martes, agosto 22, 2006

CRB

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
En mi juventud, estas siglas eran sinónimo de terror. No del que utiliza aviones para derribar edificios, sino de aquel que ejerce el Estado en contra de sus constituyentes por el simple hecho de disentir. La mancha de Maravilla vive en la comunidad imaginaria puertorriqueña como un lastre de tiempos pasados pero presentes en la memoria. Por ahí está la figura de Romero; como memento de ese vil pasado; pero también como monumento sobre lo que acecha, aquello que sigue vigente en tiempos de guerra contra el terrorismo.

Pero la latencia de Romero Barceló en la política puertorriqueña es también indicativa de las luchas intestinales que se libran al seno de los caducos partidos que aún pretenden monopolizar el poder político actual. El “Caballo” se empeña por adueñarse del legado Luis A. Ferré, coronarse heredero (ilegítimo) del prócer y bautizarse como otro gestor de importancia en la agotada búsqueda por la estadidad. Si el viejo Ferré no le nombro como su legítimo sucesor, no importa. En la “guerra partidocrática nuestra de cada día” todo es posible, todo es válido. Así, Romero intenta e intentará por todos los medios (asequibles o no) apoderarse del legado de Ferré y convertirse en “capo mafioso” al cual toda movida (por ínfima que sea) le sea consultada. El proceder del partido sólo se cristalizará en la medida que reciba su bendición.

Esto queda patente en la actual lucha intestinal que atraviesa el Partido Nuevo Progresista (PNP) de cara a las elecciones del 2008. Romero se niega a morir. Por eso se alía con Pedro (a pesar de su desquicio); desautoriza a cualquiera que intente plantarse como candidato; ataca despiadadamente a Fortuño. No debe haber (ni habrá) movida al respecto, sin que antes se le pida permiso y se reciba su bendición.

II
¿Por qué continuamos soportando a Romero? Eso es tan simple como reconocer que los candidatos que han tomado la rienda del partido, tras sus respectivas derrotas, lo han abandonado, dejado a la deriva. Romero no lo ha hecho eso; nunca lo haría. No lo abandonó cuando su terquedad y sus tácticas de terror le empujaron a una derrota segura en el 1984. Tampoco cuando, cabizbajo, Baltasar Corrada del Río salió huyendo al ser derrotado por Hernández Colón, entonces aspirante a presidir la república bananera puertorriqueña. A Pedro lo obligó a compartir su capital político, logrando salir Comisionado Residente más por la fuerza prestada que por los méritos propios (de paso cargándose a Zaida Hernández). Ante el forzado retiro de Roselló, pulseó lo suficiente como para recuperar su puesto y competir, nuevamente, para Comisionado Residente.

Romero fue derrotado por Fortuño para la nominación a Comisionado Residente en el 2004, pero eso no significó su muerte política. Siempre obstinado, y con una superlativa obsesión de poder y reconocimiento, torpedeó constantemente la campaña del futuro Comisionado Residente de cara a las elecciones generales, restándole legitimidad (y votos). Si bien la victoria de Fortuño (combinada con la derrota de Pedro, devenido ahora Mesías), le colocó a la delantera en lo que a la gobernación se refiere, Romero ha hecho todo lo posible por continuar restándole legitimidad y capital político desde entonces.

¿De dónde deriva la mala leche entre Romero y Fortuño? Quizá la misma comience en el momento en que el segundo acaparó la atención de los mecenas penepeístas. El capital monetario siempre supone poder dentro de una colectividad partidocrática; el PNP no es la excepción. La franca decadencia que experimenta el partido en estos momentos se debe, primordialmente, al limitado flujo de efectivo por el cual atraviesa. Aquellos que estuvieron con Pedro en el 2004 lo han abandonado al no estar dispuestos a apostar por un candidato derrotado en futuras elecciones. Es una forma de propulsar el relevo generacional. Eso es, siempre y cuando una figura como Romero no se plante en el camino.

III
Si nos empeñáramos en escribir la historia según Romero, quedaría de su parte no sólo escoger el candidato a futuras elecciones, sino la agenda del partido de cara al futuro. ¿Cuál sería esa agenda? Buena pregunta. Tanto él como Roselló insisten en que la agenda de la estadidad ha quedado inconclusa. Pero, ¿cómo creerles? Romero Barceló ha estado dando bandazos por espacio de cuatro décadas: ocho años como Gobernador, ocho como Comisionado Residente. Y la estadidad, ¿dónde está? Pedro, por su parte, fue gobernador por ocho años, celebró tres plebiscitos (los perdió todos), se mudó cerca de la capital federal dizque para cabildear a favor de la estadidad, se convirtió en profesor universitario (part-time, claro está), y hasta publicó un libro sobre el anhelo de los puertorriqueños en alcanzar la “igualdad.” Repetimos: y la estadidad, ¿dónde está?

En tiempos del capital líquido y la cadena global de distribución, la estadidad, al igual que la dependencia, tienen muy pocas posibilidades de concretarse. Existe una serie de factores exógenos al proceso de status (que van desde la instauración de la sociedad de consumo hasta el emerger de su sujeto) que le cortocircuitan, lo entorpecen, se entrometen. Imposible no estar consciente de ello. ¿Qué buscan, entonces, Pedro y Carlos? Cimentar su poder, perpetuar la partidocracia, y mantener su monopolio sobre el poder político del país.

IV
Romero representa los últimos aleteos del patriarquismo político dentro del PNP. Irrespetuoso, chabacano y buscón. Más que un caballo cerrero, parece un gallo de pelea, siempre dispuesto a utilizar sus espuelas con tal de herir de muerte a su contrincante, a su adversario. Si declara que no es tiempo de candidaturas en la colectividad, es porque busca tiempo; no porque le interese el bienestar del partido. Funciona como caudillo (aunque, en realidad, no pueda cumplir esta función a cabalidad). Se siente pastor de un rebaño que cree a fe ciega en la estadidad, y está más que dispuesto en llevar a la manada de la mano, siempre y cuando esto garantice su permanencia en el poder.

Pero el tiempo de los caudillos (y los aspirantes a ello) ya pasó. El asentamiento de la sociedad de consumo le imprime un aire de transitoriedad a todo, inclusive a aquello que aspira a convertirse en discurso arborescente. El sujeto del consumo, desdoblado y despojado de su centro, adopta el cinismo como ethos, lo cual implica un distanciamiento de todo aquello que aspire a convertirse en régimen de verdad. El acceso al consumo, ese credo que quía y canaliza los flujos de deseo del sujeto, impide la inercia en el proceder de éste. Una solución final al debate del status es inconsecuente en este momento. Los movimientos del capital líquido y el dinamismo de la cadena global de distribución (siempre presta a emigrar y a mutar) no permiten que el territorio se asiente. Alcanzar la estadidad, la independencia o el pleno desarrollo del Estado libre Asociado (ELA) es una quimera; mañana siempre habrá alguna excusa por la cual exigir un cambio.

En su lucha intestinal por convertirse en prócer y cuadillo, Romero lleva las de perder. Él parece estar consciente de esto. En el proceso está dispuesto a implotar la colectividad que lo llevó al poder y le ha servido de plataforma para sino monopolizarlo, al menos compartirlo a la fuerza con el presidente de turno. Los días del PNP parecen estar contados...

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