desate la guerra entre las partes constantemente, aunque la misma esté basada en los preceptos de la banalidad del poder. El discurso, o más bien, la guerra partidocrática nuestra de cada día impide reconocer la complicidad de las partes. Los ataques despiadados, insultantes y sarcásticos de un Thomas Rivera Schatz es el ejemplo más claro de esta guerra, donde cualquier intento de razonamiento, convencimiento e iluminismo es rechazado tajantemente dando paso así a la política como guerra declarada. Es ese el ethos de los actores partidocráticos, individuos de armas tomadas capaces de disparar a mansalva cualquier ristra de insultos con tal de reducir y humillar a su contrincante e intentar liquidarle políticamente. Sin embargo, el acto nunca llega a perpetrarse en su totalidad. La complicidad propia del sistema les impide a sus actores llevarle hasta las últimas consecuencias, pues así quedaría comprometida la integridad total del mismo. La lluvia de insultos a las nueve de la mañana es correspondida por otra retahíla al mediodía; el contraataque se produce a las 6:00 PM y el recontraataque a las 9:00 PM. Puede que aparezca un resumen al otro día en los diarios, pero probablemente a la hora que usted lo lea, ya ha surgido una nueva controversia que asegura escalar exactamente a los mismos niveles que la anterior. Y así se produce una vorágine virtual que alimenta la gestión política a diario, que consolida la partidocracia y le convierte en espectáculo.

III
El balance partidocrático de los últimos 20 años quedó trastocado la mañana del 3 de noviembre de 2004. La raquítica victoria electoral de Aníbal Acevedo Vilá en las elecciones de 2004 representó un duro golpe a sistema partidocrático, con la extinción del independentismo institucional y la escisión del pastel gubernamental entre los otros dos partidos. El cuadro fue más complicado cuando se ratificó la victoria (también raquítica) del candidato a Comisionado Residente por el PNP, Luis Fortuño. De un lado quedó un desconsolado partido, perplejo con el resultado, que confiaba plenamente en regresar al poder de manos de su “Mesías;” mientras del otro, el tacaño triunfo del PPD lo colocaba al borde del abismo político.

Lo más importante de este evento electoral no fue el resultado, sino la forma en que los partidos respondieron a este. Acevedo Vilá, conciente de la amenaza que representó el estrecho margen de su victoria, se hizo de un discurso conciliador que le permitiera reorganizar y capitalizar su poder político, intentando consolidar su base electoral con aquellos electores que habían abandonado al PIP y le habían dado su voto. Pero la estratagema también respondió al reconocimiento de los tiempos difíciles que se avecinaban, pues su mandato era uno frágil y con escasa legitimidad. Después de todo, las elecciones del 2004 pueden catalogarse como un rotundo fracaso para el PPD, al no contar ni con el control de la legislatura ni de la mayoría de los municipios. Conciente de la posibilidad de constantes ataques por parte de la oposición PNP, el gobernador electo prefirió sanear su discurso de líneas partidistas e intentó construir sus constituyentes (sujetos soberanos) fuera de la discusión del status.

Todo lo contrario ocurrió con el PNP. El desconcierto creado por la derrota de Roselló desató una virulenta ira que persiguió por todos los medios posibles (e imposibles) restarle legitimidad al gobernador electo. Primero se depositó la fe en el recuento, papeleta por papeleta. Luego se retó la constitucionalidad del voto mixto, al cual llamaron “pivazo.” Más tarde le otorgaron una silla senatorial a Roselló y conspiraron para colocarle como Presidente del Senado y así retar, directamente, el mandato del gobernador. Ante el veto de Acevedo Vila a la medida propuesta para la “resolución del status” (whatever that means!), comenzaron a boicotear todas y cada una de las piezas legislativas sometidas por el ejecutivo, incluyendo los nombramientos de jefes de agencias. No aprobaron el presupuesto del gobernador, torpedearon la discusión de la reforma contributiva, para finalmente provocar el caos generalizado al empujar un tranque patronal en el gobierno.

No bastó con perseguir al partido de oposición. Ante la negativa de Kenneth McClintock de ceder la presidencia senatorial a Roselló, la cúpula directiva del PNP (controlada por el Mesías), la emprendió virulentamente contra todos y cada uno de los correligionarios que apoyaron al presidente senatorial. Implementaron sistemas de espionaje político, utilizaron el chantaje y el soborno para reclutar adeptos a la causa rosellista. Arrollaron sádicamente a cualquier oposición interna que se les presentara en el camino. Cadáveres ya ahí de sobra. Lo preocupante es los que faltan.

Más que estar dirigida a la figura del gobernante vencedor, la descabellada ira del PNP parece apuntar, precisamente, al debilitamiento del sistema partidocrático. Una posible absorción del electorado independentista institucional (los llamados pipiolos) por parte del PPD, colocaría al PNP como partido de minoría. Además, a lo largo de su historia, el PNP se ha caracterizado por ser un partido intolerante incapaz de sumar adeptos en momentos donde el status domina su discurso. Es más excluyente que incluyente. Sus actuaciones recientes así lo denotan (al igual que las acciones de Rubén Berríos Presidente, de por vida y hasta en la muerte del PIP, al impulsar una alianza con el PNP en materia de status en un intento de recapturar la base electoral perdida y absorbida por el PPD).

Y es que, en esencia, el PNP es más partidocrático (al igual que el desaparecido PIP) que el PPD. De ahí emana la virulencia de su respuesta.

IV
En alguna otra época, José P. Aponte sería recordado como un aguerrido defensor del ideal de la estadidad, al igual que el ilustre Thomas Rivera Schatz. Basta recordar su apasionada defensa a batazos del bastión penepeísta en la noche donde la quinta columna humilló a los confiados estadistas en el 1998. Cuando el discurso partidocrático se debilita y el balance de poderes del sistema se trastoca considerablemente, su real pierde arraigo y los actores aparecen desnudos, desprendidos de sus respectivos escenarios. Se produce un cortocircuito comunicativo: sus diálogos se tornan incomprensibles y su proceder es visto e interpretado bajo premisas que no necesariamente responden al contexto del cual provienen. Ante tal desdoblamiento, el conducir discursivo de estos actores suele lucir anticuado, idealista y hasta nostálgico. Existen otros casos que destellan como perfectos idiotas, ridículos que en su manifestación máxima se distinguen como especimenes primitivos de una época remota. El proceder de Aponte a lo largo del presente cuatrienio le coloca inevitablemente en esta última categoría: como un ente primitivo extraído de la época partidocrática.

La constante agresión verborréica que acompaña su conducta pasiva/agresiva, su arrogancia monárquica, su manipulación insensata de los procedimientos parlamentarios, la intriga, la burda utilización de recursos públicos para el espionaje político, y un discurso rústico y liviano, carente de convocatoria y arraigo, hacen de Aponte un actor fuera de contexto, caduco y caricaturesco. Bajo la partidocracia, Aponte hubiera sido el soldado de fila soñado por cualquier cuadillo, al igual que el fogoso, pero igualmente irrespetuoso, Rivera Schatz. Aquel que hubiera dado cara hasta en los peores momentos, como lo hizo bate en mano. Y en efecto lo fue: éste encabezó la comitiva que convenció a Roselló para que regresara a la política partidista de cara a las elecciones del 2004. Eventualmente se convirtió en su segundo lugarteniente, detrás de Rivera Schatz.

En los años que han transcurrido desde que ganara notoriedad, Aponte no ha cambiado para nada. Lo que sí ha cambiado es su contexto. La partidocracia está en quiebra, y en la confusión, un personaje como él ya no luce como soldado, sino como bufón de corte. Es la máxima expresión de la nostalgia por un tiempo (o contexto) que no regresará.

Es por eso que a José, hoy día, le cae aún más su segundo nombre.

lunes, mayo 15, 2006

Rafael Feliciano en el País de las Maravillas

J.S. Lucerna
Derechos Reservados 2006

I
La Federación de Maestros de Puerto Rico (FMPR) es quizá uno de los gremios más grandes del país, con una matrícula de sobre 39,000 miembros. Es también el único sindicato reconocido por el Estado en términos de negociación de convenios colectivos. Su matrícula está esparcida por toda la isla gracias a la estructura intrínseca del Departamento de Educación. Aunque no goza de la fama que tiene la UTIER (Unión de Trabajadores de la Industria de Eléctrica y de Riego), ni la infamia de la Unión Independiente Auténtica (la de Acueductos), es bastante conocida en el país por sus acciones (algunas infames) tanto en el pasado como en el presente.

En el actual caos la FMPR ha tenido un rol protagónico, siendo los maestros uno de los grupos de empleados públicos más afectados por el cierre patronal parcial del gobierno. La estrategia utilizada por el gobernador Acevedo Vilá de tomar de rehén al sistema educativo del país ha sido vista por la directiva del gremio como una oportunidad de oro para adelantar sus causas. Pero en el calor de la confrontación caótica, el liderato de la FMPR ha dejado ver su lado más frágil: su escaso poder de convocatoria. No empece a ello, la unión ha continuado un curso de acción que le coloca al borde de perder la poca credibilidad con la cual aún cuenta. Y todo por que su liderato persigue alcanzar e imponer una versión de lo real que carece de vigencia en la actualidad.

II
En medio del caos, se puede constata que el actual gobernador, Aníbal Acevedo Vilá, ha demostrado ser un político hábil. Si se toma en cuenta el número de empleados afectados por el cierre patronal decretado, puede comprobarse que la agencia más afectada ha sido el Departamento de Educación. Los empleados en nómina de esta agencia deben rondar los 60,000, lo cual implica que el 63% de los empleados cesanteados provienen de la mencionada agencia. Sin embargo, el efecto multiplicador de esta movida va más allá de estos números, pues el cierre afecta tanto a los estudiantes del sistema público (500,000 estudiantes) como a los padres y demás familiares de estos. Sin tener ni poder contar con un cuido alterno, teniendo que sufragar ahora el desayuno y el almuerzo de los chicos en la semana, las secuelas del caos proliferan exponencialmente.

Visto desde el punto de vista estratégico, la movida de Acevedo Vilá fue brillante. Al cerrar al Departamento de Educación logró que no sólo los empleados se vieran afectados, sino también los estudiantes y sus padres. A los 60,000 empleados de Educación le sumó, con un plumazo, 750,000 personas adicionales, creando así virtualmente una oposición de casi un millón de personas a las políticas de la delegación rosellista en la legislatura. Puso en la calle también a las predominantemente empleadas (y no empleados) de comedores escolares, colocándole de víctimas ante lo que él catalogó como la intransigencia del Presidente Cameral José Primitivo Aponte.

Pero el punto primordial de la estrategia de Acevedo Vilá es el consenso en cuanto a cómo terminar la crisis: la imposición de un impuesto sobre ventas en el país. Al verse afectados directamente por el caos creado con el cierre patronal, maestros, empleados de comedores, empleados administrativos, padres y estudiantes se han unido al Ejecutivo en el clamor por una reforma contributiva que incluya un sales tax como forma de subsanar la falta de flujo en efectivo en la caja gubernamental, pero que no trastoque el sistema contributivo actual. Se crea así, casi de forma mágica, un frente de 750,000 personas del lado del Gobernador. Un frente difícil de igualar para el poder Legislativo, fraccionado, desacreditado, sin credibilidad y sin poder de convocatoria. En fin, todo un acto de ilusionismo político.

III
Más audaz lució la movida conociéndose de antemano el aguerrido discurso y el pedigrí revolucionario del Presidente de la FMPR, Rafael Feliciano. Acevedo Vilá y su grupo de asesores y estrategas debían saber que tras el acto de lanzar a los maestros a la calle Feliciano tomaría por asalto cualquier plaza pública con tal de ganar notoriedad. La reacción inicial de los sindicatos, en especial la FMPR, fue de reclamar el fin del tranque en la Legislatura. Tan maravillosa ha resultado la maniobra del Ejecutivo que, en principio, ni siquiera los sindicatos involucrados se percataron de ella. Sólo ante el asomo de un fin en el tranque (la aprobación del préstamo solicitado con una fuente de repago basado en una reforma contributiva que incluía un impuesto a las ventas del 5.9%) estos despertaron a la ilusión óptica. Entonces las cosas comenzaron a complicarse.

Previó a ello, éstos habían jugado el juego. Sólo ante la propuesta del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) de imponer un impuesto especial de 5% a las corporaciones que generaran más de 10 millones en ingresos brutos, los sindicatos habían comenzado a apartarse del bloque creado por el Ejecutivo. Esa legislación le brindó la oportunidad al movimiento sindical de tomar mayor control sobre el caos creado y comenzar a empujar sus propias agendas de corte socialista.

La propuesta del PIP legitimó sus protestas en la llamada “Milla de Oro” y en el centro comercial Plaza Las Américas. Y es que históricamente los sindicatos, pero en especial a partir de la ley de sindicación de empleados públicos, han sido blanco de los grupos separatistas socialistas en el país. Ante la falta de arraigo y el escaso poder de convocatoria, estos grupos comenzaron a tomar por asalto determinados sindicatos públicos con el propósito de acumular cuerpos con los cuales adelantar sus causas. En el caso de la FMPR, la deteriorada imagen de su antiguo presidente y el descalabro administrativo desencadenado por su sucesor crearon un terreno fértil para que su actual líder tomara el control. Ciertamente, ante los manejos tipo “hacendado” de algunos líderes sindicalistas, el discurso de “devolver el poder a los trabajadores” creó un ambiente propicio para el asenso de este liderato socialista a muchas de las principales uniones del país.

No hay problema con defender los derechos de los trabajadores de un sindicato particular. Esa es la labor que se espera de cualquier líder fuerte de una unión obrera. Sin embargo, los pasos seguidos por el liderato que hoy día encabeza la oposición al impuesto sobre las ventas evidencian la brecha que se produce cuando las acciones responden a los intereses y agendas políticas particulares.

Cualquier capital político acumulado ciertamente se fue al piso en el momento en que el movimiento obrero involucrado comenzó a hablar de un paro nacional y su oposición al impuesto sobre la venta. Quedaron expuestos los desacuerdos entre sindicatos. Tanto el malestar y como el pesimismo crecieron entre la población. Las perspectivas de un paro nacional abonaron al clima de incertidumbre y encrespamiento, restándole así poder de convocatoria y, por supuesto, credibilidad.

IV
Cuando Ricardo Santos, presidente de la Unión de Trabajadores de la Industria Eléctrica y Riego (UTIER), comentó en Noticentro a las 4 que el paro nacional que se avecinaba no sería mediático, éste trataba de invalidar las respuestas asumidas por los sujetos del consumo ante el caos creado por el cierre patronal del ejecutivo. En efecto, el presidente de la UTIER comenzaba a imponer el discurso proletarista ante la crisis de la partidocracia.

Desde un inicio la estrategia de un paro nacional en oposición al impuesto sobre las ventas creó una barrera insalvable entre los sujetos del consumo y los líderes obreros proletaristas. Hasta ese momento, la presión ejercida sobre la Cámara de Representantes comenzaba a inclinar la balanza a favor del Gobernador, asomando la posibilidad a la finalización del tranque y el cierre patronal. Pero Santos y Feliciano le dieron un giro inesperado al asunto, brindándole al mismo tiempo un segundo aire a José (el) Primitivo.

Aún resulta sorprendente que el líder del gremio magisterial anunciara el “paro nacional” en una actividad escasamente concurrida en la calle Fortaleza. Era como si enviara un doble mensaje; de un lado, su desespero ante lo que lucía como la derrota inminente de su agenda política socialista; del otro, ante el escaso público presente, demostrar la caducidad de su discurso. Rápidamente, otros gremios de empleados públicos desautorizaron las expresiones de Feliciano, restándole validez y credibilidad. Quedó plasmada la supuesta (y posible) complicidad de Feliciano, Santos y Primitivo. Incluso salió a relucir el nombre de Oscar Ramos como gestador, desde la Cámara, del “paro nacional” en nombre de Primitivo.

Si se persigue el caos, si se busca crearlo, es necesario mostrar todas las cartas. Feliciano, cegado ante lo que erróneamente interpretó como un momento crucial en la persecución de la utopía socialista, falló en reconocer el momento existente. El fin de la partidocracia fue interpretado como un momento dialéctico, donde las contradicciones inherentes del sistema afloran. No pudo preveer (y no creemos que en algún momento lo vaya a hacer), que el caos producido por la maniobra política del Gobernador lo que hizo fue poner en jaque la sustentabilidad del actual sistema geopolítico del país. El golpe sobre la economía ciertamente le restará, en años venideros, competitividad en la cadena global de distribución al país. Los llamados “grandes intereses” en todo caso, están sumamente preocupados con la situación, pues el golpe les ha afectado de manera previsible: se ha detenido la construcción, las ventas se han ido al piso, la eventual degradación de los bonos del Estado ha puesto en peligro la inversión de capital, etc.

Claro, sustentar el sistema actual no sirve de nada en la medida que el mismo se sostiene bajo el modelo de la partidocracia y un capital líquido que aún se piensa latifundista. Es necesario forzar a los llamados “grandes intereses” a lograr un pacto que garantice la sustentabilidad de la sociedad de consumo y su sujeto. El enfrentamiento final contra el capital sólo produciría la fuga de este, acompañada por la salida masiva de sujetos del consumo, dejando en efecto al país sin capital líquido ni humano. La utopía de Marx (no necesariamente marxista) era el flujo ininterrumpido de objetos (mercancías) en una lógica social completamente dominada por el valor de uso y la consecuente abolición del valor de cambio. En la utopía post apocalíptica de Feliciano y compañía (o sea, su país de las maravillas), el valor de cambio, representado aquí por la competitividad del país con relación a la cadena global de distribución, se disipa junto a los objetos, quedando sólo y en la miseria el sujeto del consumo, sustraído de la esfera de consumo.

V
En la mañana del martes 9 de mayo, Rafael Feliciano junto a un puñado de feligreses (algunos maestros federados, otros estudiantes de la UPR, y algún que otro profesor de la misma institución), intentaron evitar el tráfico desde y hacia un crucero aparcado en el Muelle Interamericano en Isla Grande. Su estrategia se extendió hasta la calle que le brindaba acceso a los camiones que suplían y se suplían del crucero, impidiendo el paso de éstos. Pero Feliciano se tropezó con lo inesperado; el presidente de la Unión de Tronquistas tuvo que convencerle de desistir en su irrupción pues la acción afectaba el trabajo de los camioneros tronquistas.

El cinismo posmoderno se apoderó de la figura líder de uno de los gremios más grandes del país. De 39,000 miembros, menos de 100 decidieron apoyarle en su estrategia de atacar los “grandes intereses” y en el reclamo de que “la crisis que la paguen los ricos.” Pero en los tiempos del capital líquido y flujo ilimitado de objetos/mercancías, la virulencia no es una característica sino un ethos. En la medida en que el objeto se apodera del sujeto, la virulencia le domina. Es una estrategia fatal. Su proceder se guía por la consumación, y sólo en ella logra su culminación. En el caso de Feliciano, la obsesión con la utopía socialista le ha llevado a su propia consumación como objeto y signo. Es, en fin, su terminación como objeto significante.

A eso llegó el llamado “paro nacional.” Pero en sus posteriores alocuciones, podremos comprobar que Feliciano, al igual que Santos y otros, aún viven en su país de las maravillas....

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