miércoles, septiembre 20, 2006

DINÁMICAS DE IMPLOSIÓN DE LA IZQUIERDA

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
Dudamos mucho que en vida, se quisieran o respetaran. De un lado, el independentismo institucional, conforme con mantener una estructura mínima gracias a las aportaciones del fondo electoral. Del otro, combatientes que intentaron prolongar la vida de un pasado ya fallecido y al que pocos apela hoy día. Jorge y Filiberto, Rubén y el PIP. En vida, ni siquiera se encontraron en Lares, pues el PIP, intentando siempre en convertirse en un partido de clase media, perennemente rechazó el corte guerrillero-populista del resto de la izquierda. No creemos que Rubén le perdonara a Filiberto el que le robara el tiro el día que se fugó, pues nadie recuerda de qué habló Rubén durante la conmemoración del Grito ese año. Lo que todos sí recuerdan es la grabación bajo el árbol en plena plaza, y el nacimiento de un nuevo bandido que alimentara la imaginación boricua. Tampoco recordarán qué pasó el día que el PIP decidió expulsar a los populares de su partido, pues fue el día que ultimaron a Filiberto.

Un año después, el PIP, partido oficialmente desaparecido en las últimas elecciones, pretende “ampliar” su base apelando a los seguidores de Ojeda y de Farinacci, rezando porque sus muertes prematuras los convierta en iconos vacíos de significado, prestos a circular como cualquier otra mercancía en nuestro espacio globalizado de consumo. Pero el izquierdismo realengo, gracias a los extraños caminos del señor, (y, ¿a la falta de inteligencia del FBI?), tiene un nuevo icono sagrado a través del cual aunar fuerzas. Ya no va a Lares, ahora va a Hormigueros. Caminos bifurcados que, sin embargo, conllevan al mismo callejón sin salida.

II
La estrategia del lugarteniente Dalmau: apostar a la poca educación política de las camadas juveniles universitarias quienes no comprenderían que Ojeda, Farinacci y el PIP tienen tanto en común como la luna y las bolas de ping pong. Esperan que los sucesos acaecidos en el último año (la muerte de ambos), se hayan calcificado lo suficiente en la esfera pública como para que ya carezcan de significado. O sea, al ser difícil localizar su entorno, su contexto, en la libre circulación de objetos que representa nuestro querido espacio de consumo. Dalmau apuesta a la reificación de ambos, su conversión en mercancías. Al haber sido cosificadas, el significante se deslinda del significado; y para poder localizar el mismo sería necesario prestar atención al encadenamiento ad infinitum de los objetos. Entonces, la guerra política trasciende el discurso modernista del derecho y la justicia, para ser cosa de reclamar formas de subjetivación (prácticas discursivas), estilos de vida si se quiere, a través de las cuales seducir al sujeto del consumo.

Al anunciar que la próxima “jornada patriótica” en Lares será dedicada a Ojeda y Farinacci, Dalmau anuncia sus intenciones: reclamar a ambos dentro de la “lucha” política del PIP, querer apropiarse de ambos a modo de reavivar su alicaído partido. Pero la astucia de Dalmau no llega a tanto; consciente de que la movilización apunta a Hormigueros, no a Lares, éste pretende retomar el espacio discursivo del Grito intentando canalizar los flujos de deseo del sujeto de consumo independentista hacia el lugar de la gesta decimonónica. Esta estrategia sólo funciona para los que aún no se han localizado en el territorio virtual independentista; los realengos nunca compartirían nada con el PIP. Se dirige su mirada, entonces, a las facciones estudiantiles, aquellos que según los discursos románticos, se mueven más con el corazón que con la cabeza.

De ser cierto, el PIP cada día luce con mayor déficit de realidad. De un lado, dedican la conmemoración del Grito a dos antiamericanos; por el otro dicen que el congreso de Rubén (sí, aquel al que asistirán los chavistas) es para demostrar que querer la independencia no tiene nada que ver con ser antiamericano. Nada: dinámicas de la implosión de los partidos políticos actuales.

III
La lógica dictaría que la idea de abandono, por parte de la izquierda realenga, de Lares y la acogida de Hormigueros se trata de una movida política dictada por los preceptos del discurso sobre la emancipación humana. Nada de osificar el pasado; el presente tiene mayor relevancia. Olvidemos a Lares, abrasemos el lugar donde el último mártir fue asesinado por las fuerzas represivas del imperio colonial. Pero, ¿qué de cierto hay en ello?

Nunca debe olvidarse que Filiberto Ojeda quizá sea la única persona que escogió el día en que quería morir. Existe demasiada coincidencia de fechas: el día en que se fugó (23 de septiembre), fecha sagrada para la izquierda borinqueña, fue el mismo día en que el FBI le dio muerte, dando oportunidad a revivir el alicaído ritual de celebrar la última escaramuza del siglo XIX. Ojeda, por su parte, debió ser el personaje más feliz de la historia, al saber que su nombre sería celebrado junto a los sediciosos del 23 de septiembre. Demasiada coincidencia.

Pero asumamos la posibilidad. Ahora, donde el PPD amenaza seriamente con monopolizar el poder político del país, donde el independentismo desaparece del discurso público gracias al pérdida de la franquicia electoral pipiola, donde los penepés se lanzan a la implosión total con gusto y convicción a través de su criollizado Plan Tenesí, la otredad izquierdista está más amenazada que nunca. Los estragos se podían percibir hace años: el estruendoso fracaso de David Noriega como candidato a gobernador por el PIP, la momificación de Berríos en el poder pipiolo, la conversión en pandillas violentas de los grupos izquierdistas estudiantiles en la UPR, los desastres plebiscitarios del noventa, el emerger de una clase media de consumo enchufada a la cadena global de distribución. Todas instancias que apuntan a la postrimería del discurso de la izquierda socialista. Lo cual resaltó, en su momento, la necesidad de reconstituir el mito sedicioso. Ojeda, el general machetero, estuvo dispuesto a derramar su sangre por nuestra redención, al igual que Cristo.

Si fuese cierto esto, Ojeda se parecería más al John Doe de la película Seven que a cualquier otro redentor. Empeñado en mostrar la falta de fe en un mundo posmoderno, Doe estuvo dispuesto a crear una obra de arte que permitiera establecer que una cosa así sólo puede ocurrir con intervención divina. Filiberto, el obstinado, a través de su sacrificio, intentó probar que los fondos federales, la defensa común, el pasaporte “americano,” el cable y Direct TV, no son tan buenos na’. Detrás de ellos se esconde el poder imperial, dispuesto a asesinar un viejo armado (y desalmado) sin ninguna piedad.

Resulta lógico, entonces, olvidarse de aquel mítico grito decimonónico y acometer un nuevo imaginario. El problema: ¿a quién apela? ¿A las clases medias globalizadas? ¿A los estudiantes aburguesados de la UPR? ¿A la misma izquierda de siempre? ¿Al PIP (¡¡!!)? Al menos estos últimos tienen algún plan. Pero esperar que la gente se mueva por el simple hecho de que el FBI lució como lo que realmente es, no parece un mito aglutinador contundente.

Las actuaciones de la izquierda realenga en los últimos dos años ha dejado mucho que desear. En la escandalosa huelga universitaria del 2005, ésta lució más como milicia dispuesta a tomar el poder a la fuerza, y decidida a implantar una dictadura fascista con tal de que la gente entienda que los malos son los yanquis. Ricardo Santos y Rafael Feliciano hicieron el ridículo convocando un paro nacional sin contar ni siquiera con el respaldo de sus respectivos sindicatos. El último episodio: la escabrosa protesta de menos de cien camaradas en contra de la supuesta privatización del teatro de la UPR.

Así, de un lado pretenden recuperar su poder de convocatoria a través de la figura de Filiberto Ojeda; del otro, se desacreditan con acciones que perpetúan su maltrecha imagen de escaramuzas vociferantes en ocasiones violentas. Es la esquizofrenia típica de aquellos fenómenos en plena implosión, desesperados por sobrevivir pero cuya lógica interna cada día los empuja más a la extinción. Mientras, los sujetos de consumo le arrebataron el poder de convocatoria en las manifestaciones de mayo pasado.

Nada, la izquierda poco a poco desaparece, constreñida bajo su propio discurso, escondida en el ideario socialista del cual ya no queda ningún remanente. Es necesario, entonces, construir un nuevo espacio de disensión. A la mano de éstos, no lo podemos dejar.

lunes, septiembre 18, 2006

ESCARAMUZAS PREOTOÑALES

J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados

I
El protagonismo regresa. La necesidad de llamar la atención, por métodos muy convencionales. De nuevo, las camadas socialistas vuelven a tomar la universidad por asalto...

Ya no se trata de la matrícula. Ahora es la supuesta privatización del teatro. Un centenar de almas perteneciente a la Unión de Juventudes Socialistas (whatever that means!), se apostaron en las escalinatas del edificio impidiendo la entrada de los allí citados. No pudo entrar el gobernador, el expresidente de la institución, figuras de las artes, ni cualquier otro hijo de vecino que así lo deseara. Abajo se vino la idea de integrar la comunidad a la Universidad; ésta pertenece al pueblo, a los pobres, no a los “grandes intereses.”

Pero, ¿es realmente la universidad de los pobres? Y, ¿cuál es la extracción de clase de las huestes socialistas? ¿Por qué el teatro? ¿Qué tiene que ver la universidad con todo esto?

II
Primero lo primero: la universidad es del pueblo. Luego de protagonizar la huelga más antidemocrática de la historia, se pudiera pensar que las huestes socialistas retrocederían y repensarían sus estrategias a modo de limpiar su imagen y redirigir sus esfuerzos. La huelga del 2005 se caracterizó por: la actitud proto fascista de un puñado de fanáticos empeñados en empujar la institución a un caos total; un argumento hueco completamente desconectado de la realidad, nacido de una guerra fría culminada quince años atrás; actos de violencia no institucional, sino promovida por las propias huestes “luchadoras de la paz y la justicia”; estrategias puramente dictatoriales en vías de empujar sus propios intereses; la demonización sistemática de todo aquel que disintiera.

Como ha probado toda huelga acaecida luego del 1980, el problema de la UPR ha sido uno de acceso, no de dinero. La UPR carece de estudiantes de escasos recursos no porque no puedan pagar la matrícula, sino porque no cumplen con los requisitos de entrada. Los estudiantes de bajos recursos van a las universidades privadas y pagan cifras astronómicas por su educación, pues de lo que se trata es de ganar acceso al consumo. El estudiante invierte en su futuro; su educación responde al imperativo de cómo entrar en la cadena global de distribución y, por añadidura, convertirse en sujetos del consumo. No es la educación decimonónica liberadora e iluminadora la que persigue. Por eso, la universidad pal pueblo le interesa un bledo. Si esos son los sujetos revolucionarios de los socialistas, ¿qué puede esperarse de sujetos ya formados en el consumo, que estudian en colegios privados y entran en la UPR en virtud de ello?

Por eso el discurso de la universidad pal pueblo ya no cala en los estudiantes. Habla de un pasado remoto inexistente que no tiene nada que ver con el proceso de subjetivación de los individuos prestos a acceder al consumo. O al menos, no cuando se trata de pago de matrícula. Y para un sujeto ya inmerso en el consumo le parece perfectamente viable que el teatro de la institución sea manejado por sujetos del capitalismo líquido. Es garantía de eficiencia.

Al igual que en el 2005, ante la falta de convocatoria y el progresivo debilitamiento de su discurso, se recurre a estrategias coercitivas para interrumpir el flujo de deseo dentro del territorio. Se plantan en las escalinatas en principio como acto de penitencia, dispuestos a que le pasen por encima con tal de demostrar su compromiso. Pero tan pronto alguien les pone un dedo encima, su actitud pasiva se transforma en violencia no institucional.

III
¿Cómo rescatar la idea de la universidad pal pueblo? El principio organizador debería ser el acceso a la institución, en virtud de la voluntad de acceso al consumo de los estudiantes. Si tomamos esto por cierto, resultaría necesario poder ampliar la universidad para dar mayor cabida a estudiantes. Ante la crisis del Estado, resulta difícil pensar que la propia universidad pudiese lograr esto. Lo cual implica crear vínculos con el capital líquido en vías de allegar fondos que permitan abrir la base de la universidad.

Esto ya sucede. Año tras año, la facultad de Ciencias Naturales recibe millones de dólares del sector farmacéutico dirigido a adiestrar futuros obreros de la industria y desarrollar, en conjunto con la institución, nuevos productos y procedimientos. Otras facultades lo hacen a través de fondos federales. (¿Por qué, las huestes revolucionarias no protestan contra ello?). Es necesario también una apertura significativa de la universidad hacia la comunidad. Es imperioso acoger los intereses de la sociedad de consumo a ella, a modo de revestirle de pertinencia. Por último, la universidad necesita retomar y acoger nuevamente la producción cultural local e imprimirle un sello metropolitano.

¿Por qué debe hacer todo esto la UPR? Porque las universidades privadas del país ya lo hacen. El sistema universitario Ana G. Méndez, la Universidad del Sagrado Corazón y la Universidad Politécnica han venido a ocupar ese vacío. Por eso capitalizan en las camadas de estudiantes desencantados con el sistema público que, gracias a ser rehén de las huestes socialistas, poco a poco caen en decadencia y caducidad.

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