LA PARTIDOCRACIA Y LOS PELIGROS DE LA POSMODERNIDAD
J.S. Lucerna
2006, Derechos Reservados
I
Cuando Nietzsche, en Así Habló Zarathustra declaró que “Dios ha muerto,” no se refería al Dios de los judíos, al de los cristianos, a Alá, o a alguna otra deidad que moldea comunidades religiosas imaginadas de limitado alcance (como las que operan en la actualidad). Éste hablaba de los metarrelatos, esos regímenes de verdad capaces de hacer que planos de consistencia, formados de diversos rizomas, se alcen como parcelas arborescentes y reclamen el dominio exclusivo de los discursos acerca de la Verdad. A Nietzsche eventualmente se le unieron los dada, surrealistas (en el teatro, la pintura y la novela) y los serialistas dodecafónicos en la música (Schoenberg y Webern, entre otros).
Sus propuestas respondían al emerger de la sociedad de consumo, la “era de la reproducibilidad técnica” de Benjamin, a la multiplicación virulenta de signos desarraigados de su referente “real” (la disolución del binomio valor de uso/valor de cambio). Nietzsche, al igual que los demás, podían preveerle. Así Habló Zarathustra data de finales del siglo XIX. El primer tratado serio de la sociedad de consumo, Historia y Conciencia de Clase (Georg Lukacs), fue publicado en 1926. Pero el verdadero asentamiento de la sociedad de consumo no se produjo hasta finales de la década del sesenta, cuando el pacto fordista se vino abajo. La eventual quiebra del estado benefactor dio paso a la propagación exponencial y virulenta de la sociedad de consumo, amparada bajo el discurso del neoliberalismo.
El efecto de este proceso sobre la subjetividad fue determinante. El sujeto quedó desdoblado, enfrentado a un real liquidado (tanto en el sentido de eliminación como de licuefacción), sin un punto referencial que determinara y organizara la Verdad. No hubo más Verdad, sino muchas verdades. El cinismo como ethos no es sino una forma desafectada de subjetivación encaminada a dotar al sujeto para poder enfrentar tal paradoja.
Al presente, el sujeto navega en un espacio cibernético e hiperreal poblado de objetos y signos, sin posibilidades de orientarse, pero al mismo tiempo, con la fortuna de conducir su existencia a partir de cualquier objeto. La posmodernidad, ese vacío producido ante el abandono de la Modernidad, es agridulce. De un lado, la liberación de los metarrelatos le ha devuelto al sujeto su existencia prosaica, vacía de grandes significantes, repleta de instancias de significación. Pero al mismo tiempo, como advertía hace un tiempo Lyotard, aparece nuevamente la posibilidad del fascismo, como un acto alterado de negación ante el vacío. Ante la “insoportable levedad del ser,” renace el estatismo desmesurado (a lo Venezuela), mientras viejos modelos caducos de ejercicio del poder comunista retornan con venganza como una forma de contrarrestar los efectos virulentos del neoliberalismo desmedido. Peor aún, se desarrollan campos de fuerza arborescentes que intentan jerarquizar los rizomas y el plano de consistencia del mundo plano y achicado. Ahí está el extremismo islámico como prueba de que el vacío, por momentos, puede despertar inequívocas respuestas con un alcance que equipara la virulencia del neoliberalismo.
II
El agenciamiento del sujeto desdoblado gobernado por el signo del cinismo, implicaría, en principio, una constante cuestionamiento de la verdad (sea con el letra mayúscula o minúscula). El extremismo islámico puede que sea una respuesta violentamente virulenta a tal suceso. Pero el despliegue fervoroso del sectarismo religioso actual no deja de ser una réplica fundamentada bajo las mismas premisas. El estatismo dictatorial venezolano y chino es otra forma de respuesta, que aunque jerárquico, es indiferente al requisito de la comunidad imaginada.
En ocasiones, sin embargo, se recurre a la vulgarización de ese agenciamiento teniendo el ejercicio del poder como norte, lo cual desembocaría en otra forma de estatismo, pero de corte tosco, rústico e inculto. Para la “partidocracia nuestra de cada día” este es su modus operandis, en vías de perpetuar su monopolio sobre la experiencia de lo político en el país. Cualquier acusación seria de actos ilegales o irresponsables es contrarrestada con la excusa de “persecución política” a modo de restarle peso y validez a la misma. Se confunden cuestionamientos serios acerca de la conducta y proceder de los políticos con cuestiones triviales. La posibilidad de manejos turbios de fondos públicos, la comisión de delitos graves, se equipara a la banal acusación de algún legislador por haber sido llamado “inmoral” por otro legislador del bando contrario. La ley y la justicia, constructos que sirven para organizar la experiencia humana en comunión bajo la Modernidad, quedan relativizadas no bajo el pretexto de responder a los sectores que ejercen el poder y así cuestionar su validez contingente, sino en vías de permanecer impunes y continuar practicando su ejercicio corrupta y groseramente.
III
Toda la controversia referente a la pensión “cadillac” del hoy legislador no electo por el distrito de Arecibo, Pedro Roselló González, se desarrolla bajo la turbidez típica del proceder partidocrático. La convicción por la comisión del delito de falsificación por parte del ex titular de la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) debió despejar dudas acerca de la validez de los planteamientos esbozados por el ex gobernador. No debería haber incertidumbre alguna acerca de sí Roselló trabajo o no en aquellos veranos que ya nadie recuerda, y de los cuales no existe ningún expediente que dé fe de ello. Se debería respetar la validez de las transcripciones de créditos de aquel verano que Roselló dice trabajaba, mientras en realidad se encontraba tomando cursos veraniegos en la Universidad de Harvard. Tampoco debería cuestionarse aquella ficha que coloca a Pedro participó jugador de tenis en alguna justa deportiva americana. (Al menos, no es sano cuestionar el récord deportivo cuando las disciplinas de este tipo se fundamentan, primordialmente, en la acumulación de datos; así se construye su historia).
Cierto, el caso no ha sido adjudicado por ningún tribunal. Pero aferrarse a un cuento que cada día se debilita y parece más uno de cuna, apunta con mayor convicción a la confirmación de la evidencia. ¿A qué recurrir ante tan cruda realidad? Al reclamo de persecución política. Aún su feroz pero debilitado adversario por el control de la finca penepeísta, Luis Fortuño, alza bandera al respecto cuestionando el tiempo en que surge la noticia sobre la investigación, brindándole autoridad discursiva al desentonado y siempre belicoso parloteo de Thomas Rivera Schatz. Quizá Fortuño no se percate de ello, pero le está brindando municiones a los seguidores del alicaído iconoclasta y patricio aspirante al trono de prócer de partido. Se abre la prensa, de por sí cuestionada gracias al advenimiento del momento posmoderno, al libre ataque de su línea editorial (ya reconocida y aceptada en el concepto de “market share”), debilitando de por sí la posibilidad de la disensión. Nadie queda a salvo. Bueno, si: el balance partidocrático.
Roselló manipula la situación exigiendo violentar los procedimientos de investigaciones criminales llevados a cabo por el Departamento de Justicia y así someter a la ley y la justicia al circo partidocrático. (¿Habrá pensado en las consecuencias que tendría esto en las investigaciones sobre narcotráfico?). Lo peor: sus secuaces de partido le apoyan en el reclamo, queriendo convertir un recurso investigativo en un espectáculo de quién es más inmoral; Roselló, el Secretario de Justicia o el Gobernador.
Queda la verdad (grande o chiquita) atropellada, atrapada en las virulentas garras de la partidocracia.
IV
¿Podría desembocar este proceder en fascismo? No parece. Al menos no parece que vaya a verterse en la variedad practicada por Chávez en Venezuela, que parece más estatismo populista desmedido que otra cosa. Pero no debe olvidarse que los protagonistas de aquel violento incidente en la Procuradoría de la Mujer (incitado por un acto imprudente de la propia procuradora) quedaron impunes, solventados por sus motivaciones puramente ideológicas (a lo que se le debió añadir partidocráticas). Esa no parece ser la suerte que corrieron los vándalos que intentaron justificar de la misma manera la destrucción de propiedad pública federal en Vieques aquel primero de mayo, ni los que intentaron tomar por asalto el Capitolio y atormentar a los asistentes al homenaje de Julito Labatut (otro imprudencia, esta vez incitada por una legisladora azul). Se evidencia aquí como los practicantes de la partidocracia tejen su propio nicho, el cual juran proteger con tal de mantener su monopolio de poder.
¿Las consecuencias? A quién importan. Héctor, Lornna y Epifanio (los three blind mice) utilizan el mismo pretexto, aun en momentos en que sus acciones están bajo la mira y la duda los arropa más que la transparencia. Lo absurdo del momento les lleva hasta la construcción de “Coquito” como un empresario preocupado por sus conciudadanos.
Mientras, allí donde habita el sujeto de consumo, éste se ocupa por cuestionar los cimientos de su realidad. Su propósito: transformar y adaptar su realidad a un mundo emergente que pone en peligro la supervivencia de antiguas estructuras que, aunque luchan por subsistir, reconocen su caducidad hace ya mucho tiempo…
2006, Derechos Reservados
I
Cuando Nietzsche, en Así Habló Zarathustra declaró que “Dios ha muerto,” no se refería al Dios de los judíos, al de los cristianos, a Alá, o a alguna otra deidad que moldea comunidades religiosas imaginadas de limitado alcance (como las que operan en la actualidad). Éste hablaba de los metarrelatos, esos regímenes de verdad capaces de hacer que planos de consistencia, formados de diversos rizomas, se alcen como parcelas arborescentes y reclamen el dominio exclusivo de los discursos acerca de la Verdad. A Nietzsche eventualmente se le unieron los dada, surrealistas (en el teatro, la pintura y la novela) y los serialistas dodecafónicos en la música (Schoenberg y Webern, entre otros).
Sus propuestas respondían al emerger de la sociedad de consumo, la “era de la reproducibilidad técnica” de Benjamin, a la multiplicación virulenta de signos desarraigados de su referente “real” (la disolución del binomio valor de uso/valor de cambio). Nietzsche, al igual que los demás, podían preveerle. Así Habló Zarathustra data de finales del siglo XIX. El primer tratado serio de la sociedad de consumo, Historia y Conciencia de Clase (Georg Lukacs), fue publicado en 1926. Pero el verdadero asentamiento de la sociedad de consumo no se produjo hasta finales de la década del sesenta, cuando el pacto fordista se vino abajo. La eventual quiebra del estado benefactor dio paso a la propagación exponencial y virulenta de la sociedad de consumo, amparada bajo el discurso del neoliberalismo.
El efecto de este proceso sobre la subjetividad fue determinante. El sujeto quedó desdoblado, enfrentado a un real liquidado (tanto en el sentido de eliminación como de licuefacción), sin un punto referencial que determinara y organizara la Verdad. No hubo más Verdad, sino muchas verdades. El cinismo como ethos no es sino una forma desafectada de subjetivación encaminada a dotar al sujeto para poder enfrentar tal paradoja.
Al presente, el sujeto navega en un espacio cibernético e hiperreal poblado de objetos y signos, sin posibilidades de orientarse, pero al mismo tiempo, con la fortuna de conducir su existencia a partir de cualquier objeto. La posmodernidad, ese vacío producido ante el abandono de la Modernidad, es agridulce. De un lado, la liberación de los metarrelatos le ha devuelto al sujeto su existencia prosaica, vacía de grandes significantes, repleta de instancias de significación. Pero al mismo tiempo, como advertía hace un tiempo Lyotard, aparece nuevamente la posibilidad del fascismo, como un acto alterado de negación ante el vacío. Ante la “insoportable levedad del ser,” renace el estatismo desmesurado (a lo Venezuela), mientras viejos modelos caducos de ejercicio del poder comunista retornan con venganza como una forma de contrarrestar los efectos virulentos del neoliberalismo desmedido. Peor aún, se desarrollan campos de fuerza arborescentes que intentan jerarquizar los rizomas y el plano de consistencia del mundo plano y achicado. Ahí está el extremismo islámico como prueba de que el vacío, por momentos, puede despertar inequívocas respuestas con un alcance que equipara la virulencia del neoliberalismo.
II
El agenciamiento del sujeto desdoblado gobernado por el signo del cinismo, implicaría, en principio, una constante cuestionamiento de la verdad (sea con el letra mayúscula o minúscula). El extremismo islámico puede que sea una respuesta violentamente virulenta a tal suceso. Pero el despliegue fervoroso del sectarismo religioso actual no deja de ser una réplica fundamentada bajo las mismas premisas. El estatismo dictatorial venezolano y chino es otra forma de respuesta, que aunque jerárquico, es indiferente al requisito de la comunidad imaginada.
En ocasiones, sin embargo, se recurre a la vulgarización de ese agenciamiento teniendo el ejercicio del poder como norte, lo cual desembocaría en otra forma de estatismo, pero de corte tosco, rústico e inculto. Para la “partidocracia nuestra de cada día” este es su modus operandis, en vías de perpetuar su monopolio sobre la experiencia de lo político en el país. Cualquier acusación seria de actos ilegales o irresponsables es contrarrestada con la excusa de “persecución política” a modo de restarle peso y validez a la misma. Se confunden cuestionamientos serios acerca de la conducta y proceder de los políticos con cuestiones triviales. La posibilidad de manejos turbios de fondos públicos, la comisión de delitos graves, se equipara a la banal acusación de algún legislador por haber sido llamado “inmoral” por otro legislador del bando contrario. La ley y la justicia, constructos que sirven para organizar la experiencia humana en comunión bajo la Modernidad, quedan relativizadas no bajo el pretexto de responder a los sectores que ejercen el poder y así cuestionar su validez contingente, sino en vías de permanecer impunes y continuar practicando su ejercicio corrupta y groseramente.
III
Toda la controversia referente a la pensión “cadillac” del hoy legislador no electo por el distrito de Arecibo, Pedro Roselló González, se desarrolla bajo la turbidez típica del proceder partidocrático. La convicción por la comisión del delito de falsificación por parte del ex titular de la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) debió despejar dudas acerca de la validez de los planteamientos esbozados por el ex gobernador. No debería haber incertidumbre alguna acerca de sí Roselló trabajo o no en aquellos veranos que ya nadie recuerda, y de los cuales no existe ningún expediente que dé fe de ello. Se debería respetar la validez de las transcripciones de créditos de aquel verano que Roselló dice trabajaba, mientras en realidad se encontraba tomando cursos veraniegos en la Universidad de Harvard. Tampoco debería cuestionarse aquella ficha que coloca a Pedro participó jugador de tenis en alguna justa deportiva americana. (Al menos, no es sano cuestionar el récord deportivo cuando las disciplinas de este tipo se fundamentan, primordialmente, en la acumulación de datos; así se construye su historia).
Cierto, el caso no ha sido adjudicado por ningún tribunal. Pero aferrarse a un cuento que cada día se debilita y parece más uno de cuna, apunta con mayor convicción a la confirmación de la evidencia. ¿A qué recurrir ante tan cruda realidad? Al reclamo de persecución política. Aún su feroz pero debilitado adversario por el control de la finca penepeísta, Luis Fortuño, alza bandera al respecto cuestionando el tiempo en que surge la noticia sobre la investigación, brindándole autoridad discursiva al desentonado y siempre belicoso parloteo de Thomas Rivera Schatz. Quizá Fortuño no se percate de ello, pero le está brindando municiones a los seguidores del alicaído iconoclasta y patricio aspirante al trono de prócer de partido. Se abre la prensa, de por sí cuestionada gracias al advenimiento del momento posmoderno, al libre ataque de su línea editorial (ya reconocida y aceptada en el concepto de “market share”), debilitando de por sí la posibilidad de la disensión. Nadie queda a salvo. Bueno, si: el balance partidocrático.
Roselló manipula la situación exigiendo violentar los procedimientos de investigaciones criminales llevados a cabo por el Departamento de Justicia y así someter a la ley y la justicia al circo partidocrático. (¿Habrá pensado en las consecuencias que tendría esto en las investigaciones sobre narcotráfico?). Lo peor: sus secuaces de partido le apoyan en el reclamo, queriendo convertir un recurso investigativo en un espectáculo de quién es más inmoral; Roselló, el Secretario de Justicia o el Gobernador.
Queda la verdad (grande o chiquita) atropellada, atrapada en las virulentas garras de la partidocracia.
IV
¿Podría desembocar este proceder en fascismo? No parece. Al menos no parece que vaya a verterse en la variedad practicada por Chávez en Venezuela, que parece más estatismo populista desmedido que otra cosa. Pero no debe olvidarse que los protagonistas de aquel violento incidente en la Procuradoría de la Mujer (incitado por un acto imprudente de la propia procuradora) quedaron impunes, solventados por sus motivaciones puramente ideológicas (a lo que se le debió añadir partidocráticas). Esa no parece ser la suerte que corrieron los vándalos que intentaron justificar de la misma manera la destrucción de propiedad pública federal en Vieques aquel primero de mayo, ni los que intentaron tomar por asalto el Capitolio y atormentar a los asistentes al homenaje de Julito Labatut (otro imprudencia, esta vez incitada por una legisladora azul). Se evidencia aquí como los practicantes de la partidocracia tejen su propio nicho, el cual juran proteger con tal de mantener su monopolio de poder.
¿Las consecuencias? A quién importan. Héctor, Lornna y Epifanio (los three blind mice) utilizan el mismo pretexto, aun en momentos en que sus acciones están bajo la mira y la duda los arropa más que la transparencia. Lo absurdo del momento les lleva hasta la construcción de “Coquito” como un empresario preocupado por sus conciudadanos.
Mientras, allí donde habita el sujeto de consumo, éste se ocupa por cuestionar los cimientos de su realidad. Su propósito: transformar y adaptar su realidad a un mundo emergente que pone en peligro la supervivencia de antiguas estructuras que, aunque luchan por subsistir, reconocen su caducidad hace ya mucho tiempo…
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home