LEO
J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados
I
Repasemos la situación. El Partido Nuevo Progresista (PNP), prácticamente, resultó victorioso en las pasadas elecciones, ganando el control de Cámara, Senado, de la silla del Comisario Residente, y la mayoría de las alcaldías. En cambio, el Partido Popular Democrático (PPD) resultó victorioso sólo en la carrera por la gobernación. Matemáticamente hablando, puede llegarse a la conclusión de que quien ganó la elección lo fue el PNP.
¿O no? ¿Cómo explicar la guerra sin cuartel presente al seno de dicho partido? ¿Por qué tanta pelea? Dado el cuadro emergente luego de las elecciones, se pudiera suponer que el plan de gobierno del PNP sería bastante sencillo: al controlar la rama legislativa hubiera sido bastante simple imponer su programa de gobierno, enviando legislación y esperar que el gobernador, o la firmara o la vetara. En caso de que se aplicara el veto tendrían los argumentos suficientes para tachar a la rama ejecutiva de incompetente, poco cooperadora, sin compromiso ante el país, etc. Pero no. Es precisamente en la rama legislativa donde los penepés se han dedicado a torpedearse unos a otros, en luchas intestinales de poder, debilitando, poco a poco, sus pocas opciones de triunfo en las próximas elecciones generales. En vez de ser un partido de oposición, se han dedicado al chantaje, la intriga, el espionaje, a gastar dinero, y a dedicar todo sus esfuerzos en asuntos de poco interés público (¿por qué inmiscuirse en el debate de sí Castro está muerto o no, o el efecto que tendría una apertura “democrática” en Cuba? En todo caso, ¡deberían preocuparse por someter legislación que ayude a elevar la competitividad del país ante el inevitable suceso!).
Este panorama ha contribuido a que un político partidocrático desgastado, con escasa credibilidad y de poca convicción, surja como un posible candidato a la gobernación del país: Leo Díaz. Cabe preguntarse, sin embargo, si Leo es una alternativa genuina con opciones reales de ser gobernador, o simplemente forma parte de un drama mucho más vasto (y a la vez estéril) que vive la colectividad de la palma en el nuevo milenio.
II
¿Cómo es posible que un político con poca experiencia parlamentaria, retirado voluntariamente ante la triste (pero franca) realidad de una aplastante derrota en un evento electoral, que fuese presidente transitorio de una colectividad terriblemente afectada por un catastrófico revés, para luego ser un politólogo analista de “poca monta” sea la solución a todos los males que afectan a la palma? La realidad es que Leo tiene escaso recorrido político en cuanto a puestos electivos se refiere. Fue un legislador inconsecuente que se beneficio en su elección del pandemonio creado por la figura de Roselló en su momento de gloria (1996). Quizá fuese un activista del partido antes de eso, una de esas figuras oscuras como José “El Primitivo” Aponte; nada más.
Su resurgimiento político se produjo gracias a Carlos Romero Barceló. Roselló, luego de la inevitable derrota del 2000, decidió abandonar el país y autoexiliarse en la metrópoli, convirtiéndose en profesor universitario “part-time,” y desarrollando toda una obra literaria que le permitiera figurar como prócer en años venideros. Pesquera comprendió que su selección como candidato oficialista del PNP no fue más que la quema de un cartucho para luego ver cómo recuperar el poder (la derrota, recalcamos, era inevitable). También se exilió, abandonando el partido a su propia suerte. De esta manera, se produjo un vacío de poder en la colectividad.
Arrojada a su suerte, quedó por dilucidar quién tomaría el control del mismo. La cosa no es tan sencilla como pensar en quién podría correr como candidato a gobernador. Se trataba de determinar quien lograría atraer capital monetario, al tiempo que acumulaba capital político. Y es que ante la muerte de Luis A. Ferré, el PNP se había quedado sin prócer, sin una figura que se ocupara de mantener el balance. El viejo, ni en su lecho de muerte, nombró a un sucesor. (Contrario al PPD, donde Muñoz Marín bautizó, desde temprano, a Hernández Colón, quien aún funge como bringer of balance). No es un secreto que Romero siempre aspiró a llenar ese vacumm de poder. Pero quizá el viejo nunca lo nombró porque más que ser una figura aglutinadora, el “Caballo” siempre reclamó el repudio de sectores exógenos al partido. Esto, sin embargo, nunca privó a Romero de aspirar a convertirse en el “dueño” del PNP.
La posibilidad de que Leo se convirtiera en presidente del PNP fue lanzada en principio, de manera muy astuta, por Melinda Romero, hija del “Caballo.” El mensaje fue comprendido inmediatamente: con Roselló ausente y Pesquera desorientado, no existía nadie en la colectividad que pudiera retarle el poder a Romero. Leo, su “candidato,” en realidad se convirtió en la cara de su mandato. Nadie se opuso, o más bien, nadie pudo oponerse. Aún con la fragilidad de Leo como figura y político, la escasa experiencia, con un discurso bordeando en psicosis, éste emergió como el candidato, elegido y ratificado inmediatamente.
Todas las características antes mencionadas contribuyeron a que el propio partido recayera nuevamente en crisis. La resucitación de Pesquera se debió en parte a la falta de arraigo y sustancia de la figura de Leo, además de su retórica excluyente. Pero también al hecho de que Romero no logró avivar las arcas del partido. Sólo un Rosellista podía hacerlo, y ante el retiro total (aunque no final) de Pedro, regresó Pesquera. Los principales accionistas del PNP no estaban dispuestos a apostar su dinero a un candidato divisorio. Necesitaban (con tal de ganar la elección y volver a parasitar el gobierno) alguien que aglutinara y, al momento, Pesquera era la mejor opción.
III
Quizá Leo creyó que podía ser gobernador en el 2004. O al menos, correría para ello. Pero lo cierto es que el regreso de Roselló, ahora convertido en Mesías, logró impulsar al partido para la contienda electoral. Movidos por el desastre económico de la administración de Sila M., los mecenas del penepé decidieron revivir al muerto, impulsados en parte por el terror que sentían los populares a su figura, y por que otros vivían convencidos de que Pedro tenía una excelente oportunidad de salir electo por tercera ocasión.
Leo, que ya se había echado a un lado con la resurrección pesquerista, se sumió aún más en el anonimato político, aceptando el rol de anacronista político (o como le llaman en el argot partidocrático puertorriqueño, politólogo). Defendió a brazo partido, a través de las ondas radiales y televisivas, lo indefendible: la pulcritud e integridad de Roselló. Intento minimizar el lastre político y moral que representaban la banda de los “40 ladrones” que acompañaron al ahora Mesías en sus primeras dos administraciones. Y en la noche de las elecciones intentó subirle la moral a los penepés que ya se sospechaban una derrota en la silla de la gobernación. A eso llegó Leo; nada más.
Ante la derrota (y el derrotero tomado por el Mesías no bajado del cielo, sino estrellado y con pocas posibilidades de resucitar nuevamente), Leo pasó a ser un asterisco en la escabrosa historia del PNP. Pasado presidente en cuyo breve mandato, podría decirse, no sucedió nada más que la muerte y resurrección (para luego volver a ser crucificado) de Carlos Pesquera.
IV
El que Leo reviviera gracias al desquicio político de Roselló, no da licencia a entender su carrera política bajo los mismos términos que la vida de Pedro o Carlos Pesquera (muerte y resurrección). En todo caso sería su muerte y pasión, puesto que como personaje político éste falleció hace mucho ya (al filo del segundo término del Mesías) y lo ocurrido desde entonces es sólo una amarga pasión agridulce (sufrimiento adornado con la quimérica esperanza de alcanzar la prosperidad política).
Presto a perder el control del partido, y conciente en medio de su demencia de que sus días como caricatura política de la partidocracia están contados, Pedro ha necesitado revivir parcialmente un cadáver a modo de mantener la poca legitimidad que le queda en la esfera pública. Leo no es Fortuño, pero tampoco es Santini. El primero representa su fin político; el segundo, un posible lastre ante su conducta errática y su populismo lite e incontrolable. Pero para los que conocen a Roselló, resulta un tanto inconcebible haber escogido como posible sucesor a una de los caninos falderos de Romero. (Quizá por ello es que, recientemente, lanzara al ruedo a José “El Primitivo” Aponte, el bufón de su corte).
Lo que sucede es que los enemigos, ante un enemigo común, se convierten en amigos circunstanciales. No fue Pedro el que revivió a Leo; fue un Romero embriagado por la sed de venganza que siente contra Fortuño. De esta manera, Leo puede denunciar públicamente la necesidad de nominar un candidato aglutinador que pueda robarle electores al PPD al lograr capturar el excedente producido por la defunción institucional del PIP. Romero, a través de Leo, lanza un mensaje claro a los mecenas que, poco a poco, le dan la espalda a Pedro. Advierte tener la capacidad de encontrar un candidato que, por supuesto, no es Fortuño. Al mismo tiempo, insinúa que si el control del partido no recae en sus manos está dispuesto a romperlo nuevamente (tal como hizo en los tiempos de Hernán Padilla). Por eso mueve sus fichas apoyando a Pedro “el desquiciado” en su enviciado intento por retener el poder del partido, y utiliza a través de éste a Thomas Rivera Schatz para que ataque sin ningún tipo de misericordia a Fortuño. Mientras tanto, le tiende un ramo de olivo a McKlintock y los “auténticos,” al tiempo que pide a viva voz la renuncia de Héctor Martínez, salpicada con su consabida marrullería solicitando la renuncia también del gobernador por el delito de “necia asociación” con el cantante de reggaeton Don Omar.
¿Qué pito toca Leo en todo esto? Vaya usted a saber. La contienda por el control del PNP es entre Fortuño y Romero, nadie más.
2006, Derechos Reservados
I
Repasemos la situación. El Partido Nuevo Progresista (PNP), prácticamente, resultó victorioso en las pasadas elecciones, ganando el control de Cámara, Senado, de la silla del Comisario Residente, y la mayoría de las alcaldías. En cambio, el Partido Popular Democrático (PPD) resultó victorioso sólo en la carrera por la gobernación. Matemáticamente hablando, puede llegarse a la conclusión de que quien ganó la elección lo fue el PNP.
¿O no? ¿Cómo explicar la guerra sin cuartel presente al seno de dicho partido? ¿Por qué tanta pelea? Dado el cuadro emergente luego de las elecciones, se pudiera suponer que el plan de gobierno del PNP sería bastante sencillo: al controlar la rama legislativa hubiera sido bastante simple imponer su programa de gobierno, enviando legislación y esperar que el gobernador, o la firmara o la vetara. En caso de que se aplicara el veto tendrían los argumentos suficientes para tachar a la rama ejecutiva de incompetente, poco cooperadora, sin compromiso ante el país, etc. Pero no. Es precisamente en la rama legislativa donde los penepés se han dedicado a torpedearse unos a otros, en luchas intestinales de poder, debilitando, poco a poco, sus pocas opciones de triunfo en las próximas elecciones generales. En vez de ser un partido de oposición, se han dedicado al chantaje, la intriga, el espionaje, a gastar dinero, y a dedicar todo sus esfuerzos en asuntos de poco interés público (¿por qué inmiscuirse en el debate de sí Castro está muerto o no, o el efecto que tendría una apertura “democrática” en Cuba? En todo caso, ¡deberían preocuparse por someter legislación que ayude a elevar la competitividad del país ante el inevitable suceso!).
Este panorama ha contribuido a que un político partidocrático desgastado, con escasa credibilidad y de poca convicción, surja como un posible candidato a la gobernación del país: Leo Díaz. Cabe preguntarse, sin embargo, si Leo es una alternativa genuina con opciones reales de ser gobernador, o simplemente forma parte de un drama mucho más vasto (y a la vez estéril) que vive la colectividad de la palma en el nuevo milenio.
II
¿Cómo es posible que un político con poca experiencia parlamentaria, retirado voluntariamente ante la triste (pero franca) realidad de una aplastante derrota en un evento electoral, que fuese presidente transitorio de una colectividad terriblemente afectada por un catastrófico revés, para luego ser un politólogo analista de “poca monta” sea la solución a todos los males que afectan a la palma? La realidad es que Leo tiene escaso recorrido político en cuanto a puestos electivos se refiere. Fue un legislador inconsecuente que se beneficio en su elección del pandemonio creado por la figura de Roselló en su momento de gloria (1996). Quizá fuese un activista del partido antes de eso, una de esas figuras oscuras como José “El Primitivo” Aponte; nada más.
Su resurgimiento político se produjo gracias a Carlos Romero Barceló. Roselló, luego de la inevitable derrota del 2000, decidió abandonar el país y autoexiliarse en la metrópoli, convirtiéndose en profesor universitario “part-time,” y desarrollando toda una obra literaria que le permitiera figurar como prócer en años venideros. Pesquera comprendió que su selección como candidato oficialista del PNP no fue más que la quema de un cartucho para luego ver cómo recuperar el poder (la derrota, recalcamos, era inevitable). También se exilió, abandonando el partido a su propia suerte. De esta manera, se produjo un vacío de poder en la colectividad.
Arrojada a su suerte, quedó por dilucidar quién tomaría el control del mismo. La cosa no es tan sencilla como pensar en quién podría correr como candidato a gobernador. Se trataba de determinar quien lograría atraer capital monetario, al tiempo que acumulaba capital político. Y es que ante la muerte de Luis A. Ferré, el PNP se había quedado sin prócer, sin una figura que se ocupara de mantener el balance. El viejo, ni en su lecho de muerte, nombró a un sucesor. (Contrario al PPD, donde Muñoz Marín bautizó, desde temprano, a Hernández Colón, quien aún funge como bringer of balance). No es un secreto que Romero siempre aspiró a llenar ese vacumm de poder. Pero quizá el viejo nunca lo nombró porque más que ser una figura aglutinadora, el “Caballo” siempre reclamó el repudio de sectores exógenos al partido. Esto, sin embargo, nunca privó a Romero de aspirar a convertirse en el “dueño” del PNP.
La posibilidad de que Leo se convirtiera en presidente del PNP fue lanzada en principio, de manera muy astuta, por Melinda Romero, hija del “Caballo.” El mensaje fue comprendido inmediatamente: con Roselló ausente y Pesquera desorientado, no existía nadie en la colectividad que pudiera retarle el poder a Romero. Leo, su “candidato,” en realidad se convirtió en la cara de su mandato. Nadie se opuso, o más bien, nadie pudo oponerse. Aún con la fragilidad de Leo como figura y político, la escasa experiencia, con un discurso bordeando en psicosis, éste emergió como el candidato, elegido y ratificado inmediatamente.
Todas las características antes mencionadas contribuyeron a que el propio partido recayera nuevamente en crisis. La resucitación de Pesquera se debió en parte a la falta de arraigo y sustancia de la figura de Leo, además de su retórica excluyente. Pero también al hecho de que Romero no logró avivar las arcas del partido. Sólo un Rosellista podía hacerlo, y ante el retiro total (aunque no final) de Pedro, regresó Pesquera. Los principales accionistas del PNP no estaban dispuestos a apostar su dinero a un candidato divisorio. Necesitaban (con tal de ganar la elección y volver a parasitar el gobierno) alguien que aglutinara y, al momento, Pesquera era la mejor opción.
III
Quizá Leo creyó que podía ser gobernador en el 2004. O al menos, correría para ello. Pero lo cierto es que el regreso de Roselló, ahora convertido en Mesías, logró impulsar al partido para la contienda electoral. Movidos por el desastre económico de la administración de Sila M., los mecenas del penepé decidieron revivir al muerto, impulsados en parte por el terror que sentían los populares a su figura, y por que otros vivían convencidos de que Pedro tenía una excelente oportunidad de salir electo por tercera ocasión.
Leo, que ya se había echado a un lado con la resurrección pesquerista, se sumió aún más en el anonimato político, aceptando el rol de anacronista político (o como le llaman en el argot partidocrático puertorriqueño, politólogo). Defendió a brazo partido, a través de las ondas radiales y televisivas, lo indefendible: la pulcritud e integridad de Roselló. Intento minimizar el lastre político y moral que representaban la banda de los “40 ladrones” que acompañaron al ahora Mesías en sus primeras dos administraciones. Y en la noche de las elecciones intentó subirle la moral a los penepés que ya se sospechaban una derrota en la silla de la gobernación. A eso llegó Leo; nada más.
Ante la derrota (y el derrotero tomado por el Mesías no bajado del cielo, sino estrellado y con pocas posibilidades de resucitar nuevamente), Leo pasó a ser un asterisco en la escabrosa historia del PNP. Pasado presidente en cuyo breve mandato, podría decirse, no sucedió nada más que la muerte y resurrección (para luego volver a ser crucificado) de Carlos Pesquera.
IV
El que Leo reviviera gracias al desquicio político de Roselló, no da licencia a entender su carrera política bajo los mismos términos que la vida de Pedro o Carlos Pesquera (muerte y resurrección). En todo caso sería su muerte y pasión, puesto que como personaje político éste falleció hace mucho ya (al filo del segundo término del Mesías) y lo ocurrido desde entonces es sólo una amarga pasión agridulce (sufrimiento adornado con la quimérica esperanza de alcanzar la prosperidad política).
Presto a perder el control del partido, y conciente en medio de su demencia de que sus días como caricatura política de la partidocracia están contados, Pedro ha necesitado revivir parcialmente un cadáver a modo de mantener la poca legitimidad que le queda en la esfera pública. Leo no es Fortuño, pero tampoco es Santini. El primero representa su fin político; el segundo, un posible lastre ante su conducta errática y su populismo lite e incontrolable. Pero para los que conocen a Roselló, resulta un tanto inconcebible haber escogido como posible sucesor a una de los caninos falderos de Romero. (Quizá por ello es que, recientemente, lanzara al ruedo a José “El Primitivo” Aponte, el bufón de su corte).
Lo que sucede es que los enemigos, ante un enemigo común, se convierten en amigos circunstanciales. No fue Pedro el que revivió a Leo; fue un Romero embriagado por la sed de venganza que siente contra Fortuño. De esta manera, Leo puede denunciar públicamente la necesidad de nominar un candidato aglutinador que pueda robarle electores al PPD al lograr capturar el excedente producido por la defunción institucional del PIP. Romero, a través de Leo, lanza un mensaje claro a los mecenas que, poco a poco, le dan la espalda a Pedro. Advierte tener la capacidad de encontrar un candidato que, por supuesto, no es Fortuño. Al mismo tiempo, insinúa que si el control del partido no recae en sus manos está dispuesto a romperlo nuevamente (tal como hizo en los tiempos de Hernán Padilla). Por eso mueve sus fichas apoyando a Pedro “el desquiciado” en su enviciado intento por retener el poder del partido, y utiliza a través de éste a Thomas Rivera Schatz para que ataque sin ningún tipo de misericordia a Fortuño. Mientras tanto, le tiende un ramo de olivo a McKlintock y los “auténticos,” al tiempo que pide a viva voz la renuncia de Héctor Martínez, salpicada con su consabida marrullería solicitando la renuncia también del gobernador por el delito de “necia asociación” con el cantante de reggaeton Don Omar.
¿Qué pito toca Leo en todo esto? Vaya usted a saber. La contienda por el control del PNP es entre Fortuño y Romero, nadie más.
2 Comments:
...wue delicia que apoyes: " it's not the quantity it's the quality"...
Saludos y un abrazo,
* que
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